La creación de la República Dominicana demandó que muchos campesinos influyentes tomaran las armas para dirigir las luchas libertarias con la gente que les seguía. Esta militarización rural patriótica forjó la creación de muchos generales y coroneles que ayudaron primeramente a la Independencia Nacional con la separación de Haití y luego a consolidar la República durante la guerra restauradora. Pasada esta etapa, algunos de estos hombres orientaron en otro sentido la aplicación de sus destrezas militares y el empleo de las armas que permanecieron en su poder.

Cuando finalizaron las lides patrióticas, algunos de estos líderes militares improvisados se integraron a la actividad política, logrando acceder al gobierno de la nación en alguna forma (generalmente con el uso de las armas)

.  Otros, optaron por constituirse en caudillos en predios rurales con tropas irregulares que les seguían. Se establecían en sus demarcaciones, desde las cuales presionaban a los gobiernos por designaciones importantes y salarios para ellos y sus seguidores a costa de las arcas del Estado. Estos caudillos regionales, operando en casi todo el territorio nacional, se constituyeron en azotes que mantuvieron en zozobra a los gobiernos regulares durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros tres lustros del siglo XX, constituyendo la versión dominicana de la montonera que también operaba en algunas otras naciones latinoamericanas.

Estos grupos armados formaban pequeños ejércitos irregulares que obedecían a un caudillo o líder local en algunas regiones y poblaciones del país. Aunque algunos de estos líderes campesinos fueron oficiales que alcanzaron sus grados durante las guerras patria, otros eran “generales” o “coroneles” autodesignados o nombrados por los hombres que le seguían. Algunos se dedicaron a la sedición de los gobiernos que surgían, afectando su gobernabilidad, pero la motivación de otros era emprender un enfrentamiento justiciero contra poderosos terratenientes que les habían despojado de sus tierras para establecer predios de caña de azúcar cuando se comenzaron a construir los grandes ingenios azucareros a finales del siglo XIX.

Los grupos de poder que representaban estos caciques regionales con cientos de seguidores armados fueron los causantes de la inestabilidad de los múltiples y efímeros gobiernos que tuvo el país en esa etapa de nuestra historia, especialmente durante el periodo de la Segunda República. Pero la lucha de muchos de ellos adquirió otra connotación a partir de la ocupación norteamericana de 1916. Algunos ya existían, pero también se crearon nuevos grupos para defender la soberanía, integrándose todos al mismo propósito. El ingrediente patriótico se incluyó en las motivaciones de gente que, desde antes, luchaba en contra los abusivos desalojos de sus tierras por terratenientes poderosos, que, además, contaron con el apoyo de las fuerzas de ocupación. Estas guerrillas rurales tenían un doble motivo para enfrentar las fuerzas de ocupación, el patriótico y su réplica por apoyar a terratenientes abusadores.

Lo cierto es que en la razón de esta lucha convergían las causas nacionalistas, el interés de sobrevivencia a través del delito y el espíritu de venganza por los despojos arbitrarios de sus posesiones. Grupos importantes como los de Salustiano (Chachá) Goicoechea), Vicentico Evangelista, Ramón Natera, Martín Peguero, ¨Tolete”, José Piña y otros se distinguieron en este enfrentamiento contra el poder invasor.

Toda la región oriental, especialmente en los campos y montañas de El Seibo, Hato Mayor, Higüey y la Romana, se constituyeron el escenario de los enfrentamientos más fieros de estos revolucionarios que fueron llamados despectivamente “bandit” (bandidos) por los norteamericanos y “gavilleros” por algunos dominicanos. Hato Mayor y sus campos se convirtieron en uno de los escenarios de las luchas más intensas de estos Patriotas Revolucionarios. Esta población fue ocupada por las tropas interventoras el 12 de enero de 1917 donde cometieron abusos indescriptibles y los crímenes más horrendos contra campesinos y gente de la población en represalia por su impotencia para exterminar las guerrillas.

Esta resistencia armada emprendida por valientes patriotas dominicanos se libró inicialmente en casi todo el país. Se destacan las acciones de La Barranquita en Santiago, algunas escaramuzas en Puerto Plata, en Montecristi, San Francisco de Macorís, en algunas poblaciones del sur. En la mayor parte del país, los ocupantes pudieron reducir rápidamente la resistencia, matando a casi todos los patriotas dominicanos que valientemente defendían la soberanía nacional. Pero en la región este, la lucha se inició desde el principio de la ocupación y no finalizó hasta que los norteamericanos se comprometieron a salir del país en 1922 bajo las condiciones del Plan Hughes-Peynado. Los guerrilleros abandonaron la resistencia bajo las condiciones de ese Plan, el cual consistía en un programa que conllevaba la instauración de un gobierno provisional y el retiro de las tropas de ocupación. Fue muy significativo, que desistieran del acoso a las tropas extranjeras cuando entendieron que, con la ejecución de este acuerdo, terminaban los motivos que provocaban el enfrentamiento.

Los norteamericanos tenían razones para desacreditar esta lucha con el argumento de que sus actores eran bandidos o asaltantes a quienes atribuían tropelías que ellos mismos cometían, o desconocían las motivaciones de algunos alzados que luchaban en contra de los abusos cometidos cuando los poderosos colonos le desalojaron de sus tierras para establecer plantaciones de caña. A los campesinos del este, también les fueron arrebatadas abusivamente las tierras que ocupaban para ser utilizadas por la empresa norteamericana Golf and Westerns y los desalojados integraban estos grupos que, en venganza, atacaban las plantaciones y propiedades de los abusadores. Esta motivación alejaba del argumento delincuencial, las causas que inspiraban su enfrentamiento con los ocupantes y terratenientes abusadores.

Vicentico Evangelista, fue uno de los más fieros combatientes rurales en el este donde, a la causa de los desalojos injustos, se sumó su elevado patriotismo. No podía ser un simple delincuente cuando se convirtió en los campos de El Seibo y Hato Mayor, en uno de los más valientes luchadores contra las tropas de ocupación.

Tampoco fue por delincuente que Gregorio Urbano Gilbert, dio un tiro a un teniente norteamericano en muelle de San Pedro de Macorís, enojado por el desembarco de tropas extranjeras en ese puerto (Luego se unió a los hombres de Salustiano Goicoechea, reconocido como el primer grupo de insurrectos contra la ocupación). Tampoco fue delincuencial la lucha de Fidel Ferrer, un profesor de escuelas, periodista y escritor, quien, siendo gobernador de Samaná, abandonó la posición en 1916 para combatir a los ocupantes.

El historiador hatomayorense, Manuel A. Sosa Jiménez, en una de sus obras atribuye al líder guerrillero Bulito Batía (también de Hato Mayor), la expresión;

“Los yanquis no sueltan nuestra patria si no le hacemos muchas bajas y resistencia permanentes, aunque luchemos solamente los del Este”.

Estas no fueron expresiones de un bandido o “gavillero”, así solo podía expresarse un patriota que trataba de expulsar las tropas interventoras de su tierra.

Aunque manipulada, era entendible la calificación que daban las autoridades norteamericanas en el país a la dura resistencia armada que presentaron los dominicanos, especialmente en los territorios de nuestra zona oriental. El adversario puede ser calificado siempre de la peor manera. Sin embargo, hubo un obscuro personaje dominicano que contribuyó a esta injusta descalificación: Rafael L. Trujillo.

En 1918, Rafael L. Trujillo ingresó a la Guardia Nacional Republicana (después se convirtió en la Policía Nacional Dominicana), creada por los norteamericanos para controlar el país. En ese servicio fue asignado a perseguir los alzados locales en la zona oriental y en esa persecución anduvo por el Seibo, Hato Mayor y San Pedro de Macorís. Estuvo tras los patriotas nacionalistas, obedeciendo el mando norteamericano, prestándose a perseguir a sus compatriotas cuando enfrentaban a las tropas extranjeras que nos ocupaban.

A la partida de los norteamericanos en 1924, Trujillo siguió a cargo de la Policía Nacional luego fue jefe del Ejército durante el gobierno de Horacio Vázquez. Posteriormente contribuyó al derrocamiento del presidente Vázquez, tomó el control del país en 1930 y lo mantuvo con mano férrea hasta 1961 cuando fue ajusticiado. Fueron casi 4 décadas de hegemonía de Rafael L. Trujillo durante las cuales, hizo gravitar su poder en la República Dominicana.

Nadie podía esperar que Rafael L. Trujillo, quien fue oficial al servicio de las fuerzas de ocupación, posteriormente jefe de la Policía y del Ejército durante el gobierno de Horacio Vázquez y finalmente, presidente y dictador dominicano durante 30 años a partir de 1930, contribuyera a reconocer estos combatientes como patriotas dominicanos. Tenía que sostener que eran “gavilleros” porque no podía presentarse ante los dominicanos como un persecutor de patriotas, sino como un paladín que combatió delincuentes.

“Yo creo que es la obra más perfecta de deformación de una imagen pública en todo lo que llevamos de vida republicana”. Fue una expresión emitida por Félix Servio Ducoudray en su artículo, ¿Eran bandidos o gavilleros”? (Memorias de Quisqueya. Enero- abril 2018), sobre el descrédito que se creó a la imagen histórica de los patriotas dominicanos que enfrentaron con las armas a lo ocupación norteamericana de 1916.

Ciertamente, no se puede ignorar que la causa principal que motivaba a estos combatientes estuvo contaminada por el componente delincuencial de algunos de ellos, pero ese no fue su motivo principal. Hay que rechazar la condena histórica que se hizo a la imagen de esta gente, resaltando más el bandolerismo de unos pocos que la causa patriótica que defendía la mayoría de quienes enfrentaban a los norteamericanos. A esta distorsionada versión contribuyeron algunos dominicanos que fueron afectados por la operación de los alzados, especialmente ganaderos, terratenientes y colonos de las plantaciones de caña, quienes habían abusado de muchos campesinos despojándolos de las tierras que ocupaban. Sin embargo, desde el punto de vista político, a los norteamericanos y a Rafael L. Trujillo, era a quienes más convenia el desprestigio de estos combatientes, ya que buscaban dignificar sus propias acciones contra la nación dominicana.