En el 2003 se estrenó la película Dogville protagonizada brillantemente por Nicole Kidman. Esta película es una dura crítica a la hipocresía y la doble moral. Se muestra un pueblo de “buenas personas” y una vida muy armónica, que acoge a una joven en circunstancias especiales, poniendo como condición que la joven debe obtener la aprobación de todos para poder quedarse. Esa cuota de autoridad o poder, que reciben los habitantes del pueblo sobre la joven, los transforma, llegando a maltratarla de diversas formas, aprovechándose sin contemplación de su desventaja. Ciertamente, no es un tipo de película “taquillera”, pero es una interesante exposición de lo que puede suceder cuando alguien bondadoso, sencillo y “humilde”, posee de repente algún poder especial (“si quieres conocer a fulanito, dale un carguito”). Así nos muestra a personajes angelicales convertidos en demonios. Y en este contexto podríamos recordar la famosa frase de Lord Acton que suele atribuirse a Maquiavelo: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Suele decirse que una persona en un nivel socioeconómico bajo o de pobreza, es de “condición humilde”, sin embargo, la cantidad de dinero o el estatus social, no determina el grado de humildad. La persona más rica podría ser muy humilde y una persona muy pobre, podría ser arrogante.
En ocasiones, personas que ascienden vertiginosamente de nivel socioeconómico, experimentan transformaciones personales que los vuelven insoportables. Son los que tradicionalmente son denominados de forma despectiva como: “nuevos ricos”. Estas personas podrían avergonzarse de su pasado y ocultarlo obsesivamente.
Pero no todos los “nuevos ricos” presentan esa característica, muchos aprecian el cambio sin avergonzarse de su pasado, especialmente cuando dependió de sus méritos personales.
Es algo habitual, que las personas muestren necesidad de recibir halagos y reconocimientos, incluso simplemente de que los miren, lo cual es normal, siempre que no llegue a excesos. La súplica oculta más común en la actualidad es: mírame por favor. Para proyectarse en sociedad, las personas necesitan promocionarse de alguna forma, hacerse visibles, pero a veces esa necesidad de que los tengan presentes llega a niveles obsesivos. El problema está en la causa de esa necesidad.
Necesitamos vernos y valorarnos a nosotros mismos, cuando no logramos hacerlo, experimentamos un vacío. Esa carencia nos mueve a buscar ansiosamente el aprecio de los demás. La sonrisa que ves más a menudo suele ser la que oculta la mayor tristeza.
Está bien buscar el cariño, simpatía y valoración de los demás, pero eso nunca podrá reemplazar nuestra autoaceptación.
Ser humilde supone reconocer lo que realmente eres. Valorando lo que tienes, pero sabiendo que no importa cuánto tengas, lo que posees, lo tendrás por menos tiempo del que quisieras y te será menos útil de lo que esperas.
Tal vez has podido llegar lejos en la vida, pero si analizas con justicia y humildad, reconocerás cuánta gente ha tenido que ayudarte para que estés donde estás. Una autopercepción sana y equilibrada permite reconocer tanto cualidades como defectos. Cuando te creas mejor que alguien, analiza si tuvo las mismas oportunidades que tú. Pero si al mirar atrás reconoces que has hecho un buen trabajo, no permitas que la falsa humildad te impida tener la satisfacción del deber cumplido.
Ser humilde te proporciona una visión real de lo que eres, permitiéndote ver a los demás como son realmente. La humildad evita que te identifiques con el cargo que temporalmente tienes, impidiendo que te sientas vacío e inútil, cuando ya no lo tengas.
Cuando perdemos la humildad afectamos nuestra capacidad de aprender. Quien se siente sumamente orgulloso de sí mismo, aunque pudiera mantener su productividad, deja de crecer como persona.
En ocasiones, incluso a Dios, pretendemos señalarle en lo que creemos que se equivocó, o imaginamos que somos el centro del Universo. Además de recordar ocasiones en que hemos estado ridículamente equivocados, es importante saber que sólo somos una persona entre los miles de millones que habitan nuestro planeta, que giramos en torno a una modesta estrella que llamamos sol, que en nuestra galaxia existen miles de millones de estrellas y que existen miles de millones de galaxias y que ni siquiera podemos imaginar límites en el cosmos. Por otro lado, respecto a nuestra experiencia acumulada a lo largo de nuestras vidas es importante comprender que, en el intervalo de existencia de nuestro universo conocido, nuestras vidas relativamente equivalen a menos de un segundo. Nos sentimos mal cuando nos creemos menos y nos llevamos mal con los demás cuando nos creemos más.
Ser creyentes nos permite pensar que todo tiene un orden superior, que nuestras vidas no terminarán en algunas décadas, que nuestra existencia tiene un sentido más allá de nuestra comprensión, que los demás están hermanados con nosotros y que todo lo que pueda suceder, está regulado por una sabiduría superior y no por el azar. Quien no es humilde es imposible que conozca a Dios, sin importar que tan religioso pueda ser (Mateo 5:5).