En un artículo previo, manifesté preocupación por los que me parecían visos peligrosos de inclinación a la egocracia, ejercida por ciertos individuos desde sus posiciones directivas del enclave cultural nativo. Remociones (¿remezones?) posteriores me dieron la razón, pero ahora la devuelvo: no es que algo que uno desearía tener siempre.[i] La identificación de dicha inquietud (más bien síntoma) narcisista, más el hecho singular que caracteriza a la última generación poética dominicana (fungir como su propia conciencia crítica[ii], incluso de los egócratas a lo interno de su grupo) son, desde mi perspectiva, inherentes a la robustas y formidables poesía y poética de Rossalinna Benjamín (Miches, 1979), desde su primer poemario, Manual para asesinar narcisos (Premio Nacional de Poesía Joven Feria del Libro 2011).

Este libro, advertencia muy temprana desde el predio literario, es lo que yo llamaría una expansión radical del espectro poético local. La poeta establecería, desde el principio y a su estilo, un evento dialógico con ciertas preocupaciones del pensamiento actual, desde Foucault (autorreferencialidad) a Cioran (Ese maldito Yo), pero pasando por Baudrillard (narcisismo dirigido, narcisismo seductor) y, sobre todo Lipovetsky (tan insistente en la perturbación que genera el narcisismo en nuestras sociedades, a raíz del “abandono de los grandes sistemas de sentido e hiperinversión en el Yo”)[iii]. Empero, Manual para asesinar narcisos es poesía, y por tanto desarrolla un contenido mucho menos abstracto que el propio de estas teorías y especulaciones antropológicas y gnoseológicas. Si acaso, más cerca estaría en ese plano de los intentos de quebrantar los mitos de la feminidad emprendidos por la Cisoux teórica, pues casi se puede ver La risa de medusa desde la imagen de portada: a las mujeres “¡les han hecho un anti-narcisismo! Un narcisismo que sólo se quiere haciéndose querer por lo que no se tiene (…) Nosotras, las precoces, nosotras las reprimidas de la cultura. Las bellas bocas amordazadas con polen, alientos cortados, nosotras los laberintos, las escalas, los espacios pisoteados; las robadas, nosotras somos «negras» y somos bellas”[iv].

Pero la Benjamín se decanta por el canto, no por el pensamiento, y nos vende su poesía como un “manual” para armar la vida. Simplemente, entró con paso firme y buen pie a la escena de la lírica local, para quedarse en casa. Y no dejándose nada en el umbral ni en la antesala, sino que, penetrando directamente hasta las habitaciones interiores, empieza por urdir la trama de sus asesinatos: sin testigos sobrevivientes. Una vez sentado esto, hemos de pasar a hablar de aquellas ubicaciones privativas de críticos literarios, reseñadores y periodistas culturales (yo no soy más que un poeta, pensando que los puñales únicamente se usan para mondar naranjas).

Un trabajo de reflexión titulado “La generación de los poetas sin nombre”, de Petra Saviñón[v], me parece uno de los argumentos más claros en torno al fenómeno de la novísima poesía nativa. Ella dice que los jóvenes poetas, aunque “sin bautizar” (es decir: sin contar con una designación clara que los identifique como generación para la posteridad), constituyen por lo mismo un conglomerado hiper diverso, y que apelan a abordajes muy distintos, con valentía de –y la cito– “desasirse de lo ya hecho” y “propugnando por una ruptura, por una diferenciación”. Es un tránsito difícil, como siempre ha acontecido en la historia literaria cuando se sucede a una generación fuerte, con presupuestos estéticos definidos, como ha sido la de los 80.

La discusión sobre los estratos de edad y las generaciones tiene visos de inacababilidad y –como era de suponerse–, no pretendo finiquitarlo aquí, de modo que me extraigo de esas arenas movedizas, no sin antes repetir (para insistir en su peligrosidad) otro señalamiento del trabajo en cuestión: el canto de cisne de las cotidianidades, el supuesto lenguaje crudo de empleo a veces abusivo en busca del efecto sorpresa, de la bofetada lexical apareciendo como un foso amenazante en algunos de estos poetas, quienes inadvierten el carácter prescriptible de muchos de sus usos y, por lo tanto, la inscripción que imprimen de fecha de caducidad en sus poemas sin pensarlo. Ese, para nuestro alivio, no es el caso de Benjamín.

Este libro fue premiado, pero pudo no haberlo sido, y nada habría cambiado su contundencia sutil, sus punzocortadas. Es posible intuir su propio devenir en estos versos, la Rossalinna real. A mí, amigo suyo, me consta que ha bregado, venciendo, con Narcisos, “pasmándose de sí mismos en una fuente sin fango” (Ovidio dixit en su Metamorfosis). El lector es el narciso real que, ante el espejo de la página, resulta el personaje mitológico, más que la flor de referencia en el libro. Este fragmento del poema “Para leer antes de sacarse los ojos” lo ejemplifica muy bien: A continuación voy a decir la verdad sobre los ojos, / –nuestros tan preciados ojos– / Sin los ojos seríamos más grandes, / Porque su inmensa sed de mundos nos ocupa mucho espacio, / Nos achica muchos sueños / Por eso no me gusta este par / Y a la primera oportunidad me deshago de sus trampas…

Es un espejo difícil, enturbiado por palabras mágicas, donde el que lee se ve y, procurando escabullirse de la ninfa Eco, termina por hundirse donde crecerá una flor. Esa flor del orgullo, la asechanza, es la que se quiere segar, la que se debe decapitar. Y para ello es que se ha escrito este vademécum lírico.

Al seguir sus instrucciones, podremos transformarnos en la silueta sutil, serpenteante, oculta, y no en la inadvertida víctima entrampada. Tomar en cuenta el “margen de error” y los “factores de riesgo”, con “El arma” preparada, sobada, como se dice, con el dedo en el gatillo, seguir las “precauciones pertinentes”. Y evitar “Errar el tiro” por el “Código de honor” de los poetas. Al final, en “El jardín abandonado”, para el cual “Este silencio está bien”, rendir nuestro “Informe final”.

Para llevar a cabo el atentado de lectura el procedimiento a seguir propuesto por Rossalinna es de este modo:

  1. Por lo que pudiera pasar, nunca olvide llevar cigarros, haber estado fumando siempre es una buena coartada…
  2. Lo siguiente es elegir el día, busque entre sus rencores más remotos un jueves bien torneado como un cocodrilo…
  3. Procure que no sea uno de esos días muy soleados, eso le quitaría magia al hecho.
  4. Deslíguese de las aceras, de las zonas culturales y de los lugares lluviosos, ahí es donde primero buscarán.
  5. Luego, encamínese, disimuladamente, por el lado turbio con pasos de gamuza (recuerde: es mucho mejor que sean de gamuza)…
  6. …y no se detenga a conversar con nadie.
  7. Conserve su soledad a como dé lugar, alejando a cualquier posible testigo. Con apenas mostrarle su propio reflejo huirán horrorizados.
  8. Evite a toda costa los cielos violetas, las nubes amontonadas haciendo espacio quién sabe para qué, la vista de cualquier cosa con alas y las paradas de autobús; mucho más, si hay en ellas un paraguas esperando con su alguien, una valija de acero y la mirada perdida.
  9. Ignore las señales de tránsito comunes, pues apelan a un civismo de lo más inconveniente que se pueda imaginar.
  10. Usted, gire siempre en U, dando la espalda a todos lados.
  11. No cargue objetos personales. Destruya sus recuerdos de estudiante, documentos de   identidad y las fotos de su madre.
  12. En estos casos siempre suceden imprevistos, ¡ya sabe!: se suicida algún astro, de repente comienzan a surgir poetas, pintores ebrios, manicuristas bicéfalas, niños rojos con los dientes de palo, titiriteros con las manos pobladas de teoremas, descubridores de tesoros, condenados a la horca vestidos de arzobispos y arañas de colores impensables persiguiendo mariposas. Por lo tanto, hágase de una capa (¡claro que negra!) que le cubra desde los sueños de infancia hasta el lunar de la barbilla.
  13. Es probable que se le acerque alguna duda, no se deje disuadir. Láncele una mirada torva, se alejará de inmediato.
  14. Si le da sed, comience a silbar alguna cancioncilla popular y avance.
  15. Avance que el tiempo apremia.
  16. Cuando sus dientes empiecen a castañetear, vacíe sus bolsillos.
  17. Pues, eso significa que se está acercando a su destino.
  18. No conteste a preguntas ni saludos, la cortesía no es una buena aliada en este tipo de situaciones.
  19. Respire hondo y olvide su nombre y apellidos.
  20. Ni se le ocurra cerrar los ojos en este punto, al contrario, trate de abrir algunos más.
  21. No le preste atención a esa vocecilla en su cabeza, concéntrese.
  22. Prepárese para decir la palabra clave. Pero no con su voz, le saldría vacilante o chillona y arruinaría el efecto.
  23. Llene sus pulmones de oxígeno y su cuerpo de silencio y diga esa palabra con fuerza, pero… ¡Demuestre estilo! Dígala con voz convincente, a lo Freud: ¡TIEMPO!
  1. Si escucha pasos acercarse: ya es la hora.
  2. Ajústese bien la capucha. Ponga mirada malvada. Y ahí, cuando todo comienza peligrosamente a abrirse, abrirse y abrirse en todas direcciones, corte el aire con el hombro izquierdo, bordee el terror de las compuertas y…

¡¡BANG!!

Muy simple, ¿no? Así parece. Sin embargo, este último acápite nos hace advertir que atentaremos con pólvora y no con filos agudos. Ya sea con arma de fuego “chilena” o con Glock sofisticada, la poesía, como la muerte, llegará de cualquier modo, y mejor con estampidos que con machete vaciao, con lengüe’mime agudo. De modo más expedito, con menos sangre y dolor, arribaremos a nuestro propio final, que es el final del libro y el inicio de lo que apunta ser la gran poesía que seguirá escribiendo Rossalinna Benjamín.

Y ahora yo me marcho tras mi víctima siguiente. Somos cómplices.

[i] Ver “Editar en las tinieblas”, columna El canon accidental de León Félix Batista en el diario Acento, marzo 13 de 2021.

[ii] Ver “Jack Veneno es inmortal: Poesía dominicana del tercer milenio”, columna El canon accidental de León Félix Batista en el diario Acento, enero 16 de 2021.

[iii] “Narciso a medida” en La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, de Gilles Lipovetsky, trad. De Joan Vinyoli y Michèle Pendanx, Anagrama, Barcelona, 1986.

[iv] “La risa de medusa”, de Hélène Cisoux, en Deseo de escritura, traducción de Luis Tigero, edición y prólogo de Marta Segarra. Reverso Ediciones, Barcelona, 2004, pp. 21-22.

[v] En Areito, suplemento cultural del periódico Hoy del sábado 21 de abril de 2012, República Dominicana.