Ha sido traducida al español Moi, Tituba sorciére….Noire de Salem de Maryse Condé (Guadalupe, 1937). La obra fue publicada en 1986 por la editorial Mercure de France. La traducción al español lleva como título Yo, Tituba, la bruja negra de Salem y es realizada por Martha Asunción Alonso para la editorial Impedimenta (2022). La obra fue premiada en 1987 con el Grand Prix Littéraire de la Femme (Francia) y constituyó la segunda novela de la autora. No es la primera obra Condé que se traduce al español ni es la novela más comentada de ella. En mi caso, es la segunda obra que leo de esta autora, la primera fue Corazón que ríe, corazón que llora (en francés, Le Coeur à Rire et à Pleurer, publicada en 1999), con traducción de Asunción Alonso y editada por Impedimenta en 2018, cuando se le otorgó el nobel alternativo a la escritora.

Como en nuestro país no hay racismo (estoy siendo sarcástico) imagino que ningún profe de Lengua y Literatura tendrá inconveniente con presentarle a sus alumnos esta autora negra que reivindica la negritud desde las Antillas. Recordemos que somos antillanos y que todas las Antillas tienen sus vasos comunicantes en torno a ciertos temas. Nada de lo que narra Condé en sus novelas no es ajeno como país y, a pesar de las barreras del idioma al no estar bajo el poder del otrora poderoso imperio español sino del francés o/y del inglés, los autores de las Antillas menores han mantenido un discurso de lo «criollo» antillano o creolidad que no solo resulta interesante, sino reveladores de ciertos mecanismos o caminos de liberación del ser y de aceptación de sí (lo que nos falta por mucho). Las obras de Condé constituye un corpus literario digno de analizarse en cuanto a reivindicación de la mujer negra antillana y el dar voces (ficcionales) a la mujer esclavizada y violentada por el sistema colonial y patriarcal.

Al respecto, ¿qué me aporta Yo, Tituba, la bruja negra de Salem? Primero, hemos tenido, dada la tradición religiosa heredada y que se impone como hegemónica, una relación malsana con el sincretismo religioso que pueblan las Antillas. Nuestra postura, por lo regular, es restringirla a un sector desfavorecido de la población y que, desde un imaginario racial construido, no me representa como colectividad en el peor de los casos o, en uno más sensato, solemos verlo como un elemento folklórico a respetar, pero que nada aporta a la vida o a las creencias religiosas compartidas. Con esta novela, Condé sitúa la brujería como un discurso propio de la religión hegemónica blanca y el amo blanco como el agente de la maldad que utiliza este discurso para destruir y esparcir el odio y la muerte sobre los demás. En cambio, Tituba es la búsqueda permanente de la libertad, del bien, de sí misma como mujer negra con todas sus incongruencias, sus miedos, sus defectos, sus espíritus que le acompañan.

No se trata de una mirada dualista sobre el mundo a partir de la confrontación de las razas, sino de una mirada sobre el ser mujer en una época de maldad humana disfrazada de fervor religioso. La cuestión racial se ilumina en la lucha por la libertad, en la lucha de clases, en la lucha de género y, sobre todo, en la complejidad del ser humano que intenta conquistarse a sí mismo en un sistema que le niega humanidad. Tituba luchó contra el mal sin poder vencerlo, luchó contra el amor que esclaviza sin poder evitarlo, luchó contra el deseo sexual de los hombres sin liberarse de sus miradas. Solo tras la muerte consigue Tituba la esperada libertad y la capacidad de realizar todo el bien que había anhelado con sus «fuerzas ocultas».

En la novela, segundo punto, Condé sugiere una discusión muy profunda entre historiografía y ficción y la reivindicación de aquellas vidas que, como dice Paul Ricoeur, merecen contarse y no solo por su ejemplaridad según los cánones del verdugo, sino por ser vidas silenciadas por los discursos oficiales y oficialistas. La novela no es panfletaria, sino reivindicativa. Es un proyecto de una nueva visión del mundo que se propone para la reflexión y la crítica liberadoras.