Imaginemos a un niño que, para salvarse, requiere de una amputación. Se trata de una solución no deseada para el pequeño y para sus seres queridos, pero constituye la única elección que le permitirá sobrevivir.

El hecho, común en nuestros días, parece remontarse a los orígenes de nuestra especie, como se desprende de un estudio publicado en la revista científica Nature y reseñado por el diario español El país.      (Los restos de un niño con un pie amputado hace 31.000 años iluminan el origen de la cirugía | Ciencia | EL PAÍS (elpais.com)).

 

Un grupo de arqueólogos dirigidos por el profesor de la Universidad de Griffith, Australia, Tim Maloney, ha encontrado los restos de una amputación quirúrgica realizada a un niño nada más y nada menos que hace 31,000 años en una cueva de la isla indonesia de Borneo.

Los restos óseos indican que la intervención se realizó con el conocimiento y la intencionalidad de realizar la amputación para salvar al pequeño sin que muriera desangrado y que pudo sobrevivir unos ochos años después de la operación.

Desde el punto de vista médico, es un precedente de la practica especializada de la intervención quirúrgica, pero lo que me interesa destacar del evento es lo que la paleoantropóloga María Martiñón Torres afirma en la reseña señalada: se trata de una evidencia de que, desde sus orígenes, el Homo sapiens se ha preocupado por el cuidado de quienes se encontraban en una situación de discapacidad dentro del grupo.

Usualmente, interpretamos el instinto de sobrevivencia de nuestra especie en términos estrictamente individuales, pero como señala la investigadora, el instinto de sobrevivencia también es colectivo e implica estrategias que nos llevan a hablar de una “institucionalización del cuidado”.

Dicha institucionalización no solo conlleva el acto puntual de la intervención quirúrgica, sino también, la integración del niño dentro del grupo y su acompañamiento hasta su entierro después de su fallecimiento.

La idea de que los móviles de nuestras acciones son exclusivamente individuales no parece compatible con el cuidado de personas vulnerables en un periodo de sobrevivencia extrema -como el Pleistoceno-. Desde un punto de vista meramente egoísta, dichas personas constituían una carga para el grupo y hacían peligrar la sobrevivencia de los más fuertes ralentizando sus movimientos en circunstancias de emergencia.

Concluyo relacionando el evento reseñado con una anécdota: alguien preguntó a la famosa antropóloga, Margaret Mead, cuál era el primer signo de civilización en la historia de la cultura. La investigadora respondió que un fémur roto y curado. Este hecho significa que hubo una persona para cuidar y otra que fue cuidada. Para Mead, esa ayuda para sobrellevar la dificultad constituye el inicio de la civilización.