“No podemos comprender ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad sin entender ambas a la vez” C. Wright Mills
Regresando del restaurante al que fui con mis amistades el fin de semana pasado en el barrio de Carlton en Melbourne, Australia, el chofer veinteañero de Uber nos preguntó que qué es la sociología. Nos hizo la pregunta porque una del grupo le comentó que estuvimos en la ciudad asistiendo al congreso internacional de la disciplina así que cada una intentó contestar la pregunta lo mejor que pudo. Mi respuesta fue que en la sociología estudiamos el efecto que ser parte de la sociedad tiene en las personas. “Por ejemplo, si practicas una religión, ¿cómo te influye pertenecer a ese grupo religioso? Si eres australiano, ¿qué cosas haces y dices por ser de Australia? Si eres de una minoría racial, ¿qué efectos tiene en tu vida ser parte de esa comunidad?”
El joven asintió con la cabeza y empezó a poner otros ejemplos: “ah ya, o sea, que estudian cosas como cuáles fueron los efectos de la COVID en nuestras vidas”. Hubo una explosión de alegría en el carro porque la mayoría somos también profesoras. “¡Exacto! De hecho, hay muchos estudios sociológicos sobre ese tema” dije yo. Y otra de mis colegas agregó, casi con pesar: “Y necesitamos hacer muchos más porque todavía no sabemos todos los efectos que ha tenido la pandemia en la gente”.
Luego la conversación se movió a temas más alegres como la fascinación que tiene nuestro amable chofer con el equipo de los Lakers y su deseo de verlos jugar en Los Ángeles cuando vaya de visita a Estados Unidos.
Socióloga al fin me quedé pensando en qué tan fácil le será llevar a cabo su sueño siendo, como es, parte de una de las minorías raciales de la ciudad (no nos quedó claro de cuál, pero parecía ser de la comunidad pakistaní o hindú y lamentablemente no nos dio tiempo a preguntar).
Pensando en el intercambio con él al día siguiente me di cuenta de que mi respuesta había estado incompleta. En la sociología, estudiamos los efectos que la sociedad tiene en cada persona (como, por ejemplo, si ser de la comunidad inmigrante de la que es parte le hará más o menos difícil cumplir su sueño de ver a los Lakers). Pero también estudiamos lo que las personas hacen o intentan hacer para cambiar su realidad, particularmente cuando forman parte de grupos de diferentes tipos (por ejemplo, familias, clubes deportivos, partidos políticos o movimientos sociales).
Este fue justamente el tipo de preguntas que debatimos en el vigésimo congreso internacional de la Asociación Internacional de Sociología (ISA por sus siglas en inglés); el evento más importante que organiza la asociación cada 4 años. En cada uno de los paneles, talleres y plenarias en que participamos más de 4 mil personas de todo el mundo compartimos los estudios que hemos realizado en las más de 60 áreas de trabajo de la asociación. Porque, como le digo con frecuencia a mis estudiantes, en la sociología lo estudiamos prácticamente todo; desde la sexualidad hasta los organismos multilaterales como el Banco Mundial, desde las religiones hasta la educación, desde cómo funciona la ciencia hasta los deportes, desde las causas de los desastres naturales hasta las artes o la relación entre las emociones y la sociedad.
En cada uno de esos intercambios estábamos poniendo en práctica lo que el famoso sociólogo de EEUU C. Wright Mills llamaba “la imaginación sociológica”. O sea, la capacidad que puede desarrollar cualquier persona (aunque la usamos más en la disciplina, Mills creó el concepto para ayudar a la gente de a pie) para entender lo que pasa a su alrededor conectando su propia realidad con las grandes tendencias en su sociedad o en el mundo. En uno de sus ejemplos más famosos, Mills decía que si una persona entre 100,000 está desempleada estamos hablando de una “dificultad personal” en la que nos fijamos en las características y limitaciones de esa persona. Pero si en un país hay 50 millones que pueden trabajar y 15 millones están sin empleo, estamos hablando de un “problema público” y para solucionarlo hay que “considerar las instituciones económicas y políticas de la sociedad y no simplemente la situación personal y el carácter de un grupo pequeño de individuos” como hemos visto con la pandemia.
Cada congreso internacional de sociología tiene lugar en un lugar distinto del mundo y el hecho de que este tuviera lugar en Melbourne no es casualidad. A pesar de ser menos conocida que su archi-rival Sydney, Melbourne es una ciudad que se define como “más refinada” (una de las páginas web sobre la ciudad literalmente utiliza esta frase) y con una amplia tradición intelectual, culinaria y cultural. Mis amigos José y Trevor, con quienes me estoy quedando ahora en Sydney, me explicaron entre risas que la gente de Melbourne es famosa por estar siempre compitiendo con la de Sydney con frases como “Melbourne es el libro mientras que Sydney es la película” por eso de que las películas generalmente no son tan buenas como los libros en los que están basadas.
Melbourne fue establecida por los ingleses en 1835 con un “tratado” ilegal con las comunidades indígenas de la zona que me recordó a cómo los españoles engañaban a la población taína intercambiando espejitos por oro. De manera similar a lo que ocurrió en nuestra isla y luego en el resto de las Américas, la ciudad se llenó de aventureros que desplazaron a la comunidad aborigen buscando hacerse ricos en la famosa “fiebre del oro” de mediados de ese siglo. Caminando por la ciudad pudimos ver parte de la riqueza generada en esa fiebre, especialmente en las llamadas “arcadas” o centros comerciales de la época victoriana que fueron también el símbolo urbano más importante del ocio y la riqueza de las clases medias y altas en Europa y EEUU. Como la sociología urbana es una de mis áreas de especialización, me encantó conocer la versión australiana de estos “malls” del siglo XIX, cuando fuimos a los más famosos de Melbourne: The Block Arcade y The Royal Arcade.
Caminar por Melbourne, como pasa en todas las grandes ciudades, nos reveló poco a poco no solo la historia acumulada en sus calles sino también cómo la gente cambia esa historia al construir su presente. Por ejemplo, como mis amigas y yo somos fans del arte público callejero, gozamos un mundo explorando las llamadas “lanes” o calles angostas de Melbourne llenas de murales de todo tipo. La más famosa de estas callecitas, llamada “ACDC Lane” lleva ese nombre por la famosa banda australiana de rock y su designación en el 2004 por parte del Consejo de la Ciudad tuvo lugar por unanimidad.
En otra “lane”, al lado de uno de los muchos restaurantes internacionales de Melbourne (chinos, indios, vietnamitas, italianos, griegos, de todo tipo) salimos a tomar fotos de murales con imágenes de Bob Marley y Julian Assange. Mientras que al día siguiente exploramos varias “lanes” más en que vimos la diversidad de la ciudad reflejada no solo en su composición étnica de más de 140 culturas sino también en sus actividades: galerías de arte, balcones llenos de flores e incluso una tiendita de juguetes sexuales en que la dueña nos explicó su perspectiva de empoderar a las personas ayudándolas a tener una relación sana y placentera con sus cuerpos.
Así como las ciudades se abren capa por capa para revelar sus secretos, así mismo podemos usar la imaginación sociológica para conectar lo que vemos con las grandes tendencias de la sociedad de la que son parte y, en general, de nuestro mundo, cada vez más global. Eso seguí haciendo con mis amigas y el esposo de una de ellas cuando vinimos por tierra desde Melbourne a Sydney y ahora en Sydney pero esos ya serán los temas de mi próxima crónica. Y no me odien, pero les dejo para ir a cambiarme porque ahorita vamos a seguir nuestra exploración paseando en barco en la entrada de mar de la ciudad.
En memoria de Juan Luis Pimentel, antropólogo y municipalista comprometido con las mejores causas.