Si me vas a dejar por otro, ten la delicadeza de podar el bonsái que dejé en tu terraza. Él no tiene la culpa de tus desaciertos. David Pérez.

Quién bien me conoce sabe que yo, cuando me entusiasmo por algo, pierdo el norte. Soy apasionada, excesiva, obsesiva, lo quiero tener todo, no perderme detalle, conocerlo al dedillo… Y lo malo es que no solo no pierdo esa capacidad con los años sino que mi delito continúa en imparable crescendo. Ni qué decir tiene que puedo ser considerada  un miembro socialmente peligroso por presentar cotas vergonzosas de productividad en favor del bien común. Cuanto más me entusiasmo con el interior de las más variadas cosas, me vuelvo al mismo tiempo un ser cada vez más y más huraño y menos comprometido y volcado al exterior.

Mi relación con las plantas tiende a ser caótica a lo largo de mi historia. Puedo confesar sin desdoro ni rubor que las adoro y las detesto por igual. Es mi sino. Me encantan por su irresistible belleza y por la atracción que me provoca el hecho de ser absolutamente ingobernables y salvajes si se las deja crecer a su suerte. Las detesto, sin embargo, cuando pese a mis esmerados cuidados y desvelos se amohínan  y ante mis ojos pierden brío y  esplendor. Me siento en esos casos, he de confesarlo, profundamente decepcionada por su caprichosa actitud y durante un tiempo las olvido con la sana intención de no volver a caer de nuevo en sus redes. Siempre fracaso. Tarde o temprano se produce en mi un nuevo retorno pleno de entusiasmo y de grandes promesas.

Es curioso, jamás pensé en ello, pero cada vez que inicio un nuevo proyecto, cada vez que reinicio mi vida en un espacio diferente las plantas y las flores me acompañan como promesa de hogar seguro y placentero. Siempre a lo largo de mi vida se ha repetido dicho tándem como hecho inconsciente y a la vez ineludible. Es raro lo sanador que resulta ser consciente de algunos hechos que has evitado analizar a lo largo de toda tu existencia. Pero esta es una aproximación básica, una primera toma de contacto dirigida a torpes jardineros y no una sesión de terapia para quién firma este artículo.

La buena noticia es que por primera vez, en mi largo y sinuoso recorrido en el mundo de la floricultura, encontré ejemplares autosuficientes y que ignoran olímpicamente mis cuidados. Básicamente no demandan casi nada de mí y ello a pesar de que intento que tomen aposento en rincón bien diferente a su hábitat natural. Puedo incluso certificar que este tipo de plantas agradecen satisfechas que sea escasa mi atención y hasta el hecho de que mi cara asome, tan solo de cuando en cuando, frente a la suya por aquello de no agobiar su carácter algo esquivo.

Creo que al fin hallé en este mundo con quién hablar de tú a tú. Entre todas ellas, puesto que son varias y de especies diferentes,  encontré una que ha llamado poderosamente mi atención, la Tillandsia o clavel de aire. Es esta una maravillosa planta a la que le trae sin cuidado si tiene o no sustrato que la alimente, que no pretende enraizar en maceta ni jardín de majestuoso porte, que le importa un carajo si le cantas, le bailas o le tejes una rebequita para sortear el frío. Ella es un espíritu libre. Tú búscale un agujerito de nada, deja que penda de un hilo, olvídala si te place en un rincón, a ser posible fresquito y húmedo y ella a su personal estilo y manera comenzará  a crecer viviendo tan solo del aire. Nada de sustratos tiquismiquis, nada de exóticas mezclas de humus de lombriz y corteza de no sé qué. Nada de gastar una fortuna en hermosos recipientes, ni de super vitaminar y vigorizar su raíz hasta el hartazgo. Nada de podas ni trasplantes de urgencia. Nuestra Tillandsia solo va a necesitar que de vez en cuando la bañes con un pulverizador barato y que después la ignores con olímpica indiferencia.

Dice de ella la Wiki, que para nociones básicas suele ser muy apañada, que la Tillandsia pertenece a un género de plantas mayoritariamente epifitas -que vaya usted a saber qué quiere eso decir- con más de seiscientas cincuenta especies aceptadas y que pertenece a la muy noble familia de las Bromeliaceae. Añade también que podemos encontrarla a lo largo y ancho de desiertos, bosques y montañas de todo el continente americano. Personalmente, como tantas otras cosas, desconocía su existencia. Ahora me siento literalmente fascinada y me he prometido a mi misma que en esta ocasión no puedo fallar en mi objetivo de cultivar el más bello jardín.

"Cuando se siembra una semilla de bambú japonés hay que regarla y abonarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los 7 primeros años". (Leyenda del bambú japonés. Autor desconocido).