“En esta segunda vuelta voto por una historia de lucha por la democracia y la inclusión social. Voto por Luiz Inácio Lula da Silva”, así reza el mensaje publicado el pasado 5 de octubre en Twitter por Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil entre 1995 y 2003. Con ese pronunciamiento, Cardoso deja a un lado sus años de rivalidad con la persona que derrotó en dos elecciones sucesivas y que posteriormente le sucedería en la jefatura del Estado.
A pesar de ser líderes históricamente antagónicos, Cardoso y Lula se han complementado. Eso trajo como resultado que, a principios de este siglo, el país suramericano experimentara y combinara estabilidad macroeconómica (con Cardoso) y transformación socioeconómica (con Lula). Contrario a lo que ocurre con Lula, Cardoso no encaja en el prototipo de gobernante popular y cercano. Sin embargo, no se pone en duda su mérito como estabilizador del Brasil hiperinflacionario de finales del siglo XX.
Como ocurrió en gran parte de Suramérica en la década de 1980, en Brasil la transición a la democracia, después de más de veinte años de dictadura militar, desgraciadamente, coincidió con la denominada década perdida, caracterizada por la crisis de la deuda latinoamericana. Ante tan sombrío escenario, se fueron disipando las esperanzas de transformación económica e institucional depositadas en 1989 por los brasileños en Fernando Collor de Mello, primer presidente elegido democráticamente en dos décadas. En efecto, la histórica hiperinflación y los escándalos de corrupción en el tren gubernamental desencadenaron la renuncia del joven presidente en 1992.
La figura de Cardoso entró en acción precisamente en el gobierno encabezado por Itamar Franco, el sucesor de Collor de Mello. En esa administración, Cardoso ocupó la cartera de Hacienda, desde donde fue uno de los creadores y ejecutores del llamado Plan Real, programa económico que tuvo como objetivos y logros la mitigación de la hiperinflación y revertir la depreciación de la moneda brasileña. Esa exitosa gestión hizo del entonces ministro de Hacienda el candidato ganador en las elecciones presidenciales de 1994, derrotando cómodamente a Lula.
Una vez en el Gobierno, Cardoso profundizó su plan de reformas económicas, llegando a enlazar a Brasil con los nacientes bloques internacionales de integración económica, así como reformuló la ruinosa participación estatal en la actividad empresarial.
Los logros macroeconómicos e institucionales de Cardoso y el aumento de las materias primas de exportación de Brasil sirvieron de buena plataforma para que, entre 2003 y 2011, el entonces presidente Lula pudiera financiar y ejecutar su ambiciosa y efectiva política social, que se tradujo en la expansión de la clase media y la significativa reducción de la marginalidad social.
Aunque no están exentos de defectos, en Cardoso y en Lula tenemos a los artífices del Brasil moderno, democrático y con un estándar mínimo de justicia social. El apoyo del primero al segundo, de cara a la segunda vuelta a efectuarse este domingo 30 de octubre, pone de manifiesto aquella reflexión del doctor Balaguer, plasmada en su libro “Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo”, en la cual señala que “las enemistades políticas son siempre circunstanciales (…), el enemigo de hoy puede trocarse mañana en el mejor colaborador y en el mejor amigo”.