Al final de la Guerra Fría, la globalización y el fin de las ideologías obligaron a las naciones más ricas del mundo a examinar sus políticas económicas y sus expansiones geográficas en procura de establecer nuevos ejes económicos y promover nuevos mercados; el surgimiento de la tecnología de la inteligencia artificial llevó a estas naciones a suprimir millones de empleos; los efectos mortíferos de la Covid 19 y la guerra entre Rusia y Ucrania son fenómenos que, en conjunto, definen una era convulsa.
En efecto, esta era tiene una deficiencia en cuanto a criterios objetivos con respecto hacia dónde va el mundo ante los desequilibrios de las ideas y de la ética del poder. Por lo que historiadores del materialismo científico, economistas, analistas de los distintos procesos geopolíticos deploran el hecho de que muchos de estos enfoques acusan un conservadurismo galopante.
A tal punto, que la diversidad de opiniones en los momentos que actualmente vive la humanidad no representa un fenómeno puntual que permita una perspectiva de cambios que beneficien y auguren una mejor distribución de la riqueza. La inestabilidad política, económica y las amenazas constantes de una Tercera Guerra Mundial, a la que hay que agregar una amenaza nuclear, originan una actitud ecléctica y no homogénea y esto, claro está, una restringida conveniencia al estudiar los factores que inciden para comprender de modo más profundo los problemas que acarrean no solo los grupos poderosos que controlan las riquezas del mundo sino conflictos simples, pero que son fundamentales para la gobernabilidad.
De manera que poca duda hay sobre el modo en que se comportan los estados y las naciones ricas con relación a las posibles alternativas que demandan las naciones de menos poder adquisitivo y que son víctimas de la inestabilidad.
… los dominicanos somos afortunados de contar con un presidente capaz y honrado.
Según Melville J. Herskovits (El hombre y sus obras: ciencia de la antropología cultural, págs. 33-34, 1987): “Tenemos que tratar de comprender el problema psicológico de cómo los seres humanos aprenden sus culturas y actúan como miembros de una sociedad y encontrar una respuesta a la interrogación filosófica de si la cultura es una función de la mente humana o si existe por sí misma”.
Entretanto, Herskovits se plantea la hipótesis de que: “Si bien el cambio cultural es ubicuo y su análisis, por tanto, fundamental en el estudio de la vida de los grupos humanos, no hay que olvidar que, como en cualquier aspecto del estudio de la cultura, se da en términos de ambiente y trasfondo, y no en términos absolutos, en sí y por sí” (pág. 77).
Ahí está la raíz del problema, porque los grupos humanos no son acreedores de las riquezas que acumulan las multinacionales, y esta cuestión reviste un conflicto mayor que, en gran medida, niega los hechos históricos como elementos puntuales de los anhelos y perspectivas de los individuos que intervienen en las utopías políticas.
Quienes retroalimentan la era de la inteligencia artificial y el predominio económico con propaganda falsa en su beneficio, para un mayor control de su sistema político, económico, científico e industrial, aniquilan cualquier pensamiento o teoría con el fin de implantar sistemas que limitan el desarrollo de las sociedades democráticas.
Por esa razón, la era de la inteligencia artificial distorsiona las reglas del juego en los mercados internacionales donde el Estado se ve imposibilitado de intervenir; de esta manera manejan conocimientos y controlan las grandes corrientes de las ideologías, debilitadas en el fondo por leyes que ellos mismos diseñan y que les permiten un monopolio exclusivo en el orden económico y político.
Alvin Toffler se adelantó a este esquema, según podemos comprobar en su libro El “shock” del futuro, (Fondo de Cultura Económica, pág. 15, México, 1972), al considerar que la aceleración que hoy experimentamos, con la era de la inteligencia artificial, tuvo un desarrollo inusitado a partir de la Segunda Guerra Mundial. Ese momento de ebullición surgió a partir de ese flagelo bélico debido a “los descubrimientos tecnológicos y la explosión demográfica”.
Vemos, pues, cómo Luis Abinader Corona, un economista avezado y un gobernante que está al tanto de la problemática económica global, no ha aplicado recetas foráneas que perjudiquen los logros que con muchos esfuerzos ha logrado su Gobierno, y de manera personal se empeña en fortalecer los valores morales de la Administración Pública y construir una cultura de paz que permita enfrentar las graves complicaciones que impone de manera injusta la globalización.
Como líder con luces propias, su impronta ha servido para recuperar el terreno económico y social perdido como consecuencia de la COVID-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania. Por ello, el presidente Luis Abinader Corona está convencido de que lo bueno en materia de progreso colectivo está por llegar. También tiene fe en que la lucha partidaria y populista dará paso a un clima disciplinario en el que la eficiencia se impondrá para crear una nueva generación con criterios técnicos y burocráticos, sin afectar a buena parte de los empleados de la Administración Pública.
Por consiguiente, los dominicanos somos afortunados de contar con un presidente capaz y honrado. Y dado que su mayor preocupación es que la marcha del progreso del país no se detenga, podemos estar confiados pues con la ayuda de Dios tenemos a un gobernante que trabaja sin descanso por lograr un país estable, seguro y con mayores niveles económicos.
Sea como fuere, tenemos un presidente que escucha y está dispuesto a dar lo mejor de sí por su país. Su mirada está puesta en el alcance de los grandes propósitos, porque así se lo demandan sus propias convicciones para la consecución de un porvenir abundante y al servicio del pueblo dominicano.
No hay dudas de que tenemos un líder que ve más allá de la curva.