Trataremos un tema muy espinoso porque toca áreas de fuertes intereses económicos. Lamentablemente cuando algo afecta la vida humana no hay tantos conflictos como cuando afecta algunos intereses económicos.
La Revolución Industrial que se desarrolló en el siglo XVIII en Inglaterra y luego en otros países de Europa, nos enseñó el poder económico y el progreso que puede ser alcanzado con la tecnología. Se dejó a multitudes sin trabajo por haber sido sustituidos por máquinas, pero ante las riquezas generadas y el desarrollo logrado, dejar muchos padres de familias desempleados pareció un efecto colateral de importancia secundaria y comenzó a plantearse el reducir la población. Las naciones que se involucraron más de lleno en esta revolución, indiscutiblemente lograron supremacía sobre las que no lo hicieron, por lo que el mensaje estaba dado, la consigna sería aumentar el desarrollo económico al precio que fuere.
Estamos mostrando tendencia a la neofilia, todo lo nuevo es recibido con excesivo entusiasmo. Este esnobismo afortunadamente incentiva la innovación y la creatividad. Sin embargo, esta búsqueda está centrada casi exclusivamente en la obtención de mayores riquezas, no necesariamente en favorecer la vida humana. Abundan los discursos demagógicos expresando el interés de ayudar a la humanidad, pero en la práctica las acciones se concentran principalmente en los beneficios económicos. Cualquier estadista o magnate empresarial, hablaría de forma conmovedora sobre el bien del planeta, pero cuando esto supone sacrificios económicos sus actos podrían aparentar que traicionan sus ideales.
Hemos utilizado la tecnología para acomodarnos tanto, que ahora necesitamos programar tiempo simplemente para caminar, porque vemos que la disminución de la actividad física está deteriorando nuestra salud. Algunos jóvenes se lamentan si encuentran un ascensor fuera de servicio, sin embargo, se someten a ejercicios intensos para “mantenerse en forma”.
Necesitamos energía eléctrica para que nuestros equipos funcionen, pero para generar esa energía estamos afectando severamente nuestro medio ambiente. La energía nuclear es presentada por muchos como la solución, pero ante accidentes como el de Chernóbil, que convirtió la región en un infierno, provocó muertes horrendas y ocasionó mutaciones monstruosas, habría que analizar si es justo arriesgar la humanidad simplemente para producir más dinero.
Nuestra ilusión con los aparatos nuevos nos hace ingenuos y acríticos, mostramos una tendencia a aceptar lo nuevo, complejo o impresionante, olvidando el detalle de valorar si realmente es conveniente. Desarrollar algo nuevo, especialmente si es algo muy costoso, supone mucho prestigio social y grandes beneficios. Profesionales del mercadeo y de las artes publicitarias se encargan de convencernos de que ya no podemos vivir sin comprar esos nuevos productos. De esa forma nos llenamos de artefactos que tal vez no necesitamos ni utilizaremos o que incluso podrían perjudicarnos a largo plazo.
Actualmente hay mucho entusiasmo con la Inteligencia Artificial (IA), creemos que convertirá al Mundo en un paraíso. Hay ocupaciones que seguramente desaparecerán y algunas personas serán sustituidas por máquinas. La IA “piensa” mediante las intenciones de quienes la programen y no tenemos garantías de que no se salga de control, tampoco tenemos la paciencia para investigarla mejor antes de lanzarla al mercado. Ya algunos están advirtiendo que podría ser utilizada como arma, especialmente cuando las personas evitan utilizar su “inteligencia natural”.
Muchos entienden que nuestro cerebro es igual a una computadora. Sin negar las similitudes, la principal diferencia con las máquinas es que nosotros sentimos, tenemos emociones, doliéndonos cuando algo no está bien. Exceptuando a los psicópatas y dementes, las personas normales cuando hacen daño a otros se sienten afectadas por sus actos; porque hay mecanismos interconectados dentro y fuera del ser humano, diseñados para que pueda comprender cuando debe cambiar, lo que hace posible la vida comunitaria. Las máquinas son programables con la información que le damos y priorizarán lo que establezcamos, si las convencemos de que principalmente deben proteger al planeta, podrían decidir eliminarnos a nosotros para que no podamos seguir destruyéndolo. Si las programa un grupo humano, podría perjudicar a otro grupo humano, porque todavía no tenemos la madurez para desarrollarnos sin hacernos daño los unos a los otros.
Por otro lado, hay científicos que se han dedicado a investigaciones en las que, por ambición desmedida, incursionan en terrenos muy reñidos con la ética. La novela de Frankenstein narra un fenómeno real, aunque con detalles ficticios.
No podemos detener el desarrollo científico, tecnológico e industrial, pero si no avanzamos también en el desarrollo mental, ético, emocional y espiritual, cada nuevo logro humano será a la vez un peligro potencial. Las manipulaciones genéticas realizadas por científicos en animales e incluso humanos, usualmente con fines económicos, bélicos o para consolidar el poder político, lo vemos frecuentemente en novelas de ficción, pero nada nos garantiza que no existan en la realidad.
Evidentemente todavía necesitamos aprender a convivir en armonía, imaginemos nuestro futuro si logramos desarrollar armas más poderosas que las actuales.
No importa qué nuevo invento o aparato desarrollemos, si no perfeccionamos también al ser humano, sus beneficios serán dudosos e incluso peligrosos. La ciencia sin ética es mucho peor que la ignorancia.