Recientemente estuve de vacaciones familiares en la costa Este de República Dominicana, específicamente en el famoso y paradisíaco enclave de Cabeza de Toro dentro de la zona que popularmente se categoriza bajo el nombre de “Bávaro” o “Punta Cana”, indistintamente, aunque se trate de demarcaciones políticas diferentes.
Antes de escoger nuestro destino hicimos como de costumbre una pequeña investigación, repasando distintos reviews o reseñas de los usuarios que visitaron la zona recientemente. Los comentarios fueron tan variados como los mismos usuarios.
En general, vimos buenos comentarios en los hoteles que revisamos, aunque esporádica y frecuentemente aparecían términos como “desmotivación del personal”, “mal servicio”, “rudeza”, “la infraestructura es excelente pero las facilidades y el servicio deben mejorar”, “el staff puede recibir mejor entrenamiento de servicio al cliente”.
Ya hemos interiorizado que en nuestro país tenemos una mala cultura de servicio al cliente pero comparando en retrospectiva, sobre todo en el turismo, se aprecia una disminución de la calidad de los recursos humanos. La población esta mas consciente de las condiciones de explotación de que son objeto producto de la ausencia de políticas publicas que distribuyan acertadamente recursos para facilitar la inserción social plena de todos los sectores de la sociedad en la vida productiva en condiciones de igualdad.
Conversando con amigos del mundo de la restauración me comentaban como existe una muy baja oferta de mano de obra calificada para los restaurantes, un sector que no hace más que crecer. Pero no nos hemos detenido a pensar en las causas sociales de esta desmotivación y tal vez la respuesta se encuentra más que en las condiciones del mercado o en las características idiosincráticas del dominicano, en la estructura política que la sostiene y en la ausencia de políticas sociales efectivas.
Una noche, mientras esperábamos para cenar en el bar contiguo al restaurante principal, ser armó un alboroto entre los/as camareros/as y el bartender, que sorprendió a mas de un turista. Prestando atención al contenido de la discusión entre el staff se trataba de un profundo debate filosófico acerca de las causas de su pobreza económica. Uno de ellos decía profusamente “yo no quiero ser rico, solo quiero tener lo suficiente para poder vivir mejor”.
La frase no es mas que un reflejo de la opresión y de la desigualdad con la que convivimos diariamente en América Latina. Se trata de que la mayoría de los puestos de trabajo no garantizan condiciones de vida dignas para los trabajadores. En otras palabras, subsistimos en un sistema donde aun el trabajo genera pobreza y desigualdad.
En general la proliferación de las tecnologías móviles y la democratización del acceso a internet ha acelerado el despertar de las conciencias de los trabajadores del sector turismo que ya parecen cansados de ser vistos como atractivos folclóricos, siempre dispuestos a presentar una sonrisa, mientras sirven una piña colada para luego regresar al batey o al barrio a seguir trabajando en sus hogares para sostener sus casas y familias.
Este esquema no puede seguir. La explotación y la opresión en países que crecen económicamente no son sostenibles. Los ejemplos en nuestra región abundan debemos aprender de ellos.
Se precisan estrategias y políticas sociales más agresivas para fomentar de manera urgente la igualdad en nuestro país. Una sociedad civilizada o que aspire a ello no puede aceptar la existencia de trabajadores pobres. El trabajo debe permitir la movilidad social.
No basta con discursos y palabrerías. Se requiere inmediatamente incorporar un enfoque de derechos humanos para democratizar el acceso a viviendas dignas, al trabajo bien remunerado, servicios públicos de calidad (agua, educación, electricidad, salud etc.) La sostenibilidad del progreso de nuestro país exige privilegiar las políticas que fomenten la igualdad, y estas deben ser implementadas de manera urgente.