El proceso por el cual una sustancia pasa directamente de un estado sólido a uno gaseoso, sin pasar por el estado líquido, se llama sublimación. Un ejemplo clásico es el del hielo seco (dióxido de carbono sólido), que sublima al exponerse al aire. También se puede aplicar a un motorista dominicano cuando surca los aires al ser embestido por meterse en rojo y en vía contraria por un vehículo metálico con más densidad que su cuerpo.
Tengo la firme convicción de que, en la mente de los motoristas de República Dominicana , salir a las calles conduciendo una bestia bípeda constituye un acto perfecto para desafiar las leyes de la física y, de paso, las de la vida. El motorista, seguramente con un doctorado en imprudencia, decide que las normas de tránsito son meras sugerencias para los pendejos. A 120 km/h por una calle limitada a 40, zigzaguea y calibra entre los carros con la gracia de un trompo descontrolado. Ignorar semáforos en rojo es su deporte favorito. ¿Frenar? ¡Pero muchacho, eso es para los que no tienen fe! La guagua del sindicato que lo embiste no está en esa misma onda. En milisegundos, pasa de sólido a gaseoso, evaporándose en una nube de caos y gomas chillando. Una clase exprés de química aplicada… lástima que nunca llega a entenderla.
Aquí, en nuestro querido patio, donde las reglas se evaporan como el frío en enero, los motoristas se adueñan de las calles como si fueran protagonistas de la persecución al camión de "Mad Max". Sus motores rugen con el eco de una "libertad" que más bien parece relajo, desafiando el orden establecido. Se pasan los semáforos en rojo como si fueran luces de Navidad, esquivando vehículos y peatones en una danza caótica que solo ellos entienden. Cada curva tomada sin miedo, cada acelerón, es un grito de rebeldía contra la monotonía y un desafío al sentido común.
Mientras tanto, las estadísticas nos dan un golpe de realidad. La República Dominicana tiene el triste honor de ser el país con más muertes por accidentes de tránsito en el mundo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente 29 de cada 100,000 dominicanos pierden la vida en las vías cada año. Más alarmante aún es que más del 60% de estos fallecimientos involucran motocicletas.
Es curioso cómo el viento que les da en la cara se mezcla con la adrenalina que corre por sus venas, creando una sensación de invencibilidad. Pero esa chercha es pasajera y, muchas veces, termina en tragedia o lesiones permanentemente invalidantes. La conducción temeraria no solo es un desafío a las normas de tránsito, sino también una falta de respeto a la vida propia y ajena.
En este paisaje urbano sin ley, los motores se han convertido en el corazón acelerado de una ciudad que vibra peligrosamente al borde del abismo y del irrespeto. La gente mira con temor y enojo cómo el desorden se adueña de las calles, mientras las autoridades ineptas y no calificadas viajan en Business para dar conferencias en otros países y seguir impunemente la fiesta del asalto al erario público. Parecen estar en otra cosa ante esta anarquía sobre dos ruedas.
Quizás ya es hora de dejar de romantizar esta idea de "deliverytad" sobre motores. Porque, al final del día, la emoción de retar las reglas de la sociedad puede salir demasiado cara. Y aunque algunos parezcan ansiosos por convertirse en una estadística más, el resto de nosotros no deberíamos pagar los platos rotos de su temeridad.