Es comprensible, que personas de generaciones, culturas, educaciones, valores y estratos económicos distintos tengan cosmovisiones y mentalidades diferentes, propias de lo que les ha tocado vivir. Estas experiencias son el mayor aprendizaje que cualquier ser humano puede tener, en tanto son vivenciales y acarrean consecuencias directas en la vida de la persona. De ahí que, sea tan difícil para el mismo ser identificar cuando esa lección de vida, al ser aplicada a una determinada cuestión como filtro para llegar a una conclusión atendible, no está cumpliendo el cometido, sino lo contrario.
Sesgos cognitivos hay muchos, clasificarlos no requiere un mayor esfuerzo. Mas complejo es percatarnos cuando estamos siendo presos de estas distorsiones del pensamiento. La parábola de la antigua India Los ciegos y el elefante ilustra nuestro planteamiento con bastante claridad:
“Cuentan que, en el Indostán, determinaron seis ciegos estudiar al elefante, animal que nunca vieron. (Ver no podían, es claro; pero sí juzgar, dijeron.)
El primero se acercó al elefante, que en pie se hallaba. Tocó su flanco alto y duro; palpó bien y declaró: ¡el elefante es igual que una pared!
El segundo, de un colmillo tocó la punta aguzada, y sin más, dijo: es clarísimo, mi opinión ya está tomada: ¡bien veo que el elefante es lo mismo que una espada!
Toca la trompa el tercero, y, en seguida, de esta suerte habla a los otros: es largo, redondo, ¡algo repelente…! El elefante, declara, ¡Es una inmensa serpiente!
El cuarto, por una pata trepa, osado y animoso; Oh, ¡qué enorme tronco! exclama. Y luego dice a los otros: amigos, el elefante es como un árbol añoso…
El quinto toca una oreja y exclama: Vamos, amigos, ¡todos os equivocáis en vuestros profundos juicios! ¡Yo os digo que el elefante es como un gran abanico!
El sexto, al fin, coge el rabo, se agarra bien, por él trepa… vamos, vamos, compañeros; ninguno en su juicio acierta. El elefante es… tocadlo, una soga…Sí, ¡una cuerda!
Los ciegos del Indostán disputan y se querellan; cada uno está seguro, de haber hecho bien su prueba… Cada uno tiene un poco de razón…el elefante, al que nunca vieron, es un poco todo lo que ellos discuten, juzgan y definen, sin más: pared, espada, serpiente, árbol añoso, gran abanico, y cuerda.”
Como se advierte, la moraleja de esta parábola consiste en que los seres humanos tendemos a afirmar la verdad absoluta basándonos en nuestra experiencia subjetiva y limitada, ignorando las experiencias de otras personas, y más aun, los datos (estudios, literatura, doctrina, filosofía, experimentos, hipótesis, ideologías, etc.) que giran alrededor del tema controversial.
Es nuestro parecer, que dos paliativos a esta limitación humana son: la humildad y la curiosidad.
El humilde se sabe ignorante. Por tanto, sin mayor resistencia da cabida a lo desconocido, no para integrarlo como bueno y valido sin reparos, pero si para examinarlo y aquilatarlo. De paso, tiene la libertad de debatir con pureza, porque su búsqueda no radica en la victoria pírrica que se agencian los que pretenden “tener la razón”; su intención va más allá de la banalidad. Su impulso es saber por el saber. Quien goza de esta virtud actúa con consciencia de los cuadrantes del conocimiento, procurando tópicos nuevos que enriquezcan su acervo cultural, sobre todo, el que tiene que ver con lo sabe que desconoce.
El curioso por su parte no está interesado en ofrecer respuestas, mas bien tiene preguntas. No da crédito a pensamientos dicotómicos o tubulares, quiere el concepto y sus matices, las excepciones a la regla y todas las perspectivas; por todo ello, investiga incesantemente. Al igual que el humilde, asume una actitud hedonista frente al conocimiento. No lo quiere por gloria o para zanjar un debate con un ¡Te lo dije!, se encuentra ávido de discernimiento, y su móvil es el aprender por placer.
Al final, parafraseando a Galeano, la humildad y la curiosidad están en el horizonte: Caminamos dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué servirán estas cualidades? Para eso, para avanzar [en el entendimiento, hacia la inteligencia, rumbo a la metacognición].