En el año 2009 estuve junto a un grupo de representantes del Estado y la Sociedad Civil que buscaban explorar múltiples formas para diseñar un modelo de sostenibilidad para los Telecentros Comunitarios, los cuales luego fueron denominados Centros Tecnológicos Comunitarios (CTC), una infraestructura diseminada en toda la geografía nacional.

Estos puntos de conexión entre la tecnología y la comunidad, una década después – los 104 Centros y 7 Compumetros reportados en 2020– se reducen a una página virtual sin datos abiertos sobre su operación.

Mucho antes de la consulta mencionada más arriba, el término “sostenibilidad” había sido impulsado por múltiples actores del llamado tercer sector, como los amigos de Alianza ONG, los cuales por más de unos quince años han promovido el concepto.

Recientemente participé en una consulta del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre la creación de un "distrito de innovación, tecnología y emprendimiento". La perspectiva del equipo consultivo nos pareció correcta, pero la narrativa apuntaba a la creación de otras capacidades cuando ya las construidas como los CTCs podrían rescatarse.

Recuerdo que durante una sesión del “Encuentro para el desarrollo de acciones orientadas a consolidar la sostenibilidad de los centros de acceso colectivo a las TICs”, celebrado en el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL) en 2009, surgió una constante que he observado inmutable a través de los años:

Y esta es que se invierten recursos para sostener los centros y otras infraestructuras de momento, pero no se hace lo mismo en capacitación para los coordinadores, docentes y técnicos, los cuales obtienen un crecimiento o desarrollo en sus conocimientos y destrezas; para cuando esto sucede abandonar los centros y unirse a la fuerza laboral.

Ahí se convierten en Invisibles.

En su momento, los Invisibles eran miembros de la sociedad que pertenecen a cualquier clase. Buscan su espacio y generalmente lo obtienen. Se benefician de becas, centros y ayudas. Cuando obtienen el desarrollo y el éxito, desaparecen del encadenamiento social.

Este concepto -que acuñamos años atrás- no tenía la capa que añadió la pandemia: ahora los invisibles no trabajan en nuestro mercado. Viven en nuestro país, pero sus ingresos son generados a través de empleos digitales en el extranjero. Visitan el supermercado y pagan apenas los impuestos que se incluyen en los servicios y bienes que consumen. Fuera de ahí, viven en paralelo al sistema impositivo.

Desde el año pasado se ha catalizado una observación desde el sector público y privado sobre la formación del talento humano con una acentuación urgente a reenfocar la educación superior hacia las habilidades y competencias que vayan acorde a las demandas actuales y futuras de los sectores productivos nacionales.

A la narrativa multisectorial se le escapa un factor importante dado su enfoque hacia un paradigma viejo: los invisibles que comprenden la generación Z (nacidos entre 1994 y 2010) y Alpha (nacidos entre 2011 hasta 2025) no están esperando un reenfoque de la oferta académica tradicional.

Esta generación apuesta a su futuro y está invirtiendo en educación del siglo XXI en plataformas digitales. Según el reporte de Economía Digital de la firma Tabuga, se prevé que los gastos totales en el segmento de Educación Digital alcancen los 5.13 millones de dólares en 2022. Esto proyecta una tasa de crecimiento anual (CAGR 2022-2026) del 6.61 %, lo que da como resultado un volumen de mercado proyectado de 6.63 millones de dólares para 2026.

El segmento de Educación Digital contiene aplicaciones que mejoran el proceso de aprendizaje, generalmente a través de actividades interactivas gamificadas. La gran variedad de contenidos y métodos educativos permite a personas de diferentes edades aumentar sus habilidades y conocimientos. Una de las aplicaciones de aprendizaje de idiomas más conocidas es Duolingo, que ha dominado el arte del aprendizaje del contenido corto y mantiene los niveles de motivación a través de su sistema de recompensas.

En este mundo de cambios, las habilidades técnicas están precediendo a las carreras formales. Es una cuestión de necesidad y es aquí donde la solución de acelerar lo tradicional es loable, pero sin un planteamiento contundente hacia la empleabilidad. La gran pregunta por responder es cómo el empresariado nacional y el gobierno podrán competir contra las ofertas de trabajo internacional que sustraen a nuestro talento y los convierte en invisibles para nuestro sistema.

Como aporte al debate, desde la Cámara TIC bajo su propósito de impulsar el encadenamiento de las tecnologías y del profesionalismo en el sector, habilitamos una Alianza Dominicana de Habilidades Tecnológicas donde proponemos potenciar un ecosistema de intercambio que acelere la identificación del talento digital y las habilidades que posee, a fin de conectarlo con el tejido empresarial nacional.

Existe una necesidad imperante de una apertura de datos sobre la cantidad de empresas de tecnologías y consumidoras de estas a nivel nacional. El barómetro de la nación no puede depender de consultas sectoriales. El tiempo avanza y el talento está seleccionando mejores mercados.