Existe un ser que habita en nosotros, que nos habla constantemente. Anda tan perdido como nosotros y demuestra un ego abierto, sin misterios ni vergüenzas.
Ese, que dice ser yo y que se debate en el “no ser” o “ser”, no sabe lo que es, ni para qué existe, ni porque vive, ni todas esas pendejadas que suele pensar. Se conforma con el eslogan “vive el momento” porque no sabe de qué otra manera vivir.
No tenemos respuestas a nada. Vivimos dentro del mundo de las especulaciones y hasta llegamos a inventarnos historias llenas de mantras y kundalines que se pierden entre masones y jesuitas.
Ese ser, que se habla así mismo, se ve perdido entre un mundo interior y “ese” otro exterior con el que se encuentra cada vez que abre sus ojos.
Es como aquel famoso experimento de la física cuántica de la doble rendija, en donde aún no se explica, ¿cómo es que el átomo, minúscula porción de materia, se comporta de una manera si es observado y de otra si no lo es? En otra palabra, hay un mundo consciente, fuera del alcance a nuestra consciencia.
Nosotros, al abrir los ojos y observar, estamos observando solo lo que “este” nos permite observar. Vamos creando nuestra “realidad” lo cual no significa que lo “sea”. Dentro de nuestro mundo, al parecer, hay otros mundos paralelos que interactúan con el nuestro.
Como ya les dije al principio, lo único que nos queda es especular y seguir hablando M ante los misterios de la vida y los límites del ser.
Volviendo a uno, es decir, a “esa cosa” interior que nos “hace ser”. Parecería un chiste que uno mismo no sepa ni quien carajo es.
Nos vamos creando la historia al tener hijos, hermanos, padres, amigos y todos esos otros seres perdidos que para “darse identidad” se van catalogando con “nombres y apellidos”. Ni siquiera la patria y ese conjunto masivo de nosotros logrará apartarnos de nuestra individualidad “pensataria”.
Cada noche y en algún momento, volveremos a intentar descubrirnos sin éxito y despertar a esa realidad solitaria en donde solemos hablarnos a nosotros mismos. En la oscuridad del pensamiento, donde no suele existir la pertenencia o el nacionalismo humano, alcanzamos a ver “el vacío” que nos invita a explorar “esos mundos” que la física cuántica no puede explicar.
Nos debatimos entre un mundo matérico y otro mágico, por llamarlo de alguna forma. Sabemos o intuimos que pertenecemos más a “ese” que se nos escabulle al intentar mirarlo que a este otro, claro y “objetivo” que nos soporta.
No encontraremos la verdad por más que intentemos llegar a ella. Estamos vedados a ello. No importa por cuál rendija miremos, ni cuantos átomos arrojemos. No podemos saltar de una dimensión a otra en este estado animal.
Si existe un propósito a todo esto, lo más cercano que me atrevería a decir es que, sabiendo que todo es perenne y desaparece y desapareceremos todos y todo, entonces, compartir debe ser la lógica de este asunto llamado vida.
Si su propósito es salvarse solo junto a los suyos ese ha de ser el sentimiento más mezquino de todos y el más condenado por las energías universales de un universo que funciona en perfecta armonía y en conjunto.
Si su propósito es acumular todos sus talentos para sí, sin compartir ni brindar de ellos en pro de una sociedad en donde todos puedan recibir parte de su bienestar, entonces, usted es una pieza que desarmoniza y a la que habrá que seguir puliendo a través del tiempo.
Morir para escuchar de nuevo el mensaje y tener que regresar a comenzar desde cero bien parece una teoría muy defendida por los reencarcionistas. Pero, como bien sostiene la ley de la dualidad hermética, “como es arriba, es abajo”.
Todo indica que las lecciones a aprender en la tierra no son exclusivas de estas, sino que en “aquellas otras” dimensiones también hay que aprender algo para escalar a energías menos pesadas.
Hasta ahí se las dejo. Espero que esta noche, cuando se disponga a dormir y los pensamientos le atropellen, intente alcanzar esa luz que se diluye en la distancia adonde suelen estar “los límites del ser”. ¡Salud! Mínimo Caminero.