NUEVA YORK – En 2022 hubo un marcado aumento de la inflación tanto en las economías avanzadas como en los mercados emergentes. Las tendencias estructurales hacen pensar que será un problema secular y no transitorio. En concreto, muchos países están trabados en «guerras» (algunas reales, otras metafóricas), que producirán expansión del déficit fiscal, más monetización de deudas y más inflación en el futuro.
El mundo atraviesa una especie de «depresión geopolítica», coronada por la creciente rivalidad entre Occidente y varias potencias revisionistas alineadas (o aliadas) como China, Rusia, Irán, Corea del Norte y Pakistán. Hay un auge de guerras frías y calientes. La brutal invasión rusa de Ucrania todavía puede expandirse con inclusión de la OTAN. Israel (y por tanto, Estados Unidos) se encuentra en rumbo de colisión con Irán, que está muy cerca de obtener armas nucleares. Medio Oriente en su conjunto es un polvorín. En tanto, Estados Unidos y China están enfrentados por dos cuestiones: el dominio de Asia y la posibilidad de una reunificación forzosa de Taiwán con el territorio continental.
Es así que Estados Unidos, Europa y la OTAN se están rearmando, como casi todos en Medio Oriente y Asia, incluido Japón, que ha iniciado su mayor acumulación de fuerza militar en décadas. Es casi seguro que habrá más gasto en armas convencionales y no convencionales (incluidas las nucleares, cibernéticas, biológicas y químicas) y esos desembolsos pesarán sobre el erario.
En tanto, la guerra global contra el cambio climático también será onerosa para los sectores público y privado. Las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático pueden costar billones de dólares al año durante décadas, y sería ingenuo pensar que todas estas inversiones serán un estímulo al crecimiento. Es verdad que después de una guerra real, con destrucción de buena parte del capital físico de un país, una oleada de inversiones puede producir una expansión económica; pero aun así, el país en cuestión será más pobre por haber perdido una gran proporción de su riqueza. Lo mismo vale para las inversiones relacionadas con el clima: una proporción significativa del stock de capital actual se tendrá que reemplazar por haberse vuelto obsoleto o haber quedado destruido por fenómenos climáticos.
También estamos librando una costosa guerra contra pandemias futuras. Por una variedad de razones (que en algunos casos se relacionan con el cambio climático), los brotes de enfermedades con potencial pandémico se volverán más frecuentes. Sea que los países inviertan en medidas de prevención o enfrenten las futuras crisis sanitarias una vez producidas, experimentarán un aumento permanente del gasto, y ese gasto adicional se sumará a la creciente carga asociada con el envejecimiento poblacional y el mantenimiento de sistemas sanitarios y jubilatorios pagados con ingresos corrientes. Se calcula que en la mayoría de las economías avanzadas, esta carga de deuda no financiada implícita ya es comparable con la deuda pública explícita.
Además, se intensificará la guerra contra los efectos disruptivos de la «globótica»: la combinación de globalización y automatización (incluidas la inteligencia artificial y la robótica) que plantea una amenaza creciente a todo tipo de ocupaciones de alto y bajo nivel de calificación. Los gobiernos estarán bajo presión de dar auxilio a los excluidos, sea mediante esquemas de ingreso básico, transferencias fiscales a gran escala o una enorme expansión de los servicios públicos.
Estos costos serán altos incluso si la automatización provoca un gran aumento del crecimiento económico. Por ejemplo, a un país como Estados Unidos, sostener un ingreso básico universal de apenas mil dólares al mes le costaría alrededor del 20% del PIB.
Por último, también tenemos que librar una guerra urgente (y relacionada) contra la creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Si no lo hacemos, el malestar que aflige a los jóvenes y a muchas familias de clase media y trabajadora seguirá impulsando un rechazo a la democracia liberal y al capitalismo de libre mercado. Para evitar que regímenes populistas lleguen al poder y apliquen políticas económicas imprudentes e insostenibles, las democracias liberales tendrán que gastar una fortuna en reforzar sus redes de seguridad social (algo que muchas ya están haciendo).
Librar estas cinco «guerras» será costoso, y habrá factores económicos y políticos que limitarán la capacidad de los gobiernos para financiarlas con más impuestos. En la mayoría de las economías avanzadas (y sobre todo en Europa), la presión tributaria ya es alta, y los intentos de subir impuestos a las rentas altas y al capital (suponiendo que esas medidas puedan superar la barrera de los lobistas o conseguir apoyo de los partidos de centroderecha) chocarán contra prácticas de evasión, elusión y arbitraje fiscal.
De modo que estas guerras necesarias aumentarán el gasto público y las transferencias como proporción del PIB, sin un aumento comparable de los ingresos fiscales. Crecerá aun más el déficit presupuestario estructural, con posibilidad de llegar a ratios de deuda insostenibles que aumentarán los costos de endeudamiento y culminarán en crisis de deuda, con obvios efectos adversos sobre el crecimiento económico.
Para los países que se endeudan en moneda propia, la opción más sencilla será permitir una mayor inflación para reducir el valor real de la deuda nominal a tasa fija a largo plazo. Esta estrategia actúa como un gravamen al capital que perjudica a ahorristas y acreedores en beneficio de solicitantes de crédito y deudores; y se puede combinar con medidas complementarias drásticas, como la represión financiera, impuestos al capital o incluso la cesación de pagos (en el caso de países que se endeudan en moneda extranjera o emiten mayoritariamente deuda a corto plazo o indexada por inflación). Como el «impuesto inflacionario» es una forma subrepticia de tributación que no necesita aprobación de los poderes legislativo o ejecutivo, es la vía de menor resistencia por defecto cuando el déficit y la deuda se vuelven cada vez más insostenibles.
Me he centrado ante todo en los factores del lado de la demanda que causarán más gasto, déficit, monetización de deudas e inflación. Pero a mediano plazo, también puede haber numerosos shocks negativos de oferta agregada que se sumen a las presiones estanflacionarias actuales y aumenten el riesgo de recesión y crisis de deuda en cadena. La Gran Moderación está muerta y enterrada; la Gran Crisis de Deuda Estanflacionaria ya está aquí.
Traducción: Esteban Flamini