La analogía entre los mundos fenoménicos inconmensurables de Thomas Kuhn y los mundos digitales inconmensurables de la posverdad puede parecer un símil forzado si se toma en un sentido fuerte. Pero, como una analogía débil, puede ayudarnos a comprender un problema importante de las democracias actuales: Internet no solo confronta creencias; confronta mundos, formas de ser y de vivir.

El enfrentamiento entre creencias presupone unos datos compartidos que se leen de manera diferente. Se puede diferir entre el rol que debe jugar el Estado en la economía o en las política sociales. Estas discrepancias generan debates y posicionamientos teóricos que llevan a grandes desacuerdos dentro de un mismo espacio público. La democracia consiste muchas veces en una tensa negociación entre estos posicionamientos,

La negociación requiere un acuerdo sobre aquello que es objeto de trato y, al mismo tiempo, presupone un conjunto de informaciones compartidas que permiten la discusión. Si se debate sobre la necesidad de una reforma fiscal, se comparten unos datos que permiten iniciar la discusión de si es necesaria y si lo es, el tipo de reforma requerida.

Pero, ¿qué pasa si cada individuos de un determinado perfil reciben información personal distinta a las de otros conciudadanos? Como señala Katharine Viner en su artículo titulado “How Thecnology disrupted the truth”, cada individuo es el receptor de su propio flujo personalizado de información que confirma sus creencias preexistentes y que son disimiles a las de otros que responden a perfiles distintos. Esta situación dinamita el espacio público compartido porque exiten una diversidad de “espacios públicos” en función de  las interacciones generadas entre los usuarios y las plataformas digitales. (https://www.irishtimes.com/opinion/katharine-viner-how-technology-disrupted-the-truth-1.2723761).

Como las plataformas del mundo virtual responden a los intereses de las grandes corporaciones comerciales que las sustentan, la preocupación fundamental es complacer al usuario, generarle satisfacción con aquellos contenidos con los que muestra identificarse. “Encerrados en burbujas” los ciudadanos son meramente clientes que circulan por las “plazas comerciales” del mundo digital, distintas a las de otros que “habitan en otras “ciudades de la información”.

Transitando por su propia realidad digital, el usuario encuentra muy poco o casi nada que le disguste, ya sean productos comerciales, informaciones políticas o contenidos religiosos que sean ajenos a su perfil biográfico. Entrenado para disfrutar y comprar, pierde el hábito del debate crítico, vive casi en una especie de “solipsismo digital”, lo real es aquello acorde con su mente y sus gustos.

No es casual que al encontrarse con otros que sostienen posturas distintas en el espacio público tradicional, vislumbra en ellos la mala fe, el intento de manipulación, los intereses espúreos o traicioneros. Esos otros, no viven en “el mundo real”, no viven en su mundo.

Así, se va conformando el camino de la polarización política y se van clausurando las posibilidades en un proyecto común de ciudadanía democrática.