Se ha dicho y escrito mucho acerca de lo sucedido el primer Viernes Santo, describiendo la desventura, traición, entrega, tribulación, juicio, condena y muerte de Jesús de Nazaret. Los hechos de ese viernes, después de los memorables acontecimientos del Jueves Santo, adquieren mayor trascendencia dada la envergadura de lo acontecido ese extraordinario día que remembramos como Viernes Santo. Sin embargo, se impone la prudencia, a pesar de la importancia de señalar culpabilidades. Es preciso considerar las características y la naturaleza humana, la influencia religiosa, presión política, el ambiente social imperante en el pueblo. Por tanto, no es correcto juzgar radicalmente a todos los que, de una u otra condición, estuvieron presentes, o actuaron de modo consciente o inconsciente, en lo sucedido. Es necesario determinar quiénes estuvieron presentes y quiénes fueron los actuantes.
El drama del Viernes Santo comenzó desde que Jesús oró en el Jardín de Getsemaní, fue entregado por Judas Iscariote a los soldados del imperio romano, y luego llevado ante la presencia de los sumos sacerdotes Anás, Caifás, quienes junto a otros jefes del Sanedrín actuaron de manera malévola. Tras el enfrentamiento, Jesús fue llevado al palacio del gobernador Poncio Pilatos y allí, frente a una bulliciosa muchedumbre, el profeta fue abucheado, falsamente acusado en un proceso de índole política y de fanatismo religioso.
Los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, narran los pormenores de lo que sufrió Jesús esa infausta madrugada; relatan las innumerables y maliciosas acciones que padeció el Señor: traición, difamación, negación, abandono, apresamiento, ser escupido en la cara, golpeado por los soldados; le pusieron vestidura correspondiente a un monarca y fue coronado con una diadema de espinas.
Es oportuno preguntar ahora, ¿estuvo usted presente o fue actuante al responder a Pilatos, cuando éste le preguntó a Jesús si era el Rey de los Judíos?
¿Es posible que personas como usted y yo, con características diferentes o semejantes, estuviesen allí como espectadores entre el gentío que pedía crucificar a Jesús y liberar a Barrabás; haciéndolo como fanático religioso, como miembro del ejército romano, como representante gubernamental del imperio de los Césares; o como alguno de los seguidores del profeta que salió huyendo cuando Jesús fue apresado por los soldados; o cuando fue negado por el más íntimo de sus discípulos? Acaso estaba usted como las lastimosas mujeres en el Vía Crucis (camino al Gólgota), llorosas de presenciar el maltrato dado al joven profeta; o como el cirineo transeúnte, obligado a ayudar a Jesús ya exhausto debido a una noche de aflicción, golpiza y burlas.
Por otro lado, usted escuchó las siete últimas palabras del inmolado colgado en la cruz; ¿cuando dijo tener sed y se le ofreció vinagre con hiel, tal vez como anestesia para calmar el dolor causado por los clavos en manos y pies?
Qué sintió usted cuando, al clavar el pecho del sufrido y castigado mártir, brotó liquido como agua y sangre; ¿qué emoción le causó cuando los soldados reconocieron que el malogrado religioso era “verdaderamente hijo de Dios”? qué impresión le causó la piadosa acción de José de Arimatea y el maestro Nicodemus que hicieron las diligencias para obtener permiso del gobernador Pilatos para sepultar el inerte cuerpo de Jesús en una tumba nueva?
Al leer este artículo respecto a las personas presentes o actuantes en el drama del primer Viernes Santo, ¿dónde se ubica usted ante ese brutal acontecimiento?