En ese documento de 1992, hace 30 años, Nixon no fue triunfalista: “Hemos oído repetidamente que la guerra fría ha terminado y que el occidente la ganó. Esto es solo la mitad de la verdad. Los comunistas han perdido la guerra fría, pero el occidente todavía no la ha ganado. El comunismo colapsó porque las ideas fallaron. Hoy las ideas de libertad están siendo juzgadas. Si fracasan en producir una vida mejor en Rusia y las otras repúblicas de la previa URSS, un nuevo y más poderoso despotismo tomará el poder y el pueblo sacrificará la libertad a cambio de tener seguridad y depositará su futuro en viejas manos con nuevas caras”.
Enfatizaba Nixon que la caída del comunismo se comparaba con la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815, la Conferencia de Paz de Versalles en 1919, y la creación de la OTAN y el Plan Marshal en 1948, pero el occidente no aprovechó ese momento para configurar la historia de la mitad del próximo siglo. Advirtió: “Rusia es la clave del éxito. Es allí donde la batalla final de la guerra fría será ganada o perdida”.
Señalaba que si Yeltsin creaba una economía de mercado la libertad brillaría en el mundo y aislaría los enclaves comunistas: Corea del Norte, Cuba, Vietnam y China. Si Yeltsin fracasaba, los próximos cincuenta años serían tétricos. No volvería el comunismo, pero Rusia volvería a su tradición expansionista de más de siete siglos. Los nuevos déspotas tratarían de restaurar las “fronteras históricas” de Rusia y las nuevas democracias del este de Europa peligrarían.
Reconocía que Yeltsin no era perfecto, pero lo consideraba una extraordinaria figura histórica al ser el primer líder ruso que había sido escogido mediante elecciones libre. Enfrentó el golpe de estado de 1991, reconoció la independencia de los países bálticos y de otras naciones soviéticas, quitó el subsidio de 15,000 millones de dólares anuales a Cuba y otras naciones comunistas antiamericanas. Además, redujo las armas nucleares más allá de lo propuesto por Washington.
Resaltó Nixon que Estados Unidos había hecho muy poco para apoyar a Yeltsin: aportó 60 aviones de carga con excedentes de alimentos y material médico, más 200 voluntarios del Cuerpo de Paz para 200 millones de habitantes de un país que cubre la séptima parte del globo terráqueo. “Esta es una respuesta patéticamente inadecuada a la luz de las oportunidades y peligros que nosotras enfrentamos en la crisis en la antigua Unión Soviética”.
Nixon planteó múltiples propuestas: Proveer alimentos y medicinas; aportar “Know-how” empresarial; renegociar la deuda externa y posponer el pago de intereses; abrir el mercado de occidente a las exportaciones rusas; facilitar decenas de billones de dólares a través del FMI para estabilizar la moneda; crear una organización multilateral para canalizar ayuda gubernamental y privada a Rusia. Tal “Como los Estados Unidos se embarcaron en la reconstrucción de la Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial”. O sea, Nixon propuso una reedición del Plan Marshall en que Estados Unidos por sí solo ayudó a recuperarse a sus aliados y enemigos en Europa y Japón.
En la década de 1950 el tema candente era ¿Quién perdió China”? Prosiguió: “Si Yeltsin cae, la cuestión de “¿Quién perdió Rusia?” será un tópico infinitamente más devastador en la década de 1990”.
Nixon predijo, con precisión matemática, el posible resurgimiento del nacionalismo expansionista de los Grandes zares Pedro y Catalina, y del soviético Stalin , ahora encarnados en Putin, autoritario y belicista.