Recuerdo cuando era niño veía en la televisión una serie llamada “Los intocables”, trataba sobre un grupo de agentes federales dirigidos por Eliot Ness dedicados a la captura de los mafiosos de la época en que Al Capone andaba traficando alcohol. Se dice que de más de 100 oficiales propuestos, solo terminó con un equipo de 9, ya que la corrupción golpeaba insistentemente todas las oficinas del gobierno.
En los años 30, el mundo aún estaba en el proceso de organizarse. La seriedad era un asunto relajado, o sea, la gente no se tomaba muy en serio la vida. El uso de “estimulantes” acompañados por el boom del alcohol apenas comenzaba a trocar las mentes de los hombres, sÍ, y también de las mujeres.
Pero este latido no va dirigido a señalar una historia de héroes y villanos acaecida años atrás, solo quise “ilustrar” el título y “por donde viene la cosa”…
En la vida, solemos coquetear con las sombras. Solemos, en diversas ocasiones, tentarnos a cometer actos no propios de la moral aceptada por la mayoría. Abrigamos ansias, egos, pasiones, ambiciones y todas esas chochadas que nos empuja una sociedad que aún no supera el desorden de los años 30.
Silvio Rodríguez, cantautor cubano, describe a “ese” ser intocable, pero que va más allá de su condición humana. ¡Menos mal que existen, los que no tienen nada que perder! Canta insistentemente el estribillo que da título a la canción. Individuos que están por encima de cualquier “inquietud” o ambición humana. Aquellos que no cambiarían su enfoque, su luz, su curiosidad por encontrarse a sí mismos, a cambio de nada material o de “fama” humana.
“Menos mal que existen, los que no dejan de buscarse a si. Ni siquiera en la muerte”. No se conforman con este momento terrenal, pues entienden, que somos “algo” más allá que materia, pero también razonan que, en “el más allá”, “algo” no está bien. Son una especie de revolucionarios espirituales, que se cuestionan ¿por qué existe esta dimensión tan baja, si somos seres de luz y aquí se viven matando por lo material que es perenne? ¿Quién es el responsable de esta maliciosa burla?
Y se sigue cuestionando ¿quién ha creado esta división que llamamos “familia”, qué nos hace “pertenecer” a un bando? ¿Quién ha creado tanta intriga, miedos y quebrantos y encima nos ha colocado en un ambiente de rayos y centellas, huracanes y terremotos?
Estos hombres implacables, meditativos, “confrontativos”, son los que nos impulsan a pensar y a salirnos del cascarón de la vida. Quizás llegan a ser un tanto “arrogantes” o perturbadores. Sus energías están sobrecargadas y podrían parecernos “pesados” sin embargo, nunca olvides que están peleando por todos.
Sus quejas no debieran parecernos lamentos, sino verdades a descubrir. Razonamientos bien fundados y que necesitamos que en verdad alguien nos explique, ¿de qué diablos se trata esto?
Los intocables, tengo la impresión, que serán condenados en el más allá. Los mantendrán distraídos de dimensión en dimensión hasta que se vuelvan humo o una esencia insípida.
Mientras aquí se mantengan indiferentes a las debilidades humanas y sufran menos por carecer de ambiciones, que al fin y al cabo son las que terminan matándonos de estrés, ellos sobrevivirán intactos a las miserias humanas.
Seguirán siendo “esas” columnas a las que admiraremos de lejos y nos recuerden constantemente que, ellos, tienen la razón. Nuestras debilidades humanas son asqueantes y dignas de malvados. Almas vacías. Pero es muy difícil no caer en el pecado de Adán. El mismo Eliot Ness, quien logrÓ meter en prisión a Al Capone y logrÓ erradicar el tráfico del licor, terminÓ alcoholizado…
Dice Silvio, dándole seguimiento a la canción, que los intocables “se mueren, sin decir de qué muerte. Sabiendo, que en la gloria también se está muerto”. Es decir, que estos amargados, no solo joden aquí, sino que ya sabemos que “allá” joderÁn también.
No sé cuantas dimensiones serán necesarias para “llegar” al paraíso. Mi consejo, y se lo voy a decir bajito; déjese tocar por donde sea en esta dimensión, ya cuando lleguemos a “la otra” tendremos tiempo de arrepentirnos, mientras tanto ¡salud! Máximo Tocadero