Una persona me dijo que pretendía dedicarse a la crianza de chivos, que era una de las cosas más rentables que existían en el vasto mundo de la ganadería. No especificó, es decir soy yo quien habla de un sector que, como todos sabemos, tiene su historia colonial, su historia republicana y su etapa democrática. El amigo hacía los cálculos del número de chivos que le representaba tal dinero y lo multiplicaba por el número de partos de las chivas. Hacia los cálculos aritméticos sin ningún esfuerzo. Invertiría en este negocio en dos meses.

Más cercano en el tiempo, un técnico capacitado, un sagaz político dominicano, decía en un video de Tik Tok que la siembra de aguacates era uno de los asuntos más rentables. Lo comparaba con el cultivo del arroz, algo que para él no era tan rentable. Los argumentos de este técnico, de larga data, parecen no tener contradicción: el número de matas de aguacates daba tal cantidad y el número de tareas aguantaba un número propicio de matas. Cada unidad de aguacate se vende a 60 pesos. Ambos analistas, el que habla de los chivos y el técnico que habla de los aguacates, tienen razón: se van al meollo del asunto y pueden considerarse empresarios sagaces. Obviamente hay un sinnúmero de negocios, pero nos concentramos en estos dos. Y podemos decir que hay registro histórico de estas dos modalidades. Para el que entre en este negocio es bueno que se sepa que esto es un mundo: tiene que tener fe en los cultivos y en la cría.

De los tiempos coloniales, emerge la singular frase: “la crianza aleja la labranza”, pero como se ve, esto puede ser relativo y la frase –que parece no tener un autor identificado, según me indicaba un notable investigador–, está dedicada a una sola finca. Tenemos muchas fincas en que las dos cosas, la crianza y la labranza, son realizadas al mismo tiempo. Por ello, podemos decir que la frase tiene un valor fenomenológico sobre el campo como constructo histórico, pero no puede aplicarse a la generalidad de los casos, y cierto es que tiene su valor para entender su dinámica, pero también tenemos el caso de la simbiosis: crianza y siembra.

Para seguir con el tema de los chivos, tómese en cuenta que he degustado el delicioso manjar de la gastronomía criolla en dos lugares: un restaurante en la línea, a pocos metros de Montecristi, y otro restaurante antes de llegar a Bonao donde, por suerte, me topé con un librito de poemas que le encantó a una de mis acompañantes. En esos dos restaurantes, se puede decir que son expertos en la preparación del ansiado plato criollo, tan criollo como los partidos. En esa tarde, me tropecé con la llegada, no tan aparatosa, pero si poblada de adláteres, de un dirigente reformista de larga data. Al ver la cantidad de gente que lo acompañaba tanto mis acompañantes como yo nos asombramos y nos refugiamos en los breves poemas del brillante libro.

Como saben nuestros chefs, el chivo picante es preparado siguiendo las recetas centenarias de nuestros hombres de campo. Alguno me dirá que se han incorporado técnicas culinarias que no se veían antes; lo cierto es que el resultado es primoroso, único y debe ser degustado por la mayoría de los dominicanos. En el caso de los aguacates, es necesario decir que ya lo tenemos en una gran parte del año. En datos constantes y sonantes, tenemos nada más y nada menos que 350,000 tareas de tierra sembradas de aguacate: un 32% en la región norte, un 28% en el suroeste, un 26 % en la región central, y un 14% en la región sur, variedades criollas. Un vendedor me decía que la cáscara era algo dura, pero es que los injertos son así; me quedó claro que hay todo un mercado porque los dominicanos hemos aprendido a incorporarlo a muchos platos, entre ellos la famosa bandera. Algunos especialistas en botánica, y agricultores también, nos dirán cuándo comenzaron las plantaciones de aguacate a ser tan populares en la mesa de los dominicanos. Esta información sería interesante descubrirla en los registros históricos.

Es natural que cuando pensemos en chivos pensemos en la línea y cuando pensemos en la línea pues tenemos en mente toda la línea fronteriza, allí donde se hace un muro (Jean Paul Sartre tiene un libro que se llama así, El muro, que leímos en los ochentas), o una verja para impedir el traspaso de haitianos. La construcción de ese muro o esa verja metálica no sabemos si avanza mucho, pero hemos visto el muro de la frontera norteamericana con México y la estructura parece muy moderna (¡lo es!).

Comerse un chivo en la línea puede ser un paso inicial para entender de qué va la frontera: se entiende que en toda esta zona esté superpoblada de haitianos, o no tanto: podría elaborarse la teoría de que los haitianos vienen directamente a la capital o a los enclaves de construcción, por lo que no perderán tiempo vendiendo productos a habitantes de Villa González. Que sepamos, no se ha hecho un estudio de cuáles son los pueblos del interior (Nagua, San Francisco de Macorís, Santiago) que han recibido más nacionales haitianos en los últimos veinte años. La respuesta de cualquiera podría ser esta: muchos.

Para la efectividad de las políticas, estos números sería importante conocerlos. Algunas veces, uno piensa que las especulaciones están en la mesa de discusión. En los últimos diez años, muchos han hablado del muro. No sabemos la cantidad de millones que se proyectan para finalizar esta tarea que algunas veces, luce inmensa. Fácil para los geógrafos, lo que si puede hallarse es el número de kilómetros que tiene la frontera con el vecino. Hay una sensación de que puedes manejar en la autopista internacional y recorrerla de manera rápida. En unos pocos minutos, estás en Dajabón, partiendo de Montecristi.

Pero de vuelta a los productos, es interesante el claro análisis porque es una visión empresarial que toma en cuenta la rentabilidad de los cultivos. Como dicen algunos economistas, una de las funciones de los inversionistas está en desentrañar en qué ámbito productivo hay más rentabilidad. En época antiguas, tuvimos personas que dejaron de producir algo para dedicarse a otra cosa; la historia de la ganadería dominicana espera ser tomada en serio con la anécdota que todos recordamos del Jefe, Trujillo, para quien las reses de los antiguos comarcanos podían ser suyas si eran bonitas o muy productivas (en caso de las vacas). Hay muchas historias que testimonian que Trujillo acaparaba las tierras de otra gente. El ojo del dictador para esto era profundo. ¿Quién calculó las reses que tenía en la dictadura? ¿Sabemos cuántos toros tenía? ¿Sabemos de sus caballos para exhibición? ¿Cuándo comenzó el Perla Antillana? Por mi lado, en mi infancia veía las carreras de caballos en el canal 4. ¿Cuántos caballos de carrera tenía Trujillo? Sabemos que su Hacienda era un modelo, pero no sabemos todos los números de los ejemplares que habitaban allí y más dramático aún es que no sepamos qué historiadores tienen en la alforja estos números.

Perdida en los viejos archivos, hay una larga historia de la ganadería que tiene que ver con los esfuerzos dominicanos para entender que ese ámbito era productivo en comparación de los cultivos del café, el cacao y el tabaco. Los saltos de algunos ganaderos hacia otros linderos productivos no siempre están en nuestros libros y algunas de estas historias se pierden, sus protagonistas fallecen y no dejan sino una memoria que queda en nietos de manera muy frágil. En el caso del chivo, son muchas las historias que podemos tener si entrevistamos a los que los crían y hacen de ello un rentable negocio. Los numeritos pueden sorprender a algunos, pero sobre todo hay que estar claros: para ser un hombre de campo hay que tener los pantalones bien puestos, así como las técnicas conocidas para arrear las vacas, llevar los chivos a buen término y en el caso de los aguacates, tener buena técnica de venta porque mercado hay. La prueba de la omnipresencia de este producto es que podemos ver en las calles, a las vendedoras haitianas que sobreviven con estas ventas.

En nuestro encuentro, el político reformista no nos dijo si tenía cultivos del campo, pero si tenía algo que lo apasionaba: el trabajo con la gente, por eso –intuimos–, duró en su partido un tiempo largo, aunque también es necesario decir que tenía sus negocios. Los que lo acompañaban esa tarde en la autopista, no sabemos si pidieron el chivo picante, pero si estamos claros: si no lo hicieron, se perdieron de un manjar que conocen muchos chefs dominicanos que han aprendido que lo autóctono es un plus, un atractivo y una sabia oferta.