Contener a China se ha convertido en una obsesión para los Estados Unidos, pues las acciones emprendidas para lograr su objetivo crean escenarios de confrontación que simulan la idea de estar actuando para proteger naciones indefensas que los enemigos comunes de Occidente atacan, aunque con ello lastimen las relaciones con sus aliados, como el caso del AUKUS y el desaire a Francia.
Avanzan contra China atizando confrontaciones diplomáticas y comerciales, e incluso parecen estar dispuestos a cruzar la delicada línea de la provocación bélica al enviar sus buques de guerra al Mar de China, a más de diez mil kilómetros de su territorio en supuestos ejercicios en aguas internacionales, mientras acusan al gigante asiático de provocación por patrullar con sus naves las aguas que abrazan sus playas.
Este acoso que tiene como pretexto velar por la integridad de Taiwán, la provincia china que sirvió de refugio al derrotado Chiang Kai-shek, esconde el deseo de mantener el más grande portaaviones estadounidense, como calificó a la isla el general estadounidense Donald MacArthur, responsable de proteger al presidente derrotado durante la guerra civil por el ejército del Partido Comunista de China dirigido por el líder revolucionario Mao Zedong.
El indiscutible avance de China frente al acelerado declive de Estados Unidos junto a todo el occidente político, conduce al país del norte americano a acometer toda suerte de embestidas contra el país que lidera Xi Jinping, sin notar que, a largo plazo, muchas de ellas resultan más dañinas para sus intereses que para el adversario.
La realidad señala con claridad que China, a partir de la Reforma y Apertura, e iniciativas derivadas de estas, asciende como líder en el comercio mundial y ha pasado a ser la fábrica del mundo, pero además es ya la primera potencia global en términos de Paridad de Poder Adquisitivo y, probablemente, en los próximos cinco años desplazará a Estados Unidos en lo relativo al PIB nominal.
Lidera además, o es el principal articulador de proyectos como el que integran los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) el grupo de cinco países al que casi todo el sur global quiere pertenecer y que ya ha rebasado al G7 en lo concerniente al aporte al PIB mundial, pues resulta que mientras el llamado grupo de los siete países más industrializados aporta el 30,7% del PIB planetario, los cinco emergentes ya les han superado con un aporte del 31,5. Esta diferencia se acentuará según el FMI, ya que al 2028 se espera que el 75% del crecimiento mundial esté concentrado en 20 países, del cual los Brics aportarán más del 40% que los coloca muy por encima del G7.
Pero viendo el ascenso de los países emergentes en términos individuales se hace necesario resaltar que China aportará al crecimiento mundial el doble de lo que lo hará en los próximos cinco años Estados Unidos, de acuerdo a proyecciones hechas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), pues mientras el gigante asiático colocará en la canasta del PIB planetario un 22.6%, el país que vio nacer a Abraham Lincoln apenas llegará al 11.3 %; por debajo incluso de la India que colocará su aporte en un 12.9 %.
Lo relevante de estos datos se centran en los números que colocan a antiguas colonias como la India por encima de sus colonizadores, ya que Inglaterra tendría un aporte de apenas un 1.5 por ciento; en tanto que Vietnam a razón de 1.6 por ciento, superaría el 1.5 % que aportaría Francia, su antiguo colonizador.
Este cuadro resulta desesperante para los líderes estadounidenses que en sus afanes de contención a China calculan sacar un ojo al gigante asiático aunque su país pierda los dos en el intento y quede, como podría quedar, completamente ciego y, por tanto, impedido de reencontrar el camino de la recuperación, el camino que le permita seguir coexistiendo, ya no como poder hegemónico que reparte el pastel de las riquezas globales a su antojo, sino incluso, como un comensal importante que pueda sentarse a la mesa, ya no para servirse con la cuchara más grande, sino para compartir el manjar a platos iguales.