Foto del Lic. Luis Conrado del Castillo Rodríguez Objío

1.- Preciso es recuperar los verdaderos referentes patrios

Tarea imprescindible  para robustecer las fibras de la dominicanidad; para forjar y solidificar la conciencia nacional, es volver la mirada hacia aquellos grandes dominicanos que en las particulares circunstancias en que les correspondió recorrer su periplo vital, gracias a la coherencia de sus actuaciones y a los ideales de bien patrio que abrazaron, se hicieron acreedores del respeto y la postrera admiración de sus conciudadanos.

Un eximio dominicano, digno siempre de ocupar sitial de altura en el aprecio y gratitud admirativa de nuestro pueblo, lo es el Lic. Luis Conrado del Castillo  Rodríguez Objío, insigne prototipo del prócer civil, del apóstol incorruptible en defensa de la dignidad patria; del hombre y ciudadano de conducta rectilínea que en momentos especialmente complejos; de nubarrones en el firmamento patrio, nunca faltó a la cita del deber y nunca dejó de alentar esfuerzos regeneradores en momentos en que la patria languidecía, lastrada por la ambición de las facciones, los desmanes tiránicos y la soberanía conculcada por el largo brazo de las ambiciones imperiales.

No pretende el presente artículo esbozar ahora un perfil biográfico acabado de tan ilustre conciudadano, pero conviene trazar al menos sus rasgos esenciales, procurando hacerlo cercano al conocimiento y admiración de las presentes generaciones.

2.- Breve aproximación a la vida ejemplar de Luis C. del Castillo Rodríguez Objío

Luis Conrado del Castillo y Rodríguez Objío nació en la calle Real de la entonces Villa de San Carlos, un 20 de mayo de 1888, en plena vigencia de la tiranía lilisista.

Nació en cuna humilde pero de sangre procera. Su abuelo paterno lo era el patriota y tribuno Benigno del Castillo, quien corrió la suerte del martirio junto a Francisco del Rosario Sánchez y sus compañeros, el 4 de julio 1861 y su abuelo materno lo era Manuel Rodríguez Objío, restaurador, poeta y mártir, víctima de la saña despiadada de Buenaventura Báez.

Nació del digno matrimonio conformado por Luis Temistocles del Castillo y Doña Dolores Rodríguez Objío, educadora de fuste, encomendada por su padre, tras conocer su fatídico destino, al maternal cuidado de la notable educadora y patriota Socorro Sánchez.

Foto de pie del Lic. Luis Conrado del Castillo Rodríguez Objio

En Luis Conrado las estrecheces económicas fueron estímulo y aliciente para labrar a golpe de esfuerzo peldaños admirables de superación. Labró con denuedo  la tierra y templó su   carácter y sus resortes físicos en la exigente tarea del ordeño, de donde extraía la leche con que se alimentaban sus hermanas Flor de Oro, Rita, Mencía y Consuelo.

Su primera alfabetizadora lo sería su madre, matriarca de recio carácter, curtida desde su temprana orfandad paterna en la dureza de la vida,  que por largos años dirigió la escuela “El Amparo “en la Villa de San Carlos y luego estudiaría su bachillerato en Ciencias y Letras en el plantel  nocturno “Hostos- Henríquez”.

Y no cejaría en sus empeños de elevación educativa e intelectual, alcanzando  el título de Licenciado en derecho y convirtiéndose en uno de los más consumados penalistas de su época.

Contrajo matrimonio con la distinguida dama Doña Mélida Morales, con quien procreó a sus dignos vástagos Luis, Benigno, Tomás, Dolores y María Luisa.

Tribuno de altos vuelos, patriota enardecido, escritor de diamantina pluma, jurista iluminado, maestro consagrado, legislador idóneo, político noble,  servidor público probo y eficiente, hijo, padre, hermano, esposo y ciudadano ejemplar, todo esto y mucho más lo fue Luis Conrado del Castillo Rodríguez Objio.

Con el látigo de su verbo y el ardor de su pluma combatió los desmanes de los interventores americanos, sufriendo la condena infamante de las cortes prebostales, cuando en la kermes con que finalizara la semana patriótica, pronunció el famoso discurso “No pasarán”.

Y fue más que solidario con sus compañeros de infortunio; y defendió sin miedo y con sus admirables dotes tribunicias a los perseguidos inmisericordemente por las tropas ocupantes, como lo hizo en el caso de Gerardo Segura y Doroteo Regalado, librándoles así de la capital sentencia o en defensa de los derechos del Cabildo de Monte Plata en 1919, gesto admirable que bien recordaría Miguel Ángel Monclús, cuando el general Fuller, entonces Secretario de Estado de Interior del gobierno interventor, dispuso entregar a particulares  terrenos de  propiedad municipal.

Ardiente en patriótica indignación ante la soberanía conculcada, no cejó nunca en sus convicciones nacionalistas. Escribiría al respecto en carta a un amigo: “realicemos esfuerzos porque el derecho triunfe, haciendo apelación de los medios que las reglas internacionales ponen a nuestro alcance, y si está escrito que esta invocación pacífica del derecho sea desoída por el mundo, que no haya desmayos para los entusiasmos varoniles; nosotros haremos triunfar heroicamente y estrepitosamente la justicia de nuestra causa! “.

Admirable es la carta en que, guardando arbitraria prisión, escribe a su compañero de bufete, interesado en socorrer la desgracia del patriota venezolano Manuel Flores Cabrera, que solidario con nuestra causa, al igual que Rufino Blanco Fombona, había sido condenado también a prisión y multa, lo mismo que Fabio Fiallo, Rafael Emilio Sanabia, Oscar Delanoy y Doroteo Regalado,  por defender, como él, los fueros de la patria pisoteada.

Expresa al respecto: “En caso de que como hemos pensado Fabio y yo, se pague por suscripción popular  la multa que se le impuso a Flores Cabrera, te suplico que veas si puedes hacerme la operación de que te hablé en el anterior memorándum.

Es asunto de pundonor nacional hacer que Flores no se perjudique, y en esto yo no deseo escatimar la parte de sacrificio que me corresponda”.

Aunque militó en el horacismo, antes de la intervención, tras esta, se convirtió en uno de los principales adalidades del partido nacionalista, no obstante lo cual, por su entrega a la patria y a la educación, aceptó servir en 1926  la cartera de Superintendente de Enseñanza, pero poco tiempo después, no tuvo reparo en renunciar al cargo, en desacuerdo con el empréstito de 20 millones que en las Cámaras Legislativas se discutía.

A este respecto, escribe al presidente Vásquez una carta memorable, en la que indicaba, entre otras cosas:

No puedo seguir en el cargo porque parece ser que en el Gobierno no prosperan ni la fe republicana ni la austeridad nacionalista.

Me debo a la verdad, tanto en mi condición de ciudadano como en la de jefe de la enseñanza en el país. Y me debo a mi tradición patriótica. Yo necesito dejar constancia de que equivocó Usted el conocimiento personal que tiene de mí, pues ni como ciudadano, ni mucho menos como encargado de coadyuvar al desenvolvimiento de la educación de mi pueblo, podía yo mantener en un silencio ambiguo mi amor a la verdad jurídica que me impuso el deber de declarar que ese empréstito es notoriamente antieconómico; ni mis convicciones de patriota que me han inducido a sostener que todo empréstito tendente a prolongar la esclavitud de la República es una maquinación abominable, en pugna con mi entereza republicana y con mi fervor nacionalista.

En virtud de mi designio de abandonar el cargo inmediatamente, tengo a bien participarle que le haré entrega mañana, del material de la Superintendencia, a mi amigo el Señor Osvaldo Báez, subalterno inmediato en el servicio”.

3.- Su inesperado y trágico final

¡Cómo llenó páginas de gloria aquella vida ejemplar y a la vez tan efímera, en apenas 39 años! La misma llegaría a su fin, tristemente, la infausta tarde del martes 8 de noviembre de 1927, en el kilómetro 7 y medio de la autopista Duarte,  frente al sector Galá, en trágico y aparatoso  accidente.

Hacia la derecha, en dirección oeste, se había estacionado el camión placa no. 322, de la Policía Nacional, y poco después, a su izquierda, se detuvo el camión placa no. 4673, conducido por el señor Delfín Pérez, cargado de tubos para el acueducto en construcción.

A las 3: 50, en  el carro marca Chevrolet, placa no.506, conducido por el señor Luis Castro, transitaba el Lic. Del Castillo, acompañado de su anciana madre, de su pequeño hijo y de su pequeño sobrino, hijo de la familia Desangles del Castillo.

Sin aminorar la velocidad, el automóvil conducido por Castro,  trató de pasar por entre los dos camiones, pero intentando defender el extremo delantero del vehículo  de un choque inminente con el de la derecha, chocó con la parte trasera y  el extremo de los tubos que cargaba el de la izquierda.

Descapotado el vehículo y destruido el asiento en que iba colocado, tras el contundente impacto, las principales heridas las sufriría el Lic. Del Castillo al  caer hacia atrás en el pavimento, especialmente la rotura del brazo derecho, una fuerte herida en la frente y especialmente, un golpe en el corazón, causa definitiva de la muerte.

Milagrosamente, ninguno de los dos niños sufrió lesión pero sí su madre, que a pesar de un duro golpe en la sien, no se apartó un solo instante de su hijo moribundo.

Ambos serían  trasladados a la clínica Padre Billini por los señores Rafael E. Pérez Castro y Manuel de Jesús Vargas, quienes ocupaban el auto O. 24 y transitaban por el lugar en diligencias del Departamento de Rentas Internas.

Inútiles fueron todos los esfuerzos de los facultativos de la clínica Padre Billini y otros médicos eminentes  que se le unieron con el propósito de  salvarle la vida. El Lic. Castillo cerró los ojos para siempre a las 5:45 p.m. una hora y 55 minutos después del accidente.

Cuantas, elevadas y dolientes fueron las expresiones de dominicanos de toda condición ante aquella sensible e irreparable tragedia nacional.

En expresiones de Don Federico Henríquez y Carvajal: “cayó a deshora, como la palma que el rayo fulmina, cuando aún florecía en la integridad de su carácter y la plenitud de su vida”.

Conforme el poeta Emilio Morel: “era necesario que la República, tan menesterosa de caracteres verticales, sintiera un gran dolor, un dolor que borrase, como un aletazo, las huellas de esa orgía a la que hasta entendimientos preparados para todas las concepciones del bien, y voluntades estructuras para formas elevadas de acción, perdían la orientadora noción del deber”.

Para el entonces joven poeta Zacarías Espinal, Luis Conrado del Castillo, fue : “Maestro, amigo, educador, dominador de turbas, hombre, batallador, soldado y patriota, nada tenía en él tanto valor como esa formidable y granítica juventud cuya templanza de gladiador se descuajaba en un perpetuo batallar para decir a las juventudes que eran suyas, su sacerdocio laico de renovación, mucho más grande y sólido por su estructura que el glorioso granito que sostiene las naves de nuestra vieja y atrevida catedral”.

Para el destacado intelectual y periodista Rafael Damirón: “…la República ha perdido un corazón, un cerebro y un brazo, que armado habría conquistado la inmortalidad de la gloria”.

Y afirmaba: “La personalidad de Luis C. Del Castillo, tiene muchas facetas, todas ellas brillantísimas. Orador, su palabra candente fue látigo contra las conculcaciones.

Soldado, la lealtad fue divisa que honró en todas las situaciones.

Escritor, la pureza de su lenguaje corrió parejas con la altura de su pensamiento y su pluma no se ensució nunca con el fango de la injuria.

Legislador, tuvo a toda hora, aún en medio de la más enconada disputa de intereses políticos, el empeño de llegar al mejor beneficio social.

Abogado, siguió una ruta de moralidad insospechable y ejercía su profesión como un verdadero apostolado, llevando al FORO, el ejercicio de la caridad a los necesitados de defensa, sin que la pobreza ni la miseria de sus defendidos, entibiara sus ansias de justicia.

Combatiente, su valor dio pruebas a las que la refutación no alcanza. Eso en la vida pública.

En la vida privada, sus actuaciones brillan por igual. Hijo, el amor a sus padres era infinito; esposo, hizo del hogar un santuario; hermano, vio siempre en los suyos a quienes derramar el amparo de su ejemplo y de su consejo; amigo, ninguno fue más franco ni más generoso que él. Era, realmente, un ciudadano de Roma la vieja. Tenía envergadura patriarcal”.

4.- Tarea necesaria es reeditar sus obras

La vida luminosa, el alto ejemplo del Lic. Luis Conrado del Castillo así como el contenido de sus ideas y reflexiones,  merecen rescatarse  hoy  en bien de la juventud dominicana, tarea loable que el Ministerio de Educación y otras instituciones interesadas, en coordinación con su distinguida familia, podrían emprender,  comenzando por  la reedición de  sus obras.

Entre ellas cabe citar su valioso folleto “El 2 de diciembre”, referido a los patrióticos esfuerzos de la juventud dominicana en 1914 para enfrentar los ímpetus tiránicos de aquellos días, lo mismo que su interesante obra “Tópicos Nacionales”, centrada en los medios adecuados para robustecer la nacionalidad en momentos de asfixia interventora, obra que fue galardonada  en los juegos florales convocados en 1919 por el Club 2 de julio, de San Pedro de Macorís.

Pero a no dudarlo, su obra más importante y que más benéfico influjo ejerció en la juventud de su época, y posteriormente, fue sus  “Prolegómenos de Enseñanza Cívica”, publicado por vez primera en 1913, y una de las mejores de su género por su contenido y valor didáctico, en toda América Latina.

Posterior a la caída del régimen, el Dr. Luis R. Castillo Morales, digno vástago del Lic. Luis C. del Castillo, propiciaría, con los auspicios de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, una nueva edición de esta importante obra, pero la misma está hoy completamente agotada, como lo está el valioso opúsculo “ Recordándolo”, que en 1929 publicara Doña Mélida en memoria de su amado esposo.

Estudiosos de su obra sostienen que al momento de su trágico deceso, el Lic. Luis C. del Castillo trabajaba en la preparación de un interesante perfil biográfico sobre Francisco del Rosario Sánchez y en la obra titulada “La nacionalización de las fronteras”.

Si cabe citar razones para justificar este esfuerzo pendiente, las mismas nos la ofreció Doña Mélida al introducir el valioso opúsculo, ya citado, en memoria de su admirado e inolvidable esposo, memoria que custodió con fidelidad admirable hasta su último aliento:

Quizás su procera figura, destacada así a la admiración de las generaciones venideras, sirva de fértil ejemplo para crear el colectivo espíritu que la patria está clamando a sus hijos desde su fundación y a través de una angustiosa historia de hondas caídas y débiles incorporaciones”.