1.- Papilin en las ergástuslas de la 40 y la Victoria. Su fe y su entereza ante el martirio.
Ya en la madrugada del 21 de enero de 1960, día de Nuestra Señora de la Altagracia, el cuerpo atlético y juvenil de Papilin era la expresión viva del maltrato inmisericorde de los cancerberos de la tiranía, en la ergástula inmunda de la 40.

Así lo vieron y atestiguan sus compañeros de prisión, entre ellos Josè Israel Cuello, Francisco González (Pachico), Rafael Valera Benitez, Freddy Bonnelly, Julio Escoto Santana, entre otros, que le vieron crecerse en su entereza y gallardía en aquellas horas sombrías de atroz sufrimiento.
Las tensiones entre la Iglesia y el régimen se fueron incrementando, alcanzando su clímax con la famosa Carta Pastoral, firmada por todos los obispos dominicanos el domingo 25 de enero de 1960 y leída en todos los templos del país el domingo 31.
Desde entonces, la animadversión contra Papilin se hizo más fuerte. Le llamaban despectivamente “El Cura”, como forma de ridiculizar su ya manifiesta decisión de entregarse por entero al servicio del evangelio.
2.- La nuevas armas introducidas por Papilin para desconcierto de sus verdugos: el crucifijo y el rezo del rosario.

Trasladado al penal inmundo de la Victoria, Papilin desafìa a los desalmados torturadores con un método novedoso y desconcertante de reafirmar sus convicciones cristianas y, al propio tiempo, de protesta velada contra sus desmanes y atropellos.
Asì lo describe Rafael Valera Benítez en su obra “Complot Delevado”:
“Papilin logró en las interminables galerías de solitarias de la Victoria hacer rezar el rosario, tarde por tarde, a centenares de presos que allí nos hacinábamos. En el crepúsculo, aquel coro de voces y aquella voz solista destacaban una nota fantasmal y solemne en medio de la lúgubre acústica del sitio. Propagó como un símbolo de resistencia el crucifijo y nos instó a que nos hiciéramos enviar crucifijos de nuestros familiares. Todo el mundo llegó a tener crucifijos. Inclusive, cuando alguien sabía que podía ir a dar con sus huesos a la cárcel, se hacía de un crucifijo si no lo tenía. La presencia de los crucifijos y la oración comenzó a ser registrada por Abbes García y los suyos como una nueva forma de resistencia. En la 40 comprobaban que, de repente, todo el mundo estaba más duro que antes y en el cuerpo desnudo de cada cautivo aparecía invariablemente ahora un crucifijo. ¿Qué estaba sucediendo?
El asunto comenzó a preocupar a Abbes García. Un fantasma estaba creciendo y había que encarar la circunstancia. A un ser humano se le pueden quebrar todos los huesos. Pero ¿cómo se lucha contra un fantasma? De repente el crucifijo y la oración fueron declarados tabúes en la cárcel, y por tanto, impracticables.
Una comisión de esbirros se apersonó en la cárcel de la Victoria y, celda por celda, nos fueron despojando de todos los crucifijo”.
El Padre Vinicio Disla (q.e.p.d), compañero de Papilin en sus años de seminario, también recogería en su interesante trabajo “Papilin desapareció” una interesante descripción de su singular respuesta, especie de bofetada sin mano a los abanderados del mal que intentaban humillarle:
“El consuelo de los que aún creían era rezar y Papilin rezaba. Dirigía el Rosario y muchas veces al día; y en medio de esos muros custodiados por hombres sin conciencia moral, se escuchaba el rumor seco y ronco, valiente y decidido de unos hombres que elevaban al cielo sus plegarias. El hecho era imponente. Confundía a los malos, silenciaba al ateo y por eso arrancaron a todos, los rosarios. Y me cuentan algunos que Papilin rezaba desde una solitaria lanzando fuertes voces por el único agujero de la celda asquerosa”.
Aùn en medio de los episodios más repugnantes; de los vejámenes más inenarrables, la acerada voluntad de Papilin; su fe profunda e inconmovible era soporte moral y espiritual para sus compañeros de infortunio. A este respecto, José Israel Cuello, en importante conferencia impartida en 1983, refiere lo siguiente, destacando el admirable comportamiento de Papilin en cárcel de La Victoria:
“Así nos trasladaron a La Victoria, una noche, después del asesinato, del fusilamiento de ese grupo de muchachos de Santiago; nos trasladaron a La Victoria en 6 o 7 guaguas policiales, todos desnudos y nos metieron en las llamadas solitarias de La Victoria.
Esas solitarias de la Victoria eran más tétricas que las de las 40, quizás por su experiencia mayor de muerte acumulada, por que las de La 40 eran de una cárcel relativamente nueva que todavía no estaban maceradas por el crimen, en ellas el crimen era reciente, pero las celdas de la Victoria tenían pústulas viejas, remotas, de muchos años, de muchos presos y sufrimientos.
En esa solitaria pasó sus últimos días el Seminarista Papilín González, de La Romana (No hay calles para él, y sí para algunos esbirros intelectuales y materiales, pero él tiene nuestro recuerdo y ellos nuestro eterno desprecio). Papilín se enfrentó a la primera de las tres latas iguales: una tenía harina hervida en agua; la otra tenía el destino del urinario; la tercera estaba reservada a las materias fecales de 25 hombres hacinados en 6 metros cuadrados de superficie. Papilín bendijo su lata, cuya similitud con las otras estaba dirigida a dar la imagen y a facilitar la posibilidad del intercambio de funciones y dijo a los demás: “esta es la comida”, en un tono que hizo sentir la palabra de Cristo en la Última cena “esta es mi sangre”.
2.-Papilin trasladado de nuevo a la 40, se niega a levantar falso testimonio contra Monseñor Juan Félix Pepén, Obispo de la Diócesis de Higüey.
En sus interesantes memorias “Un Garabato de Dios. Vivencias de un testigo. 2003”, Monseñor Juan Félix Pepén (q.e.p.d.), quien hacía apenas meses había tomado posesión canónica como primer obispo de la Diócesis de la Higüey, erigida en 1959, relata en la pág. 138 de las mismas, lo siguiente:
“Recibí entre otras noticias la información de que Luis Ramón Peña, Papilín, el seminarista romanense preso, había muerto en la cárcel… asesinado por el SIM, Servicio de Inteligencia Militar. Mucho tiempo después, unos veinte años por lo menos, un compañero de cárcel me completó la información. Papilín fue asesinado salvajemente porque se negó a acusarme de participar en un supuesto contrabando de armas por las costas de Higüey que la mente enferma de aquellos infelices había tramado presentar como una prueba de la conspiración de los curas contra el gobierno. Cosas del pasado que es mejor olvidar y pedir al Señor que no se repitan. Pero el martirio de este joven, su heroísmo y fidelidad, no pueden ser ignorados por el bien de su pueblo”.
¿Qué ocurrió, realmente, conforme el testimonio de Valera Benítez y otros testigos de lo acontecido?
Preciso es recordar que tras la publicación de la Carta Pastoral, viraje inesperado de la Iglesia que Trujillo no esperaba después de muchos años de entendimiento y colaboración, el objetivo del tirano era silenciar y ridiculizar a los obispos firmantes de aquel memorable documento, que marcaba distancia contra sus desmanes y atropellos.
Jhonny Abbes García, ya enseñoreado como Jefe del SIM, en pleno ejercicio de su maligna genialidad, ideó el plan macabro de acusar a la Iglesia de conspirar contra el régimen y estar brindando su apoyo a los jóvenes luchadores clandestinos del 14 de junio con el propósito de derrocar al gobierno.
Según el macabro plan que ideara al efecto, agentes del SIM enterrarían un cargamento de armas próximo a las playas de Macao, en el Este del país. Serviles del mismo cuerpo represivo se encargarían de desenterrar las mismas, haciéndose pasar por agentes revolucionarios.
Luego de su fingido apresamiento, procederían a acusar al joven Obispo de Higuey, Monseñor Juan Felix Pepén, de ser el responsable de recibir y hacer la distribución de las armas que desde el extranjero habían enviado un grupo de exiliados.
Luego se producirían innumerables apresamientos, detenciones y atropellos, como represalia ante el supuesto complot, lo mismo que se planeaba, como confirma Valera Benítez, el apresamiento de obispos y sacerdotes y la expulsión de los dos pastores extranjeros firmantes de la Carta Pastoral, es decir, Monseñor Panal, oriundo de España, Obispo de la Diócesis de Vega y Monseñor Reilly, norteamericano, Obispo responsable de la entonces Prelatura, hoy Diócesis, de San Juan de la Maguana.
Aunque Monseñor Ricardo Pittini, italiano, Arzobispo Titular de la Arquidiócesis de Santo Domingo, también había firmado, ya su salud era muy frágil, no obstante lo cual, en meses previos, había sido objeto de asedios y desconsideraciones.
Para completar la macabra orquestación; como colofón de la siniestra farsa, sólo faltaba una escena: que uno de los “supuestos” revolucionarios que recibiría las armas, testificara públicamente, rubricando con su firma un falso documento preparado por los amanuenses a sueldo del régimen, contentivo de la vil acusación contra Monseñor Pepén que sería leída por radio y televisión y amplificada a todo el mundo por la maquinaria propagandística del régimen.
El escogido por Johnny Abbes para firmar la bochornosa delación y hacer la presentación pública de la misma fue Papilin y a tales fines, fue mandado a buscar desde la Victoria a la 40.
Papilin rehusó abiertamente obedecer aquella orden inicua y, como refiere Valera Benítez: “con su negativa hizo fracasar el montaje de Abbes García. Por eso lo mataron. Emprendió así, deliberadamente el camino de un sacrificio en circunstancias difíciles de imaginar, pero que yo conocí cabalmente”.
3.- La muerte de Papilin.
Tras su valiente negativa a firmar aquel documento infame preparado por sus torturadores, acusatorio contra Monseñor Pepèn, la saña de los esbirros contra Papilin iría in crescendo. Freddy Bonnelly, su compañero de prisión, y de los últimos en verle con vida, tras encontrarse en el falso juicio a que fueron sometidos, referiría en su impactante libro testimonial, anteriormente citado, que a Papilin “lo torturaron tanto que ese día lo obligaron a ponerse una camisa de mangas largas y abotonarse el cuello para que no se vieran los moretones”.
A Freddy le reveló, además, que creía que no volverían a verse, porque sabía que lo ahorcarían.
Testimonios refieren que pasó por varias cárceles, siendo su último destino la de la Vega. Allí lo encerrarían en una solitaria celda, al lado de la prisión de las mujeres, en la que permaneció hasta después de agosto de 1960. Días después, en una noche triste, refiere una fuente que: “los caliés Yulimin Lara Clemente, Meneíto y Chino Puello lo esposaron y en otra celda lo asesinaron a garrotazos. Al día siguiente en saco de henequén era llevado fuera de la fortaleza el cadáver de aquel héroe, para sepultarlo en una hondonada cualquiera del Valle, para que allí bajo cántico rumoroso de los pinos, descanse junto a la tierra de esos hombres humildes que tan entrañablemente amó”.
Aun hoy, nada sabemos respecto al destino final de los despojos mortales de Papilin. Como refiere el Padre Vinicio Disla en su interesante trabajo ya citado: “sus huesos no se sabe donde gimen. Tal vez en las montañas. Tal vez en las barrancas de algún río. Tal vez en esas fosas del tirano. Tal vez los tiburones. Tal vez las llamas consumieron sus carnes…No sabemos…”.
Lo que sì sabemos, es que el digno y edificante ejemplo de fe y compromiso patrio de Papilin perdurará por siempre en los corazones de aquellos buenos dominicanos capaces de justipreciarlo.