Estamos acostumbrados a entrar a las casas ajenas prácticamente sin avisar.

 

Los honorables diputados llegaron al despacho del ministro de Educación casi sin permiso porque, según he escuchado, no habían solicitado una cita para una comisión, sino una sola persona que de paso se presentó con otros tres y una comitiva con cámaras en mano.

 

Muchos han tachado al ministro como prepotente, tal vez, lo que no se dieron cuenta es que él no estaba avisado para recibir a una comisión, ni tampoco le habían comunicado cuál era el motivo, según leí… Luego de una semana del incidente fue que publicaron la agenda.

 

A mi casa nadie puede llegar como le dé la gana. A mi casa entran como yo quiera y cuando yo quiera.

 

Es verdad, son servidores públicos, pero cada cual pone sus reglas a la hora de recibir a alguien.

 

Lo que más me gustó fue cuando se pusieron de pie y dijeron que se iban. El ministro tranquilamente les dijo, “pues que les vaya bien”. Tal vez se esperaban un ruego, “Ay no, no se vayan, por favor…”

 

Estamos acostumbrados a sorprender al otro. Así sucedió cuando el defensor del pueblo se presentó en el depósito de carros retenidos. Es verdad que está en su derecho de supervisar todo lo que sea denunciado como mala práctica, pero también creo debe de ser avisada cualquier visita con antelación para que la persona encargada esté al tanto. Claro, esto no da derecho a una agresión como fueron objeto, pero este funcionario también fue acompañado de su comitiva con cámaras en mano.

 

Otra de las cosas que me fascina son los “ameses” que en vez de estar dirigiendo el tránsito como Dios manda, se ponen detrás de una mata, acechando para coger en falta a los que violen la ley.

 

Es como para poder dar un palo acechao.

 

Yo no sé si la práctica de la sorpresa sea buena, si es algo permitido, si hay un rango de superioridad para realizar ciertas acciones, lo que sí sé es que a nadie le gusta ser sorprendido aunque no tenga nada que ocultar.