(Publicado originalmente el 12 de julio de 1987, en el suplemento Domingo en Especial del Listín Diario). Raúl Pérez Peña (Bacho)
Pasarse más de 20 años en “los países” es como dejar toda una vida de “aquel lado”. Aunque Gardel dijera que 20 años no es nada.
Tomando como punto de partida los que emigraron entrada la década del ’60, son muchos los que han decidido el retorno.
Unos después de obtener su jubilación, con cuyos ingresos fijos pueden “desenvolverse”.
Otros porque hicieron sus “chelitos” trabajando de campana a campana en algún negocio propio.
Otros terceros porque sencillamente no aguantan más el “tiro diario” de la urbe.
Y unos cuantos que regresan sin “cuartos”, porque “Nueva York no les viene”.
Habría que agregar la versión del “cadenú” que no anda en buenos pasos, aunque monte en autos “del año”.
Hay casos de dominicanos que pasaron 20 años en Nueva York y que de allí sólo trajeron la disciplina de una sociedad industrializada. Eso le ha bastado para instalarse aquí con un modesto taller y ganarse la vida “sin rifas ni sorteos”.
Pero los hay que, aunque vinieron con algún ahorro o pensión, han vuelto hechos “bagazos humanos”. Definitivamente lo dejaron todo allá: su alma y sus fuerzas.
De todos modos, jubilados o no, su retorno los jubila. Es decir, los llena de júbilo.
Porque han regresado a la tierra que los vio nacer.
Al país de sus amores.
Del sancocho y del merengue.
Vienen alegres como volvió Juanita.
No importa que traigan la vida encima.
Traen mucho amor para su gente, para su pueblo.
A revivir sus tiempos tiernos.
Como la misma Juanita: “con sus ojeras pintadas, de pájaros y colores; de amores y de canciones”.
*[Esta publicación es parte del Proyecto por la Memoria Histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas].