El estratega clásico Von Clausewitz señaló que toda guerra es “continuación de las relaciones políticas por otros medios”. Es decir que la política y la guerra están indisolublemente unidas y aunque se reconoce que las batallas se ganan o pierden en los frentes de combate el resultado final de una guerra está condicionada por decisiones políticas.

 

El triunfo militar en varias batallas no garantiza la victoria en la guerra. Derrotas bélicas en batallas coyunturales pueden tener como consecuencia el triunfo en la guerra si están vinculadas a propósitos políticos bien definidos.

 

La “Ofensiva del Tet”  ilustraría ese enfoque. Tropas de Estados Unidos y Vietnam del Sur estaban venciendo al Ejército de Vietnam del Norte (EVN) y al Vietcong, pero en enero de 1968 sus estrategas respondieron con esa inédita “Ofensiva” durante el Año Nuevo Vietnamita, periodo de gran significado en la religión budista, predominante en Indochina. Respetando las creencias tradicionales siempre había en el “Tet” o Año Nuevo Lunar un alto al fuego o tregua no declarada.

 

Sin embargo, en el “Tet” de 1968   innumerables combatientes atacaron por sorpresa, en forma simultánea y sincronizada 36 capitales de provincia, 72 capitales de distrito, 23 bases militares y 5 de las 6 ciudades autónomas. En Saigón atacaron hasta al Palacio Presidencial y la propia Embajada de Estados Unidos fue tomada brevemente por un comando suicida.

 

Esa ofensiva culminó con un triunfo militar táctico de Estados Unidos, con 4,000 bajas de un total de 500,000 tropas que en ese momento   tenía en Vietnam. Los norvietnamitas, atacando a campo abierto sufrieron una desastrosa derrota militar con decenas de miles de muertes, pero lograron una victoria estratégica política, psicológica y propagandística porque la sociedad estadounidense entendió que no debía continuar esa “guerra inútil” pagando un precio inaguantable en vidas humanas. Johnson desistió de buscar reelegirse y años después Nixon y Kissinger negociaron la llamada “Paz con Honor”.

 

Comenzando la invasión de Ucrania un estratega señaló que había que derrotar a Putin en las batallas y evidenciar el número de soldados rusos muertos combatiendo para que en Rusia presionaran para terminar la guerra.

 

Asumiendo instintivamente el escenario que conmovió los fundamentos humanitarios de los americanos al observar en la televisión la llegada a Estados Unidos de ataúdes procedentes de Vietnam, la poetisa rusa, exiliada en Georgia, Daria Serenko ha escrito un poema en prosa sobre los militares invasores muertos en Ucrania y que se titula “Los Novios”.

 

Daria es de las fundadoras del grupo de “Resistencia Feminista Anti-Guerra” creado en febrero para oponerse a la invasión de Putin y señala que escribió el poema pensando en quienes como ella  huyen de Rusia para no ser apresados por su oposición pacifista .Agrega que también pensó  en el amargo final del prestigioso filosofo judío Walter Benjamín que trató de escapar en 1940 de la Francia ocupada por los nazis y cometió suicidio en un hotel pues las autoridades franquistas le negaron la entrada a España y pretendieron  retornarlo a Francia desde la misma frontera.

 

“Los Novios” es un poema fúnebre dedicado a personas muertas en combate cuyo gobernante los hizo participar en una aventura de violación de la territorialidad de una nación independiente. Por tanto ese poema no se ajusta a la esencia de la elegía que es un género poético dedicado a seres amados ya fallecidos, simbolizado en las “Coplas a la muerte de mi padre” de Jorge Manrique.

 

El contenido tétrico y acusador de “Los Novios” se manifiesta desde su primera estrofa, traduciéndolo del ruso al inglés y de ahí al español: “Cuando los novios azules muertos de Rusia regresan de la guerra, se acuestan para siempre en la cama con sus novias. Están acostados entre sábanas limpias como si estuvieran acostados en ataúdes y las mujeres aún vivas están acostadas junto a ellos como si estuvieran acostadas en ataúdes y todas las personas en cada edificio alto de hormigón prefabricado están acostadas como si estuvieran acostadas en ataúdes”.

 

Las naciones democráticas reaccionan compasivamente ante sí mismas cuando sus hijos mueren en guerras, incluyendo las que sus propios gobernantes provocan. Los conglomerados dictatoriales con dirigentes autoritarios personalistas no se conduelen de los huérfanos, de las viudas ni de las novias que perdieron en guerras genocidas a sus amados novios. Su indolencia es mayor respecto a los seres humanos asesinados por sus tropas invasoras en naciones victimizadas, no provocadoras