Cuando logramos ver lo que sucede en esta ciudad, en este país a nivel de las políticas públicas, orientadas al bienestar de los usuarios de la ciudad violenta, tratando de  sobrevivir en la incoherencia  y avalancha de publicidad callejera, mal uso y estado de las aceras, ruido e incapacidad de las autoridades para sancionar, una se queda paralizada  intentando mostrar un retrato de erráticas soluciones institucionales.

Desde hace varias décadas se sabe que, existen ciertas técnicas de la publicidad que van dirigidas al cerebro haciendo que los que entran en contacto con ciertos movimientos y señales visuales modifiquen la conducta, se distraigan. Esas técnicas están aplicadas en esos paneles gigantescos, con los cuales se han llenado los cruces de calles y pobladas avenidas del país. Lo  que  parece ser muy normal, vistiéndose la ciudad de luces, sobre todo en países como este, donde la energía eléctrica es cara e insuficiente para el pueblo, existiendo comunidades donde aún la luz no llega.

El espacio reservado a  los ciclistas, sirve a los motorizados, civiles y militares  en contra marcha, deliverys kamikazes  y algún emigrante en  su primera bicicleta.

Pero estamos viviendo solo para consumir y consumirnos, y todo debe ser publicitado, “Homo videns “(Giovanni Sartori) en nombre del bienestar del pueblo hay que meterle a la gente  por las pupilas lo que queremos que vean, so pena de la pérdida  de la razón y la vida.

Ese ejemplo lo tienen Uds. en pleno corazón de la capital, – calle Pedro H. Ureña con Alma Mater, donde se ha colocado en una valla un enorme letrero eléctrico  cambiante, que pasa anuncios intermitentes con luces  de colores, durante 24 horas, luces que entran en los ojos de nuestros distraídos conductores sacándolos de sus mensajes de WhatsApp, para llevarlos a chocar con otros conductores en la misma convergencia de calles. Este tipo de publicidad  es un riesgo, en una población que no respecta las leyes y maneja  en plena adicción,  droga, alcohol y celular.

La contaminación ambiental de tal publicidad es inconcebible, por el daño a la salud de los vecinos, que ven  entrar los destellos intermitentes de dicha publicidad a sus habitaciones.

Permitir este tipo de letreros es un crimen, aunque están en las grandes ciudades, – Tokio, Londres, new York-  a partir de cierta altura, pero  jamás colocadas en el ángulo visual de los conductores, es una maldita locura.  ¿Qué  están  esperando las autoridades para eliminarlo? ¿Que se maten unos cuantos, en un  cruce de calle que tiene históricos accidentes?

Las soluciones  aplicadas, para el manejo “inteligente y orgánico”,   son tan aventureras y erráticas como permitir, que todo tipo de publicidad se coloque sin reglas, ni principios en las calles del país.

Manejar en esta ciudad se ha vuelto muy complicado…  una pequeña distracción puede llevarnos a una tragedia, con un campo automovilístico  creciendo sin control, entre ferias, chatarra internacional, y  ensamblaje de motos. El caos del tráfico  está caracterizado por el ruido, violación de la ley y heterogeneidad vehicular, conviviendo un triciclo lleno de cocos con  un Porche, un Lamborghini con una  patana sin freno  etc. Junto  al  mal uso de aceras  y ausencias de parqueos.

Se introducen soluciones maquillaje, pintar de amarillo los bordes de las aceras, cambiar de dirección las  calles o crear vías para ciclistas, en una sociedad que no tiene respecto por el  semáforo, ni el peatón, ni tradición de la bicicleta como medio de trasporte, sino como uso recreativo y deportivo, para una elite. Con soluciones de otros contextos, que no encajan en nuestra realidad.  El espacio reservado a  los ciclistas, sirve a los motorizados, civiles y militares  en contra marcha, deliverys kamikazes  y algún emigrante en  su primera bicicleta. Si  interesa tanto que las personas anden en bicicletas, hagan ferias para vender bicicletas, cambien los hábitos de usos, educando y sancionando la ciudadanía.