Hace un año, nos levantamos sacudidos con la noticia de que las fuerzas talibanes habían entrado en su capital Kabul ,como perro por su casa y sin tirar un tiro. Que el presidente afgano a la sazón, Ashraf Ghani, había abandonado el país de la misma forma en que había espantao’ la mula el embajador norteamericano luego de 20 años consecutivos de ocupación y de haberse EEUU gastado alrededor de US $ 978.000 millones de dólares en dicho conflicto bélico del 2001-2021 (Según el Instituto Watson de Asuntos Públicos e Internacionales).
La retirada cerraba un capítulo abierto hace dos décadas cuando el gobierno del entonces presidente George W. Bush y sus aliados tradicionales decidieron invadir el país centroasiático con el argumento de una guerra interminable en contra del terrorismo internacional que habría de llevarse hasta las últimas consecuencias caiga quien caiga. Si bien es cierto que en dicho conflicto se expulsó a los talibanes, quienes se habían hecho del poder, el mismo se convirtió en una larga y costosa guerra que dejó una nación arruinada y desarticulada, cientos de miles de afganos muertos (nunca sabremos el saldo total a ciencia cierta) junto a los soldados estadounidenses, británicos y de otras naciones y toda una generación de veteranos lisiados y con problemas mentales y de salud de por vida con un valor en términos de sufrimiento humano y monetario para los mismos y sus familiares de proporciones incuantificables.
Se nos dijo una y otra vez que EEUU nunca jamás negociaría con los talibanes ni Al Qaeda. Al Barack Obama asumir la Presidencia, su administración estableció una alianza con Al Qaeda con el objetivo de aplastar la amenaza en Siria encabezada por ISIS. Tras la llegada de Trump, su administración estableció un diálogo con los talibanes como vía diplomática para finalizar la ocupación y retirar las tropas de la nación ocupante. Con la llegada de Biden, quien como vicepresidente durante la gestión de Barack Obama fustigó tanto el aumento de efectivos militares como la corrupción imperante en la cúpula política del gobierno afgano, procedió con su agenda de un retiro de las tropas.
Tras un año de la salida, no mucho se ha procurado. EEUU todavía mantiene secuestrado 7 billones de dólares pertenecientes al Estado afgano y se niega entregarlos a la infortunada nación alegando que la mitad habrá de ser distribuido entre los familiares de las victimas del 9/11. Es singularmente una actitud cínica pretender que los niños afganos de hoy, quienes no habían nacido en dicha funesta fecha del 9/11, hoy tengan que sufrir debido a las acciones de un militante integrista como bin Laden, quien llegó a convertirse en un socio distinguido de los Estados Unidos a través de la CIA mientras se combatía a los soviéticos en los 80s. Dicho robo, incautación ilegal de dichos fondos y abuso de poder, “representa a todas luces el punto más bajo de la bajeza humana de un país”, comentó el vocero de los talibanes Mohamed Naemm en su cuenta de Twitter en este particular.
Bien es cierto que el retorno al poder de los talibanes y la proclamación de un emirato basado en la aplicación a rajatabla de la ley coránica no fue un bálsamo refrescante para la infortunada sociedad afgana. La brutalidad de sus políticas hacia quienes estos consideraron infieles y traidores no se hizo esperar. Su obsesiva preocupación por doblegar a las mujeres y a sus adversarios tampoco ayudó al abrir puertas de diálogo y entendimiento entre las nuevas autoridades y demás sectores de la sociedad afgana, claves para un diálogo. En un principio, los talibanes prometieron una apertura a las conquistas logradas por las mujeres, con el tiempo, particularmente desde octubre del 2021, las nuevas autoridades dieron marcha atrás despidiendo a miles de mujeres de sus cargos en la administración pública, obligándolas a quedarse en casa, cerrando escuelas para jóvenes e imponiendo otras medidas draconianas que imposibilitan el progreso de las mujeres afganas tales como el obligárseles a salir de sus casas acompañadas de hombres.
A principios de mes, EEUU condujo un ataque que mato al líder Ayman al-Zawahiri, considerado el sucesor de bin Laden en Kabul y quien fuese uno de los cabecillas del 9/11. La violencia aún persiste en la martirizada nación. ISIS continúa incursionando en territorio afgano perpetrando ataques sectarios en mezquitas. El Frente de Resistencia en Afganistán, también continúa su lucha armada en las montañas del Valle de Panjshir. Las fuerzas armadas pakistaníes también han lanzado ataques en contra de facciones del TTP, otra facción talibán enemiga del gobierno de Islamabad en Pakistán. En uno de esos ataques 47 civiles afganos fueron muertos incluyendo mujeres y niños. La semana pasada un carismático Sheik Rahimulah Haqqani fue muerto en un atentado en Kabul. El prominente clericó era defensor de la educación de las mujeres.
Al año de la vergonzosa retirada, Afganistán vive una lucha cotidiana en medio de una economía colapsada, una infraestructura hecha añicos, sus reservas bancarias congeladas en bancos extranjeros, mismos que se niegan a reconocer el gobierno talibán. Empleados públicos que no han cobrado en meses. En fin, un gobierno Talibán que aunque no compartimos su cosmovisión, creemos debe ser reconocido internacionalmente y admitido a la comunidad de las naciones en vez de dársele las espaldas como hasta ahora. Aun así, ciertos atisbos esperanzadores se abren en el horizonte. India está en estos momentos en el proceso de abrir una legación en Kabul a petición directa de los talibanes. En lo personal, apostamos a que los lazos que ahora unen a los talibanes con China empujen al gigante asiático a mediar su influencia en la martirizada nación en cuanto a su cerrazón ante el trato dado hacia las mujeres, y que se les permita a ellas más libertades duraderas en el seno de su sociedad. A los talibanes les será difícil controlar los variados grupos integristas enemigos aun dentro de su propio territorio. Por lo cual una alianza estratégica con China que incluya una inyección de capitales para la inversión y desarrollo de la infraestructura de la nación centroasiática pudiera ser su mejor ayuda ante este periodo incierto. De Norteamérica y Europa poco se puede esperar. Los talibanes ya saben que tanto Washington como Bruselas sus objetivos están en Ucrania, una confrontación con China y la crisis económica y energética que envuelve el entorno internacional hoy día.