Tiempos atrás, en aquella auténtica y preciosa Galicia tan aislada y distante del resto de España abundaban muchas creencias sobre sobre las famosas Brujas, estos seres imaginarios imprescindibles para explicar tantas veces lo inexplicable, y que en su dulce lengua gallega les llaman ¨Meigas¨.
En esas épocas ¨eran¨ muy abundantes y se aparecían y asustaban a las personas en muchos lugares y ocasiones. Las Meigas, pues, son parte importante de numerosas leyendas gallegas, muchas de ellas llenas de escabrosos misterios y miedos profundos que forman parte importante de su abundante mitología y rico folclore.
Cuando se hablaba y aun se habla del tema se solía y suele cerrarse a modo de gracioso chascarrillo diciendo que ¨Las Meigas no existen… de haber ¡hailas!¨ cómo reafirmado que en estas épocas ya no se creen en ellas pero…¡cuidado, pueden aparecer pues las brujas nunca dejan de ser brujas!
En estas cosas de los duendes, fantasmas, espíritus y otros seres más o menos esotéricos que nunca se muestran ni se ven de manera patente soy muy escéptico, no creo en ellos y prefiero abrazar la filosofía de Santo Tomas antes de convertirse: Ver las llagas y poner los dedos dentro de ellas para creer. En esos temas soy todo un materialista de tomo y lomo, lo reconozco.
Esto viene al caso porque el otro día contemplando un hermoso árbol de mangos me acordé de una simpática anécdota que me sucedió una vez cuando por primera vez fui a visitar a un amigo y su padre me recibió de manera muy amable enseñándome toda la casa y de manera aún más generosa su patio que cuidaba con particular esmero.
Al ver un árbol de mangos le pregunté sobre el mismo y me dijo que era importando de Miami y allí le aseguraron que daba excelentes frutos de carne suave y sin fibras, pero que no lo había podido comprobar porque a pesar de tener seis años y estar ya bien desarrollado no había dado mango alguno.
Me contó a manera de confesión que un día cansado de esperar la cosecha que como en la obra de Esperando a Godot nunca llegaba, tomó un hacha se plantó delante del mango, la levantó mostrándosela y de manera desafiante y taxativa le dijo ¨si en la próxima temporada no me das mangos te corto¨ un ultimátum que en verdad pensaba ejecutar si el pobre árbol no obtemperaba -al estilo de los abogados- a su mandato.
Pues bien en la próxima temporada el mango dio sus frutos y así puedo salvar su amenazada vida. También me dijo el papá de mi amigo que cada par de años le volvía a mostrar el hacha… por se le olvidaba y que nunca más le había fallado. Yo no creí en lo de hablarle ni en que por temor le obedeciera, aunque sé muchas personas conversan a sus plantas, sobre todo las mujeres amantes de las matas, y supuse apelando a la lógica que tal vez ese árbol por provenir de un país y un ambiente distinto al nuestro clima y ambiente había tardado más en adaptarse y parir sus deseados mangos.
¿Qué tiene que ver con las Meigas gallegas? Un poco de paciencia, tal vez poco, bastante o mucho.
En el patio de mi agencia de publicidad muy amplio, tenía tres árboles de mangos. Uno que era muy tempranero daba frutos buenos y abundantes en diciembre y enero, fuera de época y por eso eran muy apetecidos. Otro mango, mi preferido, los tenía de los llamados ¨mangos de a libra¨, hermosos, dulces, deliciosos y al que yo le llamaba el Árbol del Bien y del Mal, porque aquellos que comieran de sus frutos (los empleados) serían expulsados del paraíso (la Agencia), nadie podía tomarlos aunque les repartía unos cuantos a cada uno cuando los cosechaba.
Y había un tercer mango, este en la parte delantera, que no obstante tener buen tamaño, como el del padre de mi amigo, no daba frutos. El primer año pensé que como habíamos reconstruido la parte frontal del edificio las obras con el ruido y el polvillo podían haberlo afectado, pero a la temporada siguiente tampoco hizo su trabajo de alumbrar sus hijos frutícolas.
Entonces me acordé de lo del hacha y no obstante mi incredulidad y mi materialismo, me agencie una bastante hermosa e hice el mismo ritual de conminación del padre de mi amigo ya expuesto anteriormente y… ¡Oh milagro arborícola! Los mangos hijos aparecieron en la primavera y el verano siguientes, no en gran cantidad pero suficientes y de gran calidad para ser indultado.
Llegados a este punto cabe preguntarse ¿fueron los ambientes? ¿las afiladas y atemorizantes hachas? ¿la casualidad tal vez demasiado casual en dos ocasiones diferentes y sin relación de proximidad alguna? ¿las entendederas y orejas ocultas de los mangos? ¿las Meigas dominicanas hermanas de las gallegas que entre merengues, mangulinas, rones y cervezas les avisaron?
Yo sigo sin creer en las Meigas, pero cuando dicen eso de ¨haberlas…¡haylas!, no sé cómo ni por qué, un relámpago de duda y otro de credibilidad ahítos de mangos dorados en sus fuegos se entrecruzan en las profundidades de mí no muy esclarecido cerebro.