Sobre Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien sometió a nuestro país por casi 31 años a la más férrea, cruel, vil y sanguinaria de las dictaduras de Latinoamérica y de cuyo ajusticiamiento, llevado a cabo por un puñado de hombres aguerridos, decididos y de valor, se cumplieron 62 años el pasado 30 de mayo, lamentablemente se ha escrito más de él que sobre el fundador de nuestra nacionalidad, el Patricio Juan Pablo Duarte y Diez. Antes de dicho ajusticiamiento se habían llevado a cabo varios atentados y expediciones armadas, como las de Cayo Confites, Constanza, Maimón y Estero Hondo para derrocar la misma. Todas fueron derrotadas en el aspecto militar, no así en el moral ni patriótico.
En el último complot para eliminar a Trujillo los únicos que participaron y ejecutaron esa epopeya esa noche, debido al papel que jugó el azar, como categoría histórica, ese día, fueron: Antonio de La Maza, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert Barrera, Pedro Livio Cedeño, Wáscar Antonio Tejeda, teniente Amado García Guerrero y Roberto Pastoriza.
También formaban parte, pero no hubo tiempo de avisarles, Modesto Díaz, Juan Tomás Díaz, Manuel Tejada Florentino, Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti), Luis Amiama Tió, José René Román Fernán (Pupo), secretario de las Fuerzas Armadas, entre otros.
Descubierto el complot, debido a una serie de factores que aún no han sido aclarados, con excepción de Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, que pudieron ocultarse y salvar sus vidas, todos los demás fueron perseguidos, torturados y fusilados por el SIM y por el hijo del dictador, Ramfis Trujillo. Por su heroísmo y contribución al retorno de la democracia del país, a todos se les concedió el titulo de Héroes Nacionales.
Entre las tantas razones que tuvieron los conjurados para ajusticiar al dictador y que algunos de ellos las sufrieron en carne propia, se citan: la opresión y el terror imperante, las violaciones a los derechos humanos (persecución ideológica, encarcelamientos, torturas y crímenes horrendos contra personas inocentes) y la concentración de las riquezas del país en manos de la familia Trujillo.
El 20 de diciembre del año 1962 se celebraron las primeras elecciones generales libres y democráticas luego de la caída de Trujillo y en ellas fue electo presidente de la República el profesor Juan Bosch Gaviño, con más del 60% de los votos emitidos. Su gobierno, totalmente democrático, regido por una de las constituciones más avanzadas, democráticas y progresistas, basada en la justicia social, en el respeto a los derechos humanos, recogía todas las pretensiones de los conjurados participantes en el magnicidio del 30 de mayo de 1961.
Desgraciadamente, ese primer gobierno constitucional, legítimamente electo, presidido por el profesor Juan Bosch fue derrocado por un golpe de Estado militar, el 25 de septiembre de 1963, con apenas siete meses en el poder. Como ironía del destino, entre los que encabezaron dicho golpe sale a relucir la figura del general Antonio Imbert Barrera.
El 24 de abril de 1965 estalla la Revolución Constitucionalista de 1965 con el propósito de restituir a Bosch en la Presidencia, sin elecciones. De nuevo la figura de Imbert Barrera reaparece enfrentando a las fuerzas constitucionalistas, apoyando la intervención norteamericana. Como presidente del Gobierno de Reconstrucción Nacional enfrentó al gobierno constitucionalista, liderado por el coronel Francisco Alberto Caamaño, participando activamente en la dirección de la “Operación Limpieza”, persiguiendo, apresando, torturando y fusilando a los combatientes constitucionalistas de la zona norte de la capital.
Por culpa de ese golpe de Estado, nuestro país retrocedió más de 50 años en lo económico, político, social e institucional, pues todavía tenemos una gran deuda social y pobreza acumuladas.
Por estas y otras tantas razones, el señor Antonio Imbert Barrera perdió la categoría de Héroe Nacional, al tirar por las bordas los méritos alcanzados participando en el ajusticiamiento de Trujillo.