Serie: Derechos sexuales y derechos reproductivos

No hay duda de que la reproducción humana es un asunto de interés público. Las políticas antiaborto son prueba de ello. Con el desarrollo de las técnicas de reproducción asistida, el nivel de participación de los Estados ha aumentado, no solo porque son derechos a proteger, sino por las ganancias que genera esta creciente industria.

En el ámbito europeo, la maternidad (o paternidad) subrogada todavía está bastante restringida. Italia, Francia, Alemania y España, por ejemplo, prohíben cualquier forma de subrogación. Reino Unido y Portugal la permiten solo si es altruista y para parejas heterosexuales. Hace pocos años, el Parlamento de La India, meca de los vientres en alquiler, prohibió la práctica para extranjeros, a pesar de los enormes esfuerzos del Ejecutivo por convertir al país en destino preferido de turismo reproductivo.

Desde el debate feminista existen muchas críticas al respecto. Se considera que es una forma de explotación neocolonial que despoja de dignidad a las subrogantes. Que la infertilidad del progreso económico no puede ser enmendada por medio del sacrificio de las mujeres fértiles y vulnerables de los países más empobrecidos, aún y pagándoles.

Tener autonomía sobre el cuerpo propio justamente implica poder consentir, en este caso, una maternidad subrogada, a pesar del prejuicio moralista que pretende anular la capacidad volitiva, en especial del que viene de los círculos “liberales”. Lo mismo pasa con el trabajo sexual. Las abolicionistas no aceptan que sea considerado un trabajo con garantías, siempre que no exista trata. O hay agencia, o no la hay.

Estemos claros de que lo que se está poniendo en peligro es a la familia tradicional, valor preferente de la sociedad patriarcal, y de ahí el amplio rechazo.

Por tanto, yo abogo por la regulación y el consentimiento informado. Los abusos disminuyen en la medida que los contratos contemplen las posibles consecuencias de salud, atención postnatal, e incluso seguro de vida. Siempre habrá personas dispuestas a asumir riesgos, más si el sacrificio es bien remunerado. Vamos a preocuparnos entonces porque la decisión se tome de manera consciente.

Estemos claros de que lo que se está poniendo en peligro es a la familia tradicional, valor preferente de la sociedad patriarcal, y de ahí el amplio rechazo. Ahora es fácil conformar modelos de familias alternativas con reconocimiento jurídico.

Pero ojo: en un mundo en el que la falta de acceso a recursos y la desigualdad de oportunidades son rampantes, no seamos cínicos. Quizás en Canadá las mujeres se pueden permitir ser altruistas. En otros lados del mundo, deben cobrar. Privilegios de clase.