1.
Mi amigo Jonathan recibió un mensaje.
Los mensajes modernos vienen por muchos caminos y muchas montadas. Antes, cuando solo la biología servía para acelerar el paso humano, para que un mensaje llegara al destino, con rapidez, era necesario que el mensajero corriese mucho, con sus pies de atleta resistente, o cambiar de caballo a ‘cada muchos kilómetros’.
Pero sí, mi amigo Jonathan recibió, en tiempos, un mensaje de otro amigo, JCSP.
El mensaje era sencillo y discreto: «los reyes Magos no se pusieron de camino por haber visto la estrella, sino que vieron la Estrella porque se pusieron de camino». (San Juan Crisóstomo).
2.
Sólo puedes ver estrellas si te pones de camino.
Sólo puedes ver estrellas nuevas si te pones de camino en el camino nuevo.
Pero en 2022, ¿qué es que alguien se ponga de camino?
3.
En 2022, casi siempre un individuo se pone de camino de modo raro con el cuerpo sedentario sentado y casi sedado ante una pantalla.
El camino es ahora virtual, claro, y si no existen ataques informáticos la carretera es buena y tan rápida que es casi instantánea.
En 2022, la buena carretera es aquella que casi no existe, es la carretera que desaparece; paradoja de una ingeniería tan poco física que es casi espiritual.
4.
Los nuevos caballos no tienen, así, cuatro patas ni millares de ellas; se acercan más, a nivel del movimiento, al itinerario alto de los proyectiles y drones con dinamita o cámara de vídeo. Pero sí, he aquí el hecho: la biología ha desaparecido como intermediaria –los carteros son la profesión que resiste, la bella excepción que viene de otro tiempo.
Los organismos vivos están ahora, normalmente, solo en las extremidades del mensaje compartido: emisor y receptor son humanos y su corazón late. En medio, tecnología y electricidad, metal y plástico, y otras sustancias sin corazón ni temperatura.
Los caminos ya no son de piedra ni alquitrán, y ningún bicho tiene potencia para llevar tu carta moderna a la velocidad casi de la luz.
La velocidad no es ahora, pues, la de las patas o la del límite que el corazón del mensajero aguanta; la velocidad depende de la capacidad de un sistema técnico de no tener inercia, dejando que el mensaje haga su camino como si, punto de partida y llegada, sea cual sea su distancia en el espacio, tuvieran finalmente una distancia constante en el tiempo: una pequeña fracción de segundo.
Tarda casi tanto tiempo tu mensaje electrónico en llegar a China como al otro lado de la calle. La distancia entre dos puntos cualesquiera del espacio del vasto mundo conectado es pues ahora, como sabemos, una casi constante en el tiempo. No nos volvemos medio locos con este hecho solo porque medio locos ya somos hace mucho.
5.
Escribo: emisor y receptor son humanos y su corazón late. Y ahora pienso: ¿y si envías el mensaje a un muerto? (ya lo he hecho, ya lo hemos hecho). Y de inmediato entiendo que este quizá sea uno de los actos más perturbadores que la modernidad todavía permite. Nadie contesta, pero la sensación, la rarísima sensación, es la de que el receptor, el muerto, lo ha recibido.
6.
Qué hacer con el número de teléfono de la persona que ha muerto. ¿Dónde lo pones? ¿En qué agenda?
Envejecer es un poco esto: primero, sólo hay una agenda: la de los contactos de los vivos. Después empieza la de los muertos, con un nombre; después dos, tres. Y sí, en poco tiempo, las dos agendas tendrán el mismo peso: como un grueso libro de ochocientas páginas en el momento en el que llegamos a la página 400 y de ambos lados tenemos el mismo exacto peso en la mano derecha e izquierda.
Pero si seguimos vivos, la segunda agenda, la que apareció después, la de los contactos de los muertos, irá cogiendo peso y peso y peso. Un muerto más, diez gramos más allí, al lado izquierdo, al lado del pasado; después cien gramos más y cien más y cien más.
La agenda de los muertos volviéndose cada vez más pesada.
7.
Normalmente, en la juventud, el paisaje exterior y el paisaje mental solo tienen vivos. Feliz aquel que está en el tiempo en el que, en su paisaje privado, no hay un único muerto, dice alguien.
8.
Pero pienso también: esa agenda será todavía necesaria. E imagino que, más tarde, entre los muertos, existirá una forma cualquiera de contacto y esos números volverán a ser útiles.
Nunca eliminemos el número de teléfono de alguien que ha muerto. Eso sería perder completamente el contacto con esa persona.
Una especie de creencia tonta que cree, al mismo tiempo, en el alma y en la tecnología: los números de los muertos volverán a sonar y a ser descolgados.
9.
No sé por qué, me acuerdo del poeta Paulo Leminski
“¿qué será
lo que hay ahí abajo
para que la piedra se caiga
tan fácilmente?”
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Traducción de Leonor López de Carrión.
Originalmente publicado en el Jornal Expresso