En las entrañas de un farallón situado en el entorno de Cabo Rojo, que mira hacia Bahía de las Águilas, en el sureste del municipio Pedernales, vivieron durante cerca de medio siglo al menos una docena de pescadores con sus familias, aunque de manera temporal la cantidad subía hasta 25. En el interior, ellos crearon sus espacios separados con pedazos de madera, zinc y sábanas viejas. Y allí transcurría todo, hasta su intimidad.
Carecían de servicios de energía eléctrica, agua potable y de sanitarios. Cada jornada de pesca sobre sus yolas en el mar Caribe, incluida isla Beata, comenzaba en la madrugada y al final solo quedaba vender los productos a intermediarios y pasarse el resto de cada día, de manera estoica, lidiando con el calor, los mosquitos y las noches, hasta la próxima madrugada.
Sobrellevaban el hacinamiento del empobrecimiento progresivo y, en el mismo sitio, sus hijos, que no frecuentaban el pueblo, recibían la visita de un profesor con la encomienda de “dar clases”.
El camino hacia aquel submundo de “incivilizados”, desde las exclusivas instalaciones de la minera estadounidense Alcoa Exploration Company, representaba unos tres kilómetros de infierno. Solo los cazadores de chivos y cerdos cimarrones solían andarlo cuando iban en busca de sus presas.
En 2009 la Cueva de los Pescadores fue liberada y sus inquilinos en ese momento fueron dotados de viviendas de madera y zinc, con servicios básicos incluidos, construidas al costa oeste por el Gobierno vía Medio Ambiente y Recursos Naturales (gestión del ex vicepresidente Jaime David Fernández Mirabal). En la ocasión, habilitaron un sendero y un mirador para turistas.
El carácter singular del entorno y el espectáculo permanente del mar con su bahía, gratuito, estaba en la mira de hombres aguzados dispuestos a aprovechar las ventajas de aquel lugar estratégico.
Entonces, hicieron un restaurante estilo rancho, y otro, y un ecolodge, glamping… Y comenzaron a llegar parroquianos desde otras provincias y países porque tales negocios no están al alcance de la mayoría de los pedernalenses residentes en los municipios de la provincia (Oviedo y Pedernales).
La carretera desde el sitio del antiguo balneario de Cabo Rojo sigue siendo un atentado contra los vehículos, igual que la bajada desde Cueva de los Pescadores hasta la hermosa playa de arenas blancas Bahía de las Águilas.
Hoy, tras el inicio de la construcción de la infraestructura básica y el complejo de hoteles del proyecto turístico frente a la playa Cabo Rojo, los negocios en la Cueva de Pescadores han cobrado más vida. Son comunes las excursiones que llegan en autobuses desde la capital, Santiago y otros pueblos. Y el perímetro de la impresionante caverna por momentos adquiere pinta de estacionamiento.
El sábado 3 de agosto de 2024, el Gobierno inauguró en Cabo Rojo un pequeño muelle de madera para pescadores, con capacidad para 54 embarcaciones pequeñas (yolas), construido a un costo de 36 millones de pesos, según las autoridades. La obra fue entregada por la vicepresidenta Raquel Peña, quien destacó que procuran el bienestar de los pescadores y sus familias.
La coyuntura permite reiterar nuestra propuesta para que la Cueva de los Pescadores sea puesta en valor de cara al desarrollo turístico planteado. Lo mismo con las casitas de madera que están en su área.
Tomando las previsiones correspondientes en términos de medioambiente, pienso que en la cueva se podría edificar un conjunto de tiendas para vender artesanías y otros detalles. Y designar con nombres de los pescadores originarios cada negocio.
Si el presidente Luis Abinader escucha nuestro clamor e instruye a sus funcionarios sumaría otro atractivo a la oferta de la provincia para turistas y, al mismo tiempo, haría un justo reconocimiento a hombres de trabajo que descubrieron en el mar su fuente de vida, que no son los “kilos”.
Por lo pronto, un proyecto así no invadiría la playa, ni violaría de las normas sobre medioambiente. Tampoco costaría millones.