Los vivanderos antillanos a mediados del siglo XIX
Por lo regular las migraciones son percibidas de forma negativa en las sociedades receptoras, sin embargo, a lo largo de la historia han sido la manera más habitual que tienen las islas para mezclarse con el resto del mundo, y de hecho, todas las islas y las montañas son exportadoras de seres humanos.
Desde mediados del siglo XIX los inmigrantes de las Antillas inglesas (Turks and Caycos Islands), francesas (Saint Thomas), holandesas (Curazao) y danesas comenzaron a tener contacto con los habitantes de la provincia de Montecristi e incidieron de forma positiva en su desarrollo económico, social y cultural, pero su presencia se intensificó a partir del momento en que el general José La Gándara se estableció en dicha ciudad en 1864 al frente de un grueso contingente militar compuesto por unos seis mil soldados, en el contexto de la Guerra Restauradora.
Para esa época el pueblo de Montecristi contaba con ciento cincuenta “bohíos o casas de ramaje y madera, sin mezcla alguna de piedra, en una llanura de 450 metros de largo por 300 de ancho próximamente”. Al abandonar las tropas españolas el lugar pueblo disponía de ciento cincuenta casas de mampostería en algunas de las cuales se instalaron tiendas dedicadas al comercio de ropa, víveres y otros objetos. (1)
Atraídos por la presencia de esa impresionante cantidad de soldados en un entorno despoblado y árido como el de Montecristi, cuya cobertura boscosa estaba constituida por plantas espinosas y de cactus, los vivanderos antillanos ofertaban viandas, frutos y otros alimentos. De acuerdo con González Tablas, ellos “hicieron un verdadero servicio al campamento, surtiéndole de todo lo indispensable que podía necesitar la división; pero también es cierto que vendían sus artículos a un precio fabuloso, no pudiéndoseles sujetar a tarifa como se había hecho en otros puntos de la isla, incluso en el desdichado Guanuma”. (2)
Se intensifica presencia de inmigrantes antillanos
Después de la salida de las tropas españolas, los inmigrantes antillanos continuaron llegando a Montecristi en sus pequeñas embarcaciones repletas de los más variados artículos comestibles. viandas, comestibles y otros bienes que comercializaban en la ciudad. Con ellos llegaron al país también un grupo de marineros y carpinteros de ribera (fabricantes de barcos y balandras), que llamaron la atención del dictador Ulises Heureaux, quien estaba muy familiarizado con estos inmigrantes del Caribe y se interesó en la utilización de estos para la fabricación de barcos.
Muchos de ellos eran diestros marineros, por lo que rápidamente coparon los principales puestos de trabajo del puerto local. El general Máximo Gómez, por ejemplo, en febrero de 1895, relata haber negociado su partida a Cuba con un marinero inglés llamado Buli Polonay. (3)
Los conocimientos y habilidades demostrados por los inmigrantes antillanos le permitieron integrarse rápidamente y de manera efectiva a la sociedad de Montecristi, aunque preservando rasgos de su identidad como sus creencias religiosas, tradiciones, celebraciones, etc. Los inmigrantes ingleses, en particular, habían sido socializados bajo cánones que privilegiaban la disciplina laboral y el apego a normas de autoridad, por lo que el grupo exhibía una conducta paradigmática: “Todos los ingleses eran personas sumamente decentes, honrados. Usted podía confiar en ellos. Algunos de ellos eran zapateros, y usted podía entregarles sus zapatos y despreocuparse, pues no le iban a hacer una cosa mala”. (4)
El grupo de inmigrantes negros anglófonos lo componían expertos artesanos: carpinteros y ebanistas (Agustín e Iffley Hirland, Malin Seymour, Neredo Mac Dougall), barberos (Ramón de J. Tull), herreros (Luis Lawrence), sastres (George Good, Meril Sufrard, Jesús Badin y Alonso Havi), panaderos (Alberta J. De Smith, Elena Williams, Bernardo Chuz), modistas (Teresa Ombler), zapateros (J. Lawrence), etc.
Los inmigrantes antillanos transformaron el perfil arquitectónico de la Montecristi al construir casas con estilo victoriano y anglo antillano, además, contribuyeron en hacer más eficiente la explotación de las salinas, principal medio de vida de los montecristeños durante largas décadas. Del grupo de inmigrantes oriundos de Turks and Caycos Islands, muy pocos se integraron a las actividades comerciales, con la excepción de William Frank Smith (1869-1920), que se concentró en actividades de ese género.
Los inmigrantes antillanos, como lo ha resaltado el profesor José del Castillo, experto en temas migratorios, fueron socializados:
“[…] bajo un orden colonial que privilegiaba la disciplina laboral y el apego a un conjunto de normas de autoridad. Las iglesias protestantes habían suplido las fallas del sistema educativo colonial, proporcionando un profundo sentido de responsabilidad cristiana que se manifestaba o colonial e inculcándoles un sentido profundo de responsabilidad cristiana que se manifestaba en la valorización del trabajo, de la vida familiar, en la participación activa de las ceremonias religiosas, en la lectura cotidiana de la Biblia y en un pronunciado espíritu asociativo”. (5)
Por esta razón no resultó fortuito que las primeras escuelas privadas de la ciudad y las logias (de masones y odfelos) fueran establecidas por los ingleses. De hecho, antes de asistir a las escuelas públicas, los niños de la ciudad concurrían a las iglesias, donde las maestras enseñaban inglés, canto, música, aritmética y otros saberes.
Una parte significativa de los montecristeños recuerda la presencia siempre oportuna de la comadrona inglesa Miss Enma, así como de las maestras Rosalie Hawkins (Miss Yuyi), Miss Beaudy y Susana Smith que tocaba el armonio en la iglesia metodista; algunas mujeres inglesas trabajaron también en el servicio doméstico. Dada la secular escasez de maestros que aquejaba el país en esos años finiseculares, muchos de los docentes ingleses se dispersaron luego por el país. (6)
Al poco tiempo de estar establecidos en la ciudad, los inmigrantes ingleses construyeron dos iglesias, pues una parte estaban adscritos a la Sociedad Metodista Wesleyana de Turks Islands, ubicada en la calle Comercio, frente a un solar yermo propiedad del señor Modestos Rivas, a la que asistían entre 200 y 300 personas cada vez que había algún culto; el Pastor de esta iglesia era míster William Emerson Mears, quien se desplazaba periódicamente desde Puerto Plata, donde residía desde 1902. Había llegado a Samaná en 1892, y, según se afirma, ejerció el más prolongado pastorado que se conoce en el país.
La segunda iglesia protestante era la Anabaptista Chapel, cuyo local se hallaba emplazado en la calle Sol esquina Esperanza y en ella oficiaba el pastor Joseph Seymour. La tercera iglesia de la ciudad era la Metodista Libre, cuyo pastor oficiante, Samuel E. Mills, farmacéutico retirado, se había establecido aquí en 1899, procedente de Ashtabula, Ohio, Estados Unidos. (7)
De igual modo, segmentaron el cementerio en dos partes, reservando una para sí y otra para los montecristeños. Sus panteones eran bastante modestos, en contraste con algunos mausoleos dominicanos que estaban construidos con mármol y columnas protegidas con hierros decorativos, como el caso de la familia Rodríguez–Jimenes. En dicho cementerio todavía reposan los restos del expresidente Juan Isidro Jimenes, del héroe restaurador José Cabrera, del caudillo Desiderio Arias, entre otros.
Los inmigrantes ingleses llegaron a Montecristi con sus respectivas familias y se establecieron en la parte noroeste de la ciudad, en las cercanías del matadero, en un barrio denominado Turkilán y, posteriormente llamado Salomón Jorge, para honrar la memoria de un luchador antitrujillista, integrante del Movimiento 14 de Junio. (8)
Contrario a los demás barrios de la ciudad, y por la filiación protestante de sus integrantes, este era el único barrio que no poseía una denominación religiosa; los demás se llaman San Francisco, San Fernando, San Miguel. Las familias inglesas sobresalían por ser personas muy reservadas, por su esmerada educación, ingenio y solidaridad, cuando las circunstancias lo requerían.
Cantidad de inmigrantes según los censos de 1919 y 1920
El censo de Montecristi realizado en 1919, reputado como uno de los más completos y mejor editados de cuantos se realizaron en el país a inicios del siglo XX, registró un total de 37 ingleses en la calle José Cabrera, 18 en la calle San Fernando, 14 en la calle Sánchez, 8 en la Esperanza, 6 en la Restauración, 5 en la Sol, etc., para un total 104 inmigrantes en la ciudad más uno nativo de Saint Thomas. A este grupo se sumaban españoles (11), italianos (13), ingleses, cubanos (2), haitianos (405), sirios (4), alemanes (2), colombianos (11), cubanos (2) y norteamericanos para constituir un verdadero mosaico étnico.
El censo de 1920, en cambio, depara una diferenciación étnica más precisa, en tanto asentó un total de 105 inmigrantes de las Antillas inglesas (60 mujeres y 45 hombres): 14 de las Antillas danesas (10 mujeres y 4 hombres), 4 de las Antillas francesas (2 hombres y 2 mujeres) y 3 de las Antillas holandesas (1 hombre y 2 mujeres), los cuales totalizaban 126 personas.
Algunos de los apellidos de los inmigrantes antillanos eran: Seymour, Smith, Strachn, Hirland, Juliao, Power, Puigvert, Poloney, MacDougal, Simmons, Harris, Thomen, Mayer, Petit, Bloise, Jors, Ross, Murray, Moore, Datt, Badin, Fournier, Hamilton, Astwood, Adams, Nebot, Harvey, Lemoine, Sabes, etc. (10)
Abandonan Montecristi
Para 1935, en la ciudad de San Fernando de Montecristi solo quedaban 43 inmigrantes ingleses, 27 de los cuales eran mujeres y 16 hombres. Ahora bien, ¿cuál fue el destino de estos inmigrantes? En primer lugar, el grupo se vio afectado por el decaimiento de las actividades económicas en Montecristi, sobre todo luego de la desarticulación de la Casa Jimenes por contradicciones de Juan Isidro Jimenes y el dictador Ulises Heureaux y el estado de inseguridad que se generó en la ciudad con las continuas revueltas que se escenificaron en la provincia, lo que determinó que muchos de ellos fueran desplazándose hacia otras ciudades del país.
Luego de la matanza de haitianos de 1937 ocurrió la principal emigración de los ingleses de Montecristi hacia otras zonas dominicanas y también a su lar nativo. Esta movilización se debía a que el grupo étnico de Turkilán era de color negro y temía ser confundido con los haitianos. Actualmente, en Montecristi solo quedan algunos descendientes suyos que se vincularon con nativos.
Los braceros antillanos en la industria azucarera
Con el desarrollo del capitalismo agroexportador, a fines del siglo XIX, la sociedad dominicana fue receptora de grandes grupos de inmigrantes, atraídos por la floreciente industria azucarera, la cual había confrontado severas dificultades en sus inicios para contratar mano de obra, a consecuencia de la baja densidad demográfica de las regiones cañeras.
Una parte de estos inmigrantes, llamados cocolos en forma despectiva, procedían de diferentes islas del Caribe las Antillas inglesas (St. Kitts, Nevis, Antigua, Monserrat, Islas Vírgenes, Dominica, Anguila, St. Vincent y Turk Islands), y se desplazaron hasta República Dominicana acuciados por la grave crisis de su industria azucarera. El impacto social y cultural de este grupo se produjo en la zona este, especialmente en San Pedro de Macorís.
Para esa fecha la mayor proporción de ingleses antillanos, como se sabe, estaban concentrados en la ciudad de San Pedro de Macorís (3,612) donde se hallaba establecido la mayor cantidad de ingenios azucareros, y por tanto, era elevada su demanda de braceros. Los inmigrantes antillanos también se ubicaron en menor cantidad en otras ciudades cañeras como Puerto Plata (422) y Samaná (214). Sorprende que en El Seibo, sin ser una ciudad cañera, se registraran 684 inmigrantes.
Referencias
(1) José de la Gándara, Anexión y guerra de Santo Domingo, tomo II, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1975, p. 226.
(2) Ramón González Tablas, Historia de la Restauración y última guerra de España en Santo Domingo, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1974, p. 257.
(3) Entrevista con Evelina Sánchez Vda. Socías, 18 de septiembre de 2003 y Bernardo Gómez y Toro, El General Máximo Gómez y Báez, Revoluciones, Cuba y hogar, Santo Domingo, 1986, p. 86.
(4) Entrevista con el Dr. Julio Isidor Silva, 4 de septiembre de 2003.
(5) José del Castillo, Ensayos de sociología dominicana, Santo Domingo, Ediciones Siboney, 1981, p. 103.
(6) Entrevista con Olga L. Gómez, 11 de septiembre de 2003.
(7) George A. Lockward, El protestantismo en dominicana, Santo Domingo, 1976, pp. 292-332.
(8) Turkilán es resultado de la combinación de dos palabras originales en inglés: Turks and Islands.
(9) Primer censo nacional de la República Dominicana, Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), 1975, p. 147.
(10) Cfr. Enrique Deschamps, República Dominicana. Directorio y guía general, Santo Domingo, 1977; J. P. Perelló, Anuario comercial, industrial y profesional de la República Dominicana, Santiago, 1916 y Luis D. Peynado, Directorio industrial y comercial de la República Dominicana, Santo Domingo, 1923.