“Habitar la ciudad significa involucrarnos en crear, con mente soñadora de poetas, una nueva manera de vivir sobre la tierra” (Cela, J., La otra cara de la pobreza. Editorial Universitaria Bono. 2021. P. 217).

Hace varios años uno de mis hijos me preguntó si mi papá podía pasear en su silla de ruedas —en la que lo recordaba— por los alrededores de la casa. Aquel día caminábamos desde casa de mis padres hacia un parque cercano. La acera era tan estrecha que teníamos que ir, él, su hermano menor y yo, “en fila india”. La pregunta de mi hijo aquel día me hizo pensar en la Ley 176-07 promulgada cuando él ni siquiera había nacido.

De conformidad con dicha ley, son competencias propias de los ayuntamientos (tanto a nivel de la alcaldía como del concejo de regidores), normar y gestionar el espacio público, el financiamiento de las estaciones de bomberos, el planeamiento urbano, la salubridad pública, la construcción y conservación de aceras, contenes y caminos vecinales, la instalación del alumbrado público, el arbolado y cuidado de un ambiente más sano, entre otras cosas que pocas veces recordamos. También a su cargo está el tema de la recolección, tratamiento y disposición final de los residuos sólidos, en el que sí solemos pensar.

Las alcaldías son el gobierno local de los territorios, la institución pública llamada a ser la más cercana a la comunidad y con mayor conocimiento de sus carencias y prioridades. Ellas pueden y deben plantear soluciones creativas a las diversas realidades sociales de una comunidad en una escala a la que otros, por mucho que nos esforcemos, no podremos llegar. Pero las ciudades no solo son responsabilidad de las alcaldías y juntas distritales. Las ciudades son mundos que de alguna manera todos vamos construyendo, mundos de los que todos somos responsables porque todos tenemos derechos —y responsabilidades— sobre ellos.

La ética del voluntariado insiste en que el ejercicio de una ciudadanía responsable es indispensable para la construcción de un país más justo, equitativo y solidario que, entre otras muchas cosas, disminuya la exposición y vulnerabilidad de los más pobres a los fenómenos extremos relacionados con el clima y el medio ambiente. Se busca la equidad, lo que en verdad solo puede alcanzarse en democracia. Por lo tanto, ejercer el derecho al voto el próximo 18 de febrero en las elecciones municipales, es un deber ineludible de ciudadanos responsables que, con su voto, pueden aportar a la construcción de ciudades en las que todas las personas seamos igualmente importantes.

Hace varias semanas el P. Manolo Maza, SJ, decía: “el que quiere agua tiene que sembrar árboles”. Parafraseando, se puede afirmar que “el que quiere democracia tiene que acudir a las urnas”. Aunque la democracia no puede ser definida solo por el hecho de votar, la legitimación del gobierno y las instituciones que nos definen como sociedad están en función de ese derecho y su ejercicio; por tanto, desear un mejor país implica asegurar la mayor participación posible de personas que ejerzan el derecho al voto con consciencia ciudadana y con la mirada atenta de un niño.

La mayor parte de los adultos nos creemos capaces de educar a los niños. Si abrimos bien los ojos —y el corazón—veremos que en realidad son ellos los que tienen el poder de educarnos a nosotros y convertirnos en los adultos que deberíamos ser. Quizás por eso la mirada de las personas sabias sobre las demás personas y las cosas, suele coincidir muchas veces con la mirada de los niños.

Hace unos años, un sacerdote notó con alegría que los columpios que había instalado la alcaldía en el parque de uno de nuestros barrios más pobres eran iguales a los que se habían instalado en el Parque Mirador Sur. Y es que el hecho de disponer de espacios de juego para niños y niñas de diferentes sectores sociales, con la misma calidad, es un pequeño gesto capaz de llenar de esperanza un corazón que busca la justicia, que se esfuerza por el bien común, que ejerce una ciudadanía responsable.

El profeta Isaías, hace muchísimos siglos, describió un mundo en el que “serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá” (Isaías 11, 6). Es nuestra responsabilidad contribuir a que ese mundo se haga realidad. Construyamos pues, con nuestro voto, esa ciudad en la cual, como decía Jorge Cela, SJ, podamos “involucrarnos e incorporar a todos y todas, quebrando los múltiples mecanismos de exclusión”.