Hace más de 10 años leí en un libro de sociología cuyos detalles de referencia bibliográfica no recuerdo, que en Estados Unidos la diferencia entre parejas heterosexuales sobre la división sexual del trabajo, los quehaceres domésticos, era la causa responsable de un 80 y pico % de los divorcios.

Creo, igual que lo ha expresado el terapeuta estadounidense Erich Fromm en su libro “El Arte de Amar”, que la intimidad, el afecto, podrían significar un avance civilizatorio entre las y los humanos al que se le podría dar legitimidad como una variable permanente deseable para el buen vivir.

La dificultad, lamentablemente, es que, en algunas sociedades patriarcales, como es el caso de nuestra querida República Dominicana, la división sexual en los trabajos sucede y reproduce un modo de vida relacionado con el desbalance de poder, con desventaja hacia las mujeres, que por tradiciones tienen asignaciones de roles, estereotipos, espacios, que la reducen a esferas como de segunda categoría, tal y como planteó la filósofa francesa Simone de Beauvoir; la división sexual del trabajo sexista reducen a la mujer a un Segundo Sexo, como “la otra”, en no inclusión, no democracia, no encuentro existencial, tal y como lo expresó en su libro El Segundo Sexo, en el año 1950.

El patriarcado durante milenios, casi en todas las sociedades, ha venido haciendo una división de espacios, con esferas diferenciadas de poder. Las mujeres a la casa, a hacer los quehaceres domésticos sin paga; o con pagos precarios, con condiciones de seguridad y derechos laborales al margen de las normativas que protegen a los demás trabajos. Las trabajadoras domésticas suelen ganar muy poco dinero para reproducirse con dignidad y autonomía.

A pesar que la Organización Internacional del Trabajo, OIT, aprobó el Convenio 189 en el 2011, la República Dominicana no acaba de aprobar y aplicar una ley que iguale el trabajo doméstico a los demás trabajos. Debemos avanzar en ese sentido.

Tenemos que socializar, educar, a niñas, niños, adolescentes, jóvenes, en la igualdad, y en el disfrute al hacer los quehaceres domésticos, y en todos los quehaceres del cuidado.

También se visualizan las tareas reproductivas del cuidado con menos reconocimiento personal, social, cultural; cuando se pagan con salarios menores, en un sentir y desenvolvimiento de opresión, rutina, unilateralidad, y en desiguales oportunidades para desarrollar una personalidad y ciudadanía plena, integral…

La alegría y el amor languidecen cuando en las relaciones, en los grupos, cuando no se trabaja en equipo, no se hace sinergia: seres humanos sesgados, en opresión, no hacen la sociedad más productiva, más justa, más saludable, en lo emocional, físico, y social…

Todo esto se ha venido manifestando en la mujer en mayor pobreza socio-económica, menor autonomía, con proyectos de vida limitados en la realización plena de la personalidad, de las capacidades, y en el ejercicio ciudadano.

Decía Margaret Mead, que la aparición de un hueso humano restaurado en una cueva, es un símbolo del cuidado en nuestra especie; pues alguien recogió a un humano roto, herido, y lo introdujo en un espacio protegido para sanarlo, y así evitar que no se lo comieran o acabasen de matarle. Nace así la ternura, el cuidado, como un símbolo de más desarrollo humano.

Creo también igual que esta antropóloga, Margaret Mead (1001-1978), que tener relaciones humanas constructivas, alegres, en confianza, con positivismo, optimismo, vitalidad, es signo de civilización.

Superemos la división sexual del trabajo, y que, para todos y todas, fregar, `por ejemplo, sea una oportunidad para acariciar platos, vasos, sartenes, grecas, cucharas, etcétera. Que dejar resbalar el agua que se lleva el sucio se disfrute en la suavidad y la sensación de limpieza, que esforzarnos en abrir una greca lo asociemos con el destrabar la opresión entre los humanos.

Que las tareas reproductivas y de cuidado, como el fregar, por ejemplo, sean un quehacer revolucionario de iguales, de todas y todos; construyamos una sociedad democrática, de humanos, que saben auto sostenerse, sobrevivir, haciendo una revolución que supere las divisiones de roles sexistas, dejando atrás al patriarcado, haciendo una sociedad de ternura compartida, del cuidado.