Nacido en Inglaterra, criado en Toronto, sacerdote católico, emprendedor de desarrollo, leyenda en su país adoptivo, República Dominicana, falleció el 11 de octubre en Florida a los 79 años.
Al día siguiente de la muerte del padre Quinn en un hospital de la Florida, el Padre Superior de su orden, una ex religiosa, una prima y yo nos reunimos con su cirujano cardiovascular. Familiarizado desde hacía tiempo con Lou, su inestable corazón, su Párkinson y otras aflicciones, el distinguido cirujano rezongo que este no había sido un paciente sumiso y repitió lo que había dicho a su equipo médico: “Esto es probablemente lo más cercano a lo que cualquiera de nosotros estaremos de una Madre Teresa”.
Esta visión era ampliamente compartida en República Dominicana, cuya gente el Padre Quinn había servido y amado durante más de medio siglo. El Presidente Leonel Fernández decretó un día nacional de luto y todas las banderas en edificios públicos ondearon a media asta. Junto a varios miles de dominicanos dolientes, el Presidente asistió al funeral en la parroquia del Padre Quinn en el pueblo montañoso de San José de Ocoa.
Educado en Toronto, fue ordenado en 1952 como sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras Scarboro, con base en Toronto, y casi de inmediato se trasladó a República Dominicana. Designado en Ocoa en 1965, encontró una comunidad dispersa compuesta mayormente por campesinos que llevaban vidas de dura subsistencia. El primer reto fue construir caminos. El acceso al mercado del pueblo era por enredados senderos montañosos en burro o caballo.
Un organizador de talento y recaudador ingenioso de fondos, obtenía dinero y equipos del gobierno dominicano, empresas mineras y organizaciones internacionales incluyendo a la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (CIDA, por sus siglas en inglés). Con la organización de desarrollo local que formó , se construyeron 600 kilómetros de caminos vecinales, 69 escuelas, pozos, clínicas, más de 2,000 viviendas con bases y pisos de cemento, se sembraron millones de árboles, se instaló una presa, se distribuyeron letrinas de diseño higiénico, se instalaron tuberías para irrigación, se ofreció asesoría para establecer pequeñas empresas de cigarros, muebles y joyería. El trabajo sigue y en muchos de estos proyectos continúan participando cientos de estudiantes y adultos de las áreas de Toronto y Hamilton. En ellos ha participado la tripulación de dos barcos de guerra canadienses.
Gradualmente, las vidas de miles de personas fueron transformadas profundamente -e inevitablemente se levantaron ronchas. La preocupación en altas esferas de que sus prioridades estaban mal orientadas condujo a una orden para removerlo de la parroquia. Tras manifestaciones masivas de los ocoeños, la orden fue rescindida. Devoto, pero poseedor de un sentido de humor travieso, Lou se quejó en una ocasión de que lo que tenía más en común con el Papa Juan Pablo era el Párkinson. Al final su integridad espiritual y sus logros extraordinarios ganaron los corazones de todos. Recibió una alta condecoración de ese mismo Papa. Dos obispos y Jack Lynch, el Padre Superior de los Scarboro de Toronto, hablaron con pasión cariñosa en su funeral.
Apodado Guayacan, la madera más dura del país, fue por muchos años tan fuerte en lo físico como en determinación. Con frecuencia Lou manejaba el bulldozer en secciones empinadas de caminos montañosos. Inspirado en las enseñanzas de amar al vecino y al enemigo, luchó a veces con dificultad para seguir este precepto. Un defensor sin miedo de sus fieles, en una ocasión retó a un fornido policía a un pulso mano a mano. Si Quinn ganaba, el policía pondría en libertad a un adolescente inocente detenido en una celda de la cárcel local junto a villanos brutales. Quinn ganó.
Su temple fue puesto a prueba casi inmediatamente a su llegada a República Dominicana, en ese tiempo gobernada por el megalómano dictador generalísimo Trujillo, quien aceptaba el culto a Dios siempre que el fuera igualmente venerado. Este arreglo no concordaba con el temperamento de Quinn, cuya lesa majestad fue rápidamente reportada por los espías asignados a su iglesia. El sobrevivió, pero su amigo y anterior cura asistente de franco hablar, el Padre Arthur McKinnon, fue asesinado durante el tumultuoso período que siguió a la muerte del dictador. Beligerante con pícaros, blasfemo cuando lo frustraban, Quinn podía encantar los bigotes de un gato. Alumno del coro San Miguel de Toronto, cantaba con un barítono melodioso, a veces sus propias composiciones acompañado de guitarra.
Quince años atrás se le planteó al Padre Quinn que podía ser un candidato para la Orden de Canadá. “Por que querría eso”? preguntó. “Porque esto lo ayudaría a recaudar fondos en Canadá”. “Ahh”, dijo Quinn, quien posteriormente se convirtió en Miembro de la Orden.