Me gustaría decir que no entiendo. No me entra esto de que tres proyectos políticos progresistas no hayan querido-podido presentarse a las elecciones de 2024 con candidaturas únicas.
Lo peor es que esto no es lo peor. Lo verdaderamente grave son los factores que llevan a este disparate. Pues el verdadero problema ni siquiera radica en el hecho mismo de la participación en solitario. Después de todo, esto es más efecto que causa: la pequeñez misma suele conducir, aun de buena fe, al particularismo.
(Antes de seguir, no puede dejar de reconocer que los proyectos a los que claramente hago alusión, Frente Amplio, Movimiento Patria Para Todos/as y Opción Democrática, no son precisamente los “mejores” ejemplos de sectarismo. Tanto el Frente Amplio como el MPT en algún momento apoyaron con generosidad al candidato Guillermo Moreno; O. D., al igual que el MPT, lleva candidatura presidencial propia por primera vez).
Se dirá que ser pequeño es una limitación –por definición—, pero no un defecto. Claro está. Pero estamos llamados a preguntarnos qué es lo que hace que un proyecto político sea pequeño. Hay, naturalmente, mil factores posibles, algunos muy poderosos de los que ni siquiera tenemos control, o no del todo. Pero aquí no estamos hablando de pequeñez en general sino de unas limitaciones que ni siquiera con unidad con otros pequeños llega a constituir amenaza para nadie, que no sea para esos proyectos mismos.
Sobre elecciones, en el mundo y en el país, se sabe lo bastante.
Aquí hablo de proyectos que al parecer no reconocen sus limitaciones ni mucho menos las causas de ellas; y que son capaces de lanzarse a unas elecciones generales con candidaturas nacionales no sé si esperando algún milagro; de ñapa, proyectos a los que se les supone puntos fundamentales de convergencia programática y que aun así han preferido arriesgarse a hacer un papelazo. ¿No es hasta de sentido común haber procurado al menos un poquito de sinergia?
Ahí tendremos tres candidaturas presidenciales encarnadas por tres personas valiosísimas, respetables, progresistas que, lamentablemente, cosecharán niveles reducidísimos de votación. ¿Me desmentirán los hechos? ¡Qué más quisiera!
Personalmente, me da la impresión de que los grupos progresistas del país no suelen tomarse las luchas electorales en serio, es decir, con la asunción permanente de las tareas que abonen un desempeño decente: fortalecimiento y ampliación orgánica, relación permanente y cercana con la población, comunicación efectiva, preparación técnica y jurídica en materia electoral. Y un largo etcétera. Parecen activarse solo para la ocasión (como si la “ocasión” no fuera siempre).
Esta porquería de democracia, que sin embargo ha costado y cuesta tanto (en vidas y sacrificios son precisamente las fuerzas progresistas las que ha llevado la peor parte), es lo que tenemos como marco para actuar. Tiene todos los defectos, más veinte pesos, pero si las cosas no andan bien para los sectores progresistas no vayamos a culpar solo a las circunstancias históricas. Sobre elecciones, en el mundo y en el país, se sabe lo bastante. ¿No les parece que ya estamos grandecitos como para incurrir en desaguisados que, por cierto, nos embarran a todos y a todas?