Para ser justos debo decir que he ido más a Bávaro y Punta Cana que a Boca Chica, la cual he visitado solo dos veces en mi vida, cuando tenía diez años y hace apenas unos cuantos meses.

Aunque han pasado algunos meses, no está tan lejana en mi memoria esta última visita, de la que puedo rescatar algunos eventos memorables. Interpreto aquí, como algunos norteamericanos habrán experimentado en el sitio, que de lo que se trata es de tener una experiencia lúdica, algo en lo que Boca Chica es una experta.

Como habrán visto otros espectadores, Boca Chica tiene un “problema”: tiene personalidad. Conocida como “la playa del pueblo”, ayudada con los contratos rápidos de turistas, en los últimos años, esta adquiere más personalidad y ha sido foco interesante de citadinos y extranjeros que ven en el lugar un sitio “chulo”, entretenido.

Boca Chica fue fundada en 1779, una fecha distante y tiene una historia bien cronometrada que nos habla de glorias antiguas en distintas eras (el mismísimo Fulgencio Batista estuvo asilado en uno de sus hoteles). Según algunos cronistas, en la Era de Trujillo se puede hablar de figuras del jet set internacional que venían a Boca Chica a pasar algunas semanas. También vinieron Kim Novak y Juan Domingo Perón, entre otras personalidades.

En un viaje reciente, he visto en el lugar a americanos comiéndose una pasta en la orilla de la playa, en un bar que hay cercano al agua. También he visto unas canadienses, acompañadas de dos dominicanos, en la tarea de meterse en el mar lo mas profundo posible. No cabe duda: buscaban incrementar sus habilidades de natación.

En la costa, en la orilla de la playa, he conversado con la dueña de un local para aprender a bucear donde ésta alquila los instrumentos para meterse más profundo en el océano. Simpatiquísima y muy entusiasta, esta señora fue muy amable con quien esto escribe, y me terminó dando su tarjeta, a la par que me explicaba que su esposo era alemán.

Como en otras playas de la isla, estos buzos que esperan para entrar en el mar en pocos minutos, nos recuerdan los famosos documentales de Jack Yves Cousteau, que, en su barco Calypso, manejaba a un grupo de buceadores que se metían en lo más profundo del mar. Hoy en Boca Chica está el Parque Nacional Submarino La Caleta, listo para que los buzos se den cita allí. Los canadienses y de otras nacionalidades, tienen un presupuesto y hay que entender que cada playa tiene su dinámica, Bahía de Las Aguilas y Las Terrenas, para citar solo dos ejemplos.

En este mismo texto, hable más arriba del asunto de personalidad y es cierto. Uno se sienta y de manera inmediata, es preguntado por algún lugareño si quiere pescado de los que fríen en la callecita. La respuesta suele ser positiva: ese mismo muchacho te ha conseguido unas sillas de plástico en las que esperarás por el manjar del mar, no ya lambí como en Samaná, sino otro pescado como en Las Terrenas.

Entre lambí, almejas, ostiones y pescado esperamos un rato, entre chicas que saludan, sonríen y también se sientan con nosotros. Es una molestia para algunos viajeros esto de los vendedores ambulantes que, con insistencia particular, miran y quieren “meterte por los ojos” sus productos: gafas de sol, por ejemplo. Son muy conocidos en el lugar.  Podemos decir que hay una calma en la zona por la que muchos podrían pagar. Debe respetarse el modo de sobrevivencia de estos individuos de bajos estratos socioeconómicos.

Reina un ambiente pacífico, de alta camaradería con los habitantes de la zona. El pescado será traído pronto. A dos metros del agua de la playa, le digo a alguno que podemos hacer negocio, a lo que mi acompañante se opone. Es como si no tuvieran sino la intención de sacarte algunos pesos. Es su faena diaria, la manera de ganarse la vida. Los proyectos que se hagan –que han sido anunciados recientemente por las autoridades–, tendrán que buscarle un proyecto de vida a estos buhoneros, de la manera más democrática y humanitaria posible. Pero podemos decir que Boca Chica es un lugar mágico. A través de los años, esa magia se ha construido debido a las edificaciones que hay alrededor de la playa, así como la vegetación y la dinámica del lugar.

Cada año, lo cierto es que Boca Chica se llena de gente en Semana Santa y es mucho trabajo para las autoridades por el desorden que allí se escenifica. Pero cuando no hay Semana Santa, es como si el sitio se transformara en un lugar chulísimo para ir a comerse un pescado en algunos restaurancitos y restaurantes, pasear por la orilla de la playa y mirar a algunas turistas a las que no hemos encuestado (queremos saber de dónde son). Examinándonos de arriba abajo, sus acompañantes nos dicen que son canadienses. Sobre la playa, algunos hablan de arrabalización y caos, un tema de nunca acabar que implica tener en cuenta la misma longitud de la zona de playa y la cantidad de gente que allí se apiña.

Para los próximos años, un trabajo astuto que se haga en este lugar, nos habla de la apertura de nuevos hoteles, y la valoración de los restaurantes ya existentes. Hay una gran cantidad de gente que se gana la vida de la presencia de turistas en esta zona. Interesantísimo sería un conteo de los que vienen a Boca Chica, así también como nos interesa el número que tiene Turismo sobre los viajeros de otros destinos.

En compañía de unos amigos, en una de mis visitas a esta playa, vi a un turista comiéndose una pasta en la orilla: habrá que preguntarle por qué no ha elegido Punta Cana y “la terrible verdad”, es que su presupuesto le permitía este lugar. Hay que ver cómo la zona se cotiza entre los demás enclaves turísticos, lo que podría llevar a algunos técnicos de hablar de “competencia entre enclaves”. Sin embargo, otros podrán ver que se trata de una participación global que está definida con un solo nombre: República Dominicana como destino.

En los últimos días, una solución integral a Boca Chica es lo que piden algunos sectores. Y es cierto que hay muchas cuestiones que resolver en este poblado pequeño que hasta su Saint Tropez tiene. Conozco gente de Santo Domingo que explora este sitio que con el tiempo se ha convertido en asunto popular. La gente ha aprendido que no solo en los nombres rimbombantes está el placer, ese vellocino de oro que todos buscan como un galgo detrás de una salchicha.

Las noticias que se han publicado sobre Boca Chica son motivo de celebración: alguno lo hará con un Cabernet y otro hará un ritual para comprar en el súper el mismo pescado que se comió una vez aquí y que le pareció una gran experiencia gastronómica.

A otros sorprenderá que las haitianas sepan, como modus vivendi, hacer las famosas trencitas en el pelo de las canadienses, tipo Bo Derek.