Dedicado a la historiadora Carmen Durán
El tirano Rafael Trujillo en vida su apodo fue Chapita, esta denominación se considera irrebatible. No obstante, tras su ajusticiamiento surgió otro sobrenombre muy sugestivo, El Chivo, cuyo origen todavía es discutible. Hay quienes se atreven a asegurar que se trataba del mote despectivo que le impuso la oposición, pero no existen testimonios ni fuentes documentales que sustenten este concepto. Lo más compatible es que el calificativo de El Chivo, surgió al compás de los acontecimientos de la gloriosa noche del 30 de mayo de 1961.
Luis Arseno Rodríguez que vivió en San Cristóbal en una buena parte de la aciaga “Era de Trujillo” (vinculado familiarmente a un alto oficial de la época), comentó sobre el tema de referencia que Trujillo en la adolescencia siendo monaguillo se apropió de una medalla o chapa religiosa propiedad del sacerdote Marcelino Borbón y Peralta, cura párroco de la localidad. Rodríguez describió el acto como su primera felonía y de ahí el apodo de Chapa o Chapita. (Luis Arseno Rodríguez. Trujillo: Anécdota de un dictador. Editora Alfa & Omega. Segunda edición. Santo Domingo, 1983. p. 15).
Mientras el intelectual español José Almoina Mateos, secretario particular de Trujillo y luego adversario asesinado por órdenes de este, en su libro antitrujillista escrito bajo el seudónimo de Gregorio Bustamante, apuntó sobre el tema que el “Jefe” cuando era adolescente:
[…] merodeaba por las calles de San Cristóbal afanando cuanto podía, como ser medallas, cadenitas, relojes, etc. Toda esta prendería menuda la entregaba en su casa y cuando su madre le preguntaba “¿Qué traes ahí?”, él contestaba: “Chapitas”. (Gregorio R. Bustamante. Una satrapía en el Caribe. Central de Libros. C. por A. Santo Domingo. p. 15).
Almoina lo ubicaba afanando o robando objetos de valor como cadenas y relojes. Nadie discute que el personaje era adicto a las medallas y/o condecoraciones desde su mocedad, se hizo otorgar centenares, incluyendo collares de oro. En la práctica todo empezó siendo un nombre común que no era considerado ofensivo por sus familiares y relacionados, que así lo denominaban en confianza.
Mario Read Vitini en su libro Trujillo de cerca, inserta una cruel anécdota que le refirió doña Lela Medina compueblana de “El Jefe”, quien residía en San Pedro de Macorís en los tiempos que este prestaba servicio en el Seibo como oficial de la Policía Nacional Dominicana y visitaba su domicilio donde almorzaba. Cierto día, Doña Lela lo vio llegar con el uniforme repleto de barro y esto le llamó la atención, el susodicho siempre estaba bien acicalado. Read Vitini resaltó en su relato que Trujillo:
[…] contó como esa misma tarde había acabado con una familia de gavilleros, hombres mujeres y niños y que, él mismo había ahorcado algunos de ellos. Lela, horrorizada, le dijo:
“Ay, Chapita, “¿Cómo puedes ser tan cruel? ¿Cómo puedes hacerles esas cosas a esos infelices?” Y nos dijo que él le contestó con cierta sorna: “¡No te mortifiques, mamita, que esas gentes no eran familia tuya…!” (Mario Read Vitini. Trujillo de cerca. Editora San Rafael. Santo Domingo, 2007. p. 47).
Sus conocidos de modo habitual le decían Chapita antes de llegar a ser un personaje todopoderoso. El distinguido intelectual Ramón A. Font. Bernard nos relató que Marina Trujillo (hermana del autoritario mandamás) era su madrina, siendo adolescente un día que fue a visitarla de repente irrumpió en la casa “El Jefe”, su hermana lo saludó diciéndole: “Hola Chapa”, Trujillo no le respondió y siguió hacia la parte interna de la casa buscando al esposo de Marina que era general del Ejército, con quien se quedó conversando. Cuando se retiraba al llegar a la sala acompañado del cuñado, Trujillo le espetó: “Dile a tu mujer que yo soy el Jefe”. En evidente enfado con su hermana por llamarlo con el mote familiar, ante un joven que en aquellos momentos desconocía.
Aníbal Trujillo Molina, en 1933 desde Londres se dirigía a su hermano el “Benefactor de la patria”, llamándolo por su calificativo familiar Chapa, como se aprecia en un fragmento de esta carta facsimilar.
Fuente: Bernardo Vega. Los Trujillo se escriben. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1987. p. 44)
Otra anécdota de interés la ha aportado a la historia el comandante cubano-dominicano Delio Gómez Ochoa, de los héroes de la gesta del 14 de Junio de 1959. El comandante ya prisionero de las tropas trujillistas fue trasladado a la temible cárcel de la 40 donde fue torturado, cuando Trujillo asistió a la cárcel le fue presentado este prisionero, también fue conducido al lugar el recluso y adolescente Pablito Mirabal, cubano ahijado del comandante que vino con los patriotas. Delio Gómez Ochoa describe en sus memorias el histórico momento que Trujillo le preguntó a Pablito:
“¿Usted sabe quién soy yo”
“Pablito le señaló: “Si, usted es Chapitas”, que era como le decían burlonamente a Trujillo por la cantidad de medallas y condecoraciones que usaba, muchas de las cuales se las confirió él mismo. La respuesta de Pablito fue para mí una sentencia de muerte definitiva. “De esa no nos salva nadie” -pensé- sin embargo, nada pasó”.
“No conozco si alguien alguna vez le dijo a Trujillo algo así en su propia cara, pero Ramfis no pudo disimular la risa, entonces el padre también sonrió, aunque más bien salió una mueca”. (Delio Gómez Ochoa. La victoria de los caídos. Editora Alfa & Omega. Segunda edición. Santo Domingo, 1998. p. 185-186).
Este apelativo considerado en aquella época despectivo para Trujillo, Pablito posiblemente fue el primero que se lo dijo con ese tono peyorativo frente a frente, lo salvó no solo su condición infantil, sino la inesperada risotada de Ramfis. En definitiva el sobrenombre de Trujillo hasta el 30 de mayo de 1961 era Chapita.
Miguel Angel Bissié vinculado al operativo del tiranicidio, explicó la versión de los acontecimientos en esa histórica noche. Bissié estaba en la residencia de Juan Tomás Díaz y allí se relató como ocurrió el célebre encontronazo con el “Jefe”, enfatizando que Antonio de la Maza al asestarle el tiro de gracia a Trujillo: “Esos fueron los momentos de máxima satisfacción del grupo, de la Maza la exteriorizó gritando: “Este gavilán no come más pollo”. (Miguel Angel Bissié. Trujillo y el 30 de mayo. En honor a la verdad. Susaeta Ediciones Dominicanas. Santo Domingo, 1999. p. 74).
El historiador Juan Daniel Balcácer en su obra de investigación sobre el tiranicidio, refrenda esta versión, solo que en vez de gavilán señala que el ave mencionada fue el guaraguao. (Juan Daniel Balcácer. Trujillo el tiranicidio de 1961. Grupo Santillana. Santo Domingo, 2007. p. 168). En definitiva existe una coincidencia básica en la inmortal expresión, ambas aves son rapaces.
Mientras Bienvenido García Vásquez, también del equipo que coadyuvó al tiranicidio, explicó que en otro momento cuando presentaban el cadáver al maestro de la medicina Marcelino Vélez Santana, para que certificara si el hombre estaba muerto, Antonio de la Maza exclamó: “Yo sabía que ese perro no ladra más, porque ese tiro (señalando debajo del mentón), ese tiro de gracia se lo di yo”. (Eduardo García Michel. 30 de mayo. Trujillo ajusticiado. Susaeta Ediciones Dominicanas. Segunda edición. Santo Domingo, 2001. p. 126)
(El suscrito junto al doctor José Díaz entrevistamos al apreciado maestro Marcelino Vélez Santana y efectivamente nos refirió que al ser contactado para trasladar los heridos en busca de asistencia médica, fue conducido hasta el garaje del domicilio de Juan Tomás Díaz donde permanecía el cadáver para que certificara si estaba muerto, como era lo real. Nos dijo el maestro que fue un momento muy impresionante).
En definitiva en las más importantes versiones prevalecen epítetos que tenían afinidad con el ajusticiado, o sea gavilán, guaraguao y perro (este último en su significado de despreciable), no se menciona el vocablo chivo. Antonio Imbert Barrera participante directo en el ajusticiamiento, fue entrevistado sobre el tema por el Listín Diario el 3 de abril de 1964, pero no se refirió al asunto en cuestión. (Ver la entrevista en: La muerte de Trujillo según sus autores y los papeles de Ramfis Trujillo. Emilio Rodríguez Demorizi. Bernardo Vega, editor. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 2006. pp. 59-98).
Definitivamente no aparece el chivo vinculado a Trujillo en vida. Salvo una premonición no advertida, que se puede interpretar ahora, y es en el magnífico poemario Compadre Mon (1940), cuando el ilustre poeta Manuel del Cabral sin imaginárselo discurría sobre el chivo muerto y la utilidad de su piel en la fabricación de tamboras:
CHIVO
Tú que con tu misma muerte
en el tambor quita luto.
Como a tí, chivo difunto,
estoy viendo al muerto rico
aquel muerto que, por bruto,
pone siempre alegre el luto
aunque deje triste el pico.
(Manuel del Cabral. Obra poética
completa. Editora Alfa & Omega.
Santo Domingo, 1987. p. 111).
El Chivo Trujillo con su muerte inhibió el luto y puso alegre a muchas familias que él había diezmado asesinando a parientes. También con aquello de “chivo difunto” que era un “muerto rico”, como sucedió con el personaje de marras. Una gran coincidencia dos décadas previas, un chivo rico que su muerte incitaba a la alegría.
El escritor norteamericano Bernard Diederich, en su libro pone en boca de Huáscar Tejeda la expresión; “Se hizo. El maldito Chivo está muerto”, (Bernard Diederich. Trujillo la muerte del dictador. Editora Cultural Dominicana, S. A. Segunda edición. Santo Domingo, 1978. p. 118). Es la mención más frecuente de El Chivo en la noche del 30 de mayo de 1961.
Para la época el país no contaba con suficientes vehículos de cargas ligeras o medianas y era una costumbre traer a la Capital chivos amarrados en los baúles (semiabiertos) de los carros de pasajeros desde los pueblos del Sur y el Cibao para comercializarlos. La versión muy discreta de adultos que escuchamos en aquellos peligrosos tiempos de nuestra adolescencia, fue que al “Jefe” lo trataron como un chivo cuando lo introdujeron en el baúl de un carro para conducir su cadáver al domicilio del general Juan Tomás Díaz en la calle César Nicolás Penson y ocultarlo en el garaje de la residencia, donde finalmente fue localizado por sus esbirros casi amaneciendo el 31 de mayo de 1961.
(También la muchachada se divertía agarrándose del área del baúl de los carros cuando circulaban a mediana velocidad para que los remolcaran, a esta diversión se le denominaba ·hacer “chivo”).
A partir de aquel entonces, se empieza a difundir con mucho cuidado el mote acentuando que Trujillo fue tratado como un chivo, trasladado en atención a la usanza de la época en el baúl de un carro. Tras la huida de los remanentes de la familia Trujillo, el destacado músico y compositor Antonio Morel con la venia de los caprinos, inmortalizó el nuevo sobrenombre con el famoso merengue: «Mataron el Chivo».
Cuatro décadas después se relanzó de modo colosal a nivel nacional e internacional el apodo póstumo de Rafael Trujillo, cuando el renombrado escritor Mario Vargas Llosa publicó su novela La fiesta del Chivo. Calificada desde el ámbito crítico por el literato e historiador Pedro Conde, como el acontecimiento sociológico literario más importante ocurrido en el país desde la muerte de Trujillo. (Pedro Conde Sturla. El chivo de Vargas Llosa. Una lectura política. Pericopepe@live.com. Segunda edición. Santo Domingo, 2011. p. 61).
Trujillo durante su áspera hegemonía entre otras impertinencias insistió para que sus coetáneos lo perpetuaran como “El Jefe” o el “Benefactor de la patria”, la justicia histórica en su defecto lo sentenció de modo insoslayable con los alias sui géneris: «Chapita» y «El Chivo».