I

La idea de que la educación es la principal, la más eficiente y segura arma contra la pobreza se ha convertido en un tópico. De hecho es muy tradicional. ¿A qué hijo de pobres no le aconsejaron alguna vez dedicarse a estudiar “para que llegue a ser alguien en el mañana”? Llegar a ser alguien, como se sabe, quiere decir dejar de ser pobre. Se sabe de otros medios, que incluyen los non sanctos, pero el de mejor pronóstico sin duda que es el estudio, se dice una y otra vez. Por cierto, y gracias a varios factores (que incluyen las demandas sociales), tenemos en parte importante del mundo muchas escuelas, institutos y universidades dispuestas a recibir a niños y jóvenes en sus aulas. El progreso moderno ha traído sus cosas, no todas malas.

La idea más o menos tradicional de la educación como antídoto de la pobreza ha sido llevada al campo de las teorías sociales y adoptada por casi todas las instituciones respetables del mundo, incluyendo prácticamente todos los Estados. Las universidades e institutos técnicos vienen siendo algo así como fábricas de ricos o cuando menos de futuros empleados con buenos sueldos. Y puesto que para los sectores pobres, mal que bien, están también disponibles estos mecanismos, el mundo de hoy casi está en condiciones de proclamar: “Pobre es quien decida serlo”.

Pero ¿es todo esto tan así? ¿Qué tan cierto es eso de que la educación o, más exactamente, obtener títulos que “certifican” formación saca a la gente de la pobreza?  (Dejemos de lado la afirmación de que en todo el mundo y para todo el mundo están disponibles los centros educativos. Aceptémosla solo como una hipérbole grosera que solo debería significar que ciertamente hay muchísimas más oportunidades en el mundo actual que en el de hace, digamos, 50 años).

La relación entre educación y niveles económicos es más bien de sentido común. La gente asocia de modo casi natural el nivel cultural con su nivel social. Si una persona o un país son catalogados de ricos, algo tendrá que ver con lo que saben y por tanto con los niveles de instrucción alcanzados. Claro que la gente también sabe de sobra que esta relación no es total ni automática: ricos patanes y pobres con ciertos conocimientos y habilidades por encima del promedio suelen ser también formar parte del paisaje. En general, sin embargo, la referida relación es esperable.

Es la expresión de un muy manoseado –pero no por ello carente de sentido–  círculo vicioso: la pobreza dificulta, cuando no impide, las posibilidades de estudiar, al menos más allá de ciertos límites; de hecho quita las ganas de estudiar porque las necesidades más vitales y perentorias apenas si dan tregua; y estos escollos condenan a más ignorancia y por tanto a no entender la necesidad de los estudios. No estudio porque (casi) no puedo y puedo menos porque no estudio… El círculo lógico de los sectores ricos o acomodados es el inverso: Puedo estudiar y necesito estudiar para abonar mi condición social o para elevarla y esto a su vez me permitirá nuevas escalas y campos, sociales y culturales.

Esta lógica se encuadra en lo que suele llamarse Efecto Mateo. Alude a un pasaje bíblico con el que guarda, a decir verdad, escasa relación literal pero que, gracias a una derivación algo caprichosa, llegó a convertirse en una especie de concepto sociológico bastante valioso. La idea es tan simple y de fácil comprensión como fuerte: quien más tiene, más alejado está de TENER QUE PARTIR DE CERO y por tanto más ventajas tendrá sobre quienes tienen que partir de nada o de muy poco.

Estas ventajas no son solo económicas; son también culturales. A Pierre Bourdieu debemos el habitus. Nuestra condición social, ante todo económica, nos hace partícipes, de entrada, de una especie de campo cultural, de usos, costumbres, tradiciones, manejo de informaciones, obligaciones, disponibilidades materiales, etc. que estructuran nuestra mentalidad y nos capacitan de algún modo para los subsiguientes aprendizajes. Este habitus tienden a favorecer la formación de los sujetos conforme aumente el nivel social, principalmente en lo cognitivo.

Todo esto significa que en una sociedad la pobreza material y la pobreza educativa constituyen una estructura única. Dos caras de una misma moneda. Ninguna de las dos podrá ser encarada con seriedad por separado.

II.

Hace varios años elaboré y publiqué una propuesta de perspectiva de análisis de la relación mundo-sociedad-educación-sujeto (Pedagogía centrada en el interés. Una visión ecosistémica de la educación). Entre otros constructos, intento allí manejar la relación entre NECESIDADES EDUCATIVAS (¿para qué educar en “ESTE” país?), DEMANDAS EDUCATIVAS, CAPACIDAD VALORATIVA e INTERÉS.

Estimo que el cómo se asuman estos ítems permite darnos una idea que cómo ha de asumirse la educación. Por ejemplo, la percepción de NECESIDADES claramente remite a qué planes educativos se dará determinado país. Es esto ya un problema político porque responde a la pregunta de qué país queremos (en el fondo, qué quieren los grupos dominantes). DEMANDAS EDUCATIVAS obligan a preguntarnos qué quieren los distintos sectores que se enseñe y se aprenda; la CAPACIDAD VALORATIVA de la sociedad tiene que ver con los valores y con los niveles cognitivos que predominan en la calle, en el hogar, en los medios, en los centros de trabajo, en la población en general, pero en especial en los grupos de poder); El INTERÉS por la formación se refiere a qué subjetividad afectiva anima a educandos y educadores, qué hacen las escuelas y los hogares para reforzar o corregir esta subjetividad, cómo transcurren los procesos formativos).

Aflora la cuestión de hasta qué punto y con cuáles criterios se asume el combate a la pobreza.

III.

El criterio de la educación como palanca contra la pobreza es tan correcto como lo sería el criterio de que para superar la falta de educación habría que eliminar la pobreza. No se traduzca como el absurdo de que la población pobre no es educable, pero sí como que ningún proyecto formativo en serio, sostenible y en masa podrá operar como medio idóneo para superar la pobreza estructural si no forma parte de transformaciones sociales más globales. No hablo necesariamente de procesos revolucionarios en el sentido radical.

Japón y China suelen ser tomados como ejemplos del poderoso papel de la educación en la superación de la pobreza. Pero sería más exacto decir superación de atrasos sociales y culturales, es decir, arribo a estadios de desarrollo superiores. Porque en estos países, como en cualquiera que haya avanzado considerablemente en la superación de la pobreza, se colocó la educación como sustento totalmente necesario para que los planes económicos, sociales e institucionales pudieran ser posibles. No es que la educación no tuviera razón de ser en sí misma: es que halló en los planes y procesos sociales el motivo particular que le dio la suficiente pertinencia. Solo con una educación adecuada a los procesos sociales, económicos y político- institucionales planeados se podía hacer de éstos algo más que planes.

Y es que la gente no estudia para estudiar; estudia en busca de metas más o menos concretas, más o menos entendibles y entendibles.

IV.

Las políticas sociales, económicas y político-institucionales son por definición problemas de Estado. Para superar la pobreza se requieren políticas de Estados. Claro está, que sean de Estado no las hace buenas o malas a priori. Por ejemplo, los gobiernos neoliberales establecen políticas pero no precisamente en favor de los intereses comunes sino de intereses privados, aunque las más de las veces bajo el predicamento de que, al final, toda la población saldrán gananciosa. Es posible también que ciertas políticas en busca, por ejemplo, de reducir o combatir la pobreza, adolezcan de fallas de origen que las hagan fallidas. Ese podría ser el caso de políticas encaminadas a erradicar la pobreza, aun las que incluyen reformas educativas. Ese puede ser el caso del diseño de sistemas educativos orientados a la mera empleabilidad, algo así como “gradúate, que en algún momento puedes hallar empleo”.

Otra tentación, quizá más “filosófica” (pero muy asociable a la anterior), sería la de reducir los sistemas educativos forjadores del famoso capital humano: la pretensión de hacer de las facultades humanas (conocimientos, habilidades, etc.), y por tanto del propio ser humano, cosas equivalentes a capital, vale decir, con potencialidad de invertirse para generar riquezas. Cada ser humano representaría un capital, mayor o menor. Al tiempo de cosificar a la gente, supone que todos y todos somos a modo de capitalistas que tendremos más o menos éxito precisamente por nuestra capacidad para manejarse como capital. En verdad, de lo que somos portadores los seres humanos es de fuerza de trabajo, que incluye nuestras capacidades cognitivas y habilidades. Representamos fuerza de trabajo de mayor o menor capacidad productiva, con determinado valor y al que el mercado asigna determinado precio (en ciertos casos, especialmente altos por su rentabilidad: científicos y técnicos, trabajadores del espectáculo como algunos artistas y deportistas, etc.)… La asunción del ser humano como capital encubre la verdad de las relaciones capitalistas dominantes, en las que unos se apropian del esfuerzo ajeno, y sesga la educación hacia la ilusión de un cierto emprendurismo en boga, que sería el camino más expedito para superar mi pobreza. (Nada en contra del emprendimiento como posibilidad legítima).

La lucha contra la pobreza es indisoluble del combate a la desigualdad. La desigualdad es auto-reproductiva. Se requieren políticas particulares no solo para generar riquezas y oportunidades sino también corregir injusticias que inevitablemente producen conflictos y trastornos sociales. En ello, hacer efectivo el derecho a la educación deberá un papel crucial, siempre que se supere el economicismo y la visión tecnocrática e instrumentalista. Después de todo, la educación auténtica no tiene como único norte la formación de seres económicos sino la formación integral (moral, intelectual, estética, física) del ser humano. La cultura misma es “riqueza”. Una educación dirigida solo al mercado no puede producir verdadero desarrollo, por más que crezca la economía.

Si la pobreza estructural es multidimensional, como lo es, deben ser varios los flancos desde donde debe ser combatida. La educación también deberá ser multidimensional, si quiere formar parte efectiva del combate a la pobreza. Para ello se requiere de voluntad política y compromisos históricos: voluntad para acompañar la educación de políticas sociales que la sustenten y tracen el mejor norte.