Empezamos diciendo que la actitud de Jair Bolsonaro, de irse a los Estados Unidos y no asistir ni entregar formalmente el gobierno a Lula, hecho muy pocas veces visto en la historia de los cambios o traspaso de mando en los asuntos de Estado, es una muy mala señal a presente y a futuro. Y muy especialmente por los antecedentes de comprobadas conspiraciones del gobierno de Bolsonaro contra el orden institucional y también contra la propia persona de Lula da Silva, quien ha asumido, por tercera ocasión, la Presidencia del gobierno de Brasil.
En las pasadas elecciones presidenciales de Brasil, celebradas en octubre del pasado año, hubo una segunda vuelta entre Lula y Bolsonaro. Ese proceso electoral constituyó una batalla campal entre el ex oficial de las fuerzas armadas de Brasil, improvisado en política, cuando ganó las elecciones presidenciales, y el gran líder político y expresidente de dicho país, Lula da Silva.
Bolsonaro estuvo al inicio y a mediados de la campaña en un lejano segundo lugar; aunque al final avanzó, sorprendentemente, y su crecimiento o posicionamiento electoral creció hasta casi alcanzar a Lula. Debemos recordar que la diferencia porcentual entre ambos candidatos fue de apenas un 5% en la primera vuelta. Son muchos los factores que influyeron en esos resultados, pero hay dos de ellos que son fundamentales para cualquier análisis.
El primero de estos factores lo constituye la estructuración y organización política de los sectores oligárquicos brasileños. El segundo -y eso lo planteamos en otro artículo anterior- está dado por los trabajos de conspiración política organizados desde las embajadas de las potencias acreditadas en ese país, que se oponían al retorno al poder político de Lula, a quien consideran un líder progresista e independiente, y una pieza clave para la unidad de los países de América Latina.
En otras palabras, las potencias trabajaron -y aún maniobran- para evitar, a futuro, la formación de un posible espacio regional de contrapeso político en Latinoamérica. Más allá de las relaciones diplomáticas, las potencias hegemónicas ejercen un papel determinante en los asuntos internos de la política criolla de las naciones dependientes.
A Lula le esperan momentos muy difíciles y solo podrá afrontar el problema de la conspiración sistemática organizada desde la campaña, el período postelectoral y durante su mandato, si con su experiencia de Estado desarticula la trama montada por las fuerzas ultraconservadoras apoyadas invisiblemente desde los poderes de las potencias en el exterior, a través de sus múltiples mecanismos de conspiración sutil o de golpes blandos, como ellos mismos definen la nueva modalidad de los golpes de Estado.
Sin embargo, la mejor estrategia siempre será convertirse en el líder natural para construir o fortalecer el proyecto de la gran alianza de América Latina y el Caribe. ¡La correlación de fuerzas hoy le favorece para el logro de ese propósito!