Tenía 16 años y muchos sueños guardados en el bolsillo. Estaba indecisa entre las carreras que quería estudiar, Economía o Periodismo. Y también a pesar de que en ese momento no tenía idea de nada, me sentía esperanzada del futuro como futura mujer dominicana que iba a trabajar y hacer cosas de personas adultas. Lamentablemente, ese sentimiento esperanzador, duró muy poco tiempo.
En una sesión de estudios, cuando me preparaba para tomar las Pruebas Nacionales del año 2009, empezó un noticiero que emiten en la región del Cibao. En la parte de los comerciales hubo un anuncio que me dejó impactada. Se trataba de una píldora que potenciaba la duración del hombre en el acto sexual. Una pareja iba en un auto y en medio de la carretera, se pinchó una goma. Así es que la mujer, a raíz de supuestamente sentirse energizada porque su “macho” había rendido sexualmente, se puso a cambiar la goma, y no dejó que su pareja se moviera de su asiento. Entonces, el hombre, con una cara de satisfacción y orgullo, empieza a cantar lo siguiente: “en la intimidad, no se puede estar fallando, para esos momentos, siempre tenga [nombre de la píldora]”. Básicamente, el anuncio transmite que la mujer se reduce a un medio para obtener placer; y que el hombre es un ente de poder porque puede rendir sexualmente.
Hace catorce años de ese momento y aún recuerdo el asco que me provocó. La actitud del señor del anuncio puede ser extrapolada a otros escenarios donde el poder del hombre reduce o aleja el de la mujer. Basta tomar un vistazo general a nuestro capital cultural. Celebramos o ignoramos las actitudes irreverentes que vienen de los hombres pero penalizamos a las que vienen de una mujer. Por ejemplo, amamos las canciones de Omega pero odiamos a Tokischa porque es muy vulgar. O también, si un hombre trabaja mucho y no atiende su casa pues es un hombre responsable; pero si una mujer hace lo mismo, entonces es una irresponsable y una charlatana. Si una niña coloca un video en Tik Tok en bikini o en una “provocativa”, a causa de la sexualización temprana a la que está expuesta, entonces esa niña se lo buscó. Un ejemplo es el caso de Esmeralda Richiez, una adolescente de 16 años violada por su profesor lo que eventualmente provocó su trágica muerte. Ella es culpada en vez de ser tratada como la víctima. La sociedad la mató dos veces. La primera cuando no la protegió de su agresor y la segunda cuando la acusó de su propio crimen. O sea. ¿Es en serio?
No merecemos felicitaciones por ser mujeres, merecemos entre muchas otras cosas, respeto.
El feminismo es un movimiento lejos de ser perfecto. Pero, si algo tiene que se debe resaltar, es la igualdad de oportunidades. Las mujeres y los hombres no somos iguales. Tenemos anatomía distinta y eso es una cuestión biológica. Ahora bien, más allá de nuestras creencias o de nuestras identidades, merecemos las mismas oportunidades, los mismos buenos tratos y los mismos derechos. Ya basta de reducir a las mujeres y engrandecer a los hombres. Ya basta de que las mujeres se sacrifiquen tanto por los hombres (por ejemplo, ¿cuántos métodos anticonceptivos existen para el hombre y cuántos para las mujeres?). Basta de pensar que el hombre es el macho que debe proveer, no debe mostrar emociones (¡los niños si lloran!), se debe preocupar de cosas materiales, en fin, lo que llaman la masculinidad tóxica. En contraste, las niñas son princesas, que no pueden hacer mucho ruido pero si pueden sentir y llorar, y que fin último de sus vidas es unirse a un hombre o procrear vidas.
Un excelente mecanismo de (ojalá) erradicar estas actitudes es usualmente a través de la educación. No tan solo con educación sexual, que contrario a las creencias populares, es extremadamente necesaria pero tampoco es una solución mágica, sino a través de la educación integral. Esa que promueve el pensamiento crítico. Esa que permite cambiar de opiniones y patrones que están arraigados en algo que ya no funciona. Pienso en que si tuviera 16 años otra vez, probablemente me sienta igual de repugnada como me sentí hace 14 años, cuando vi ese anuncio. Y eso sencillamente es insólito.
No sigamos manchando esperanzas ajenas y destrozando sueños. ¿Hasta cuándo? No merecemos felicitaciones por ser mujeres, merecemos entre muchas otras cosas, respeto. Si bien cada 8 de marzo se conmemoran a los derechos que arduamente hemos luchado hasta conseguir, queda mucho por hacer.