La Guerra de los Seis Años. Segunda parte 

El movimiento de oposición a la anexión a los Estados Unidos tuvo un carácter asimétrico, como se ha visto. En el este no se suscitaron grandes confrontaciones, aunque sus habitantes sufrieron el horror del régimen despótico de Báez, al igual que en el Noroeste, pero sí las hubo en Santiago, Samaná y Puerto Plata.  

En esta última ciudad se desató un incendio, el 21 de agosto de 1871, que en menos de dos horas destruyó cincuenta y tres casas donde se hallaban los más importantes establecimientos comerciales, situación que aprovecharon los estratos sociales bajos de allí para saquear el comercio.  

Este aciago hecho, iniciado en Puerto Plata, en la casa del comercio del ciudadano Idelfonso Mella Brea, desconcertó a las fuerzas oficiales, sin que el gobernador Pacheco pudiera identificar a los autores, quienes divulgaron numerosos pasquines en los cuales amenazaban con incendiar el resto de la población para que cuando llegaran los americanos solo encontraran cenizas.
En Azua, los opositores a la dictadura baecista también apelaron al recurso del fuego, aunque allí el presidente Báez tenía concentrada gran parte de sus fuerzas comandadas por el general Valentín Ramírez. 

El movimiento armado opositor se mantuvo incólume en el Suroeste bajo el mando del general Cabral, que utilizaba la técnica de la guerra de guerrillas, y se consolidó como el líder indiscutible de esta tercera guerra nacional en aras de preservar el ordenamiento nacional ante las tentativas de venderla de forma vulgar a los Estados Unidos. 

A él se sumaron los más importantes líderes militares de la región como Timoteo y Andrés Ogando, Francisco Moreno, Manuel María Castillo, Tomás Castillo, Francisco Gregorio Billini e intelectuales como Manuel Rodríguez Objío, fusilado por orden de Báez el 18 de abril de 1871, y Mariano Cestero quien luego entró en contradicción con José Gabriel García por haber formado del Gobierno Provisorio formado por Cabral. 

A medida que se producía el avance de la guerrilla de los azules, el dictador respondía con el terror para lo cual empleaba grupos de despiadados criminales en las poblaciones conquistadas por estos. Sócrates Nolasco, agudo conocedor de la historia militar sureña, describe en los siguientes términos los desmanes de las tropas del Gobierno: 

“Los militares del Poder Ejecutivo, los rojos, dejaban huellas de terror en las aldeas azules por donde pasaban. Mataban y se comían cerdos y cabras. Lugares hubo en donde desjarretaron vacas de ordeño, les sacaron los filetes y las dejaban ahí para los perros. A los gallos y las gallinas los amarraban de patas y se los llevaban colgando. Llegaron a infundir pavor tan grande que las familias pacíficas se internaban en la selva, huyendo de ellos como de la peste al anuncio de… ¡por ahí vienen ellos!”. (1)   

El grupo de criminales al servicio de la dictadura de Báez 

Además de la gran cohorte de caudillos que se sumaron a la dictadura de los Seis Años, Báez logró conformar un sólido aparato represivo del que formaban parte criminales despiadados, habituados a matar con redundancia, identificados con sobrenombres de Llinito (José del Carmen Montero), Baúl (José Aniceto Chanlatte), Solito (Justo Carlos de Vargas), Mandé (Andrés Amador), Pijilito, Ventana, Sindo, 

Además, La Chiva (Eleuterio Reyes), La Guinea, Estrella, Fortuna, Aquilino, Bejo (general José Jiménez), Bejuco (Juan Bautista Arias), Mateíto y Musié cuyo nombre real se desconoce y de quien solo se sabe de su predilección por violar a las mujeres de los lugares que asolaban. El presidente Báez autorizó a este grupo bandidos a vender en Haití los bienes pillados a las familias campesinas. 

Eso rufianes eran autores de “lances terribles y de aventuras tenebrosas” al decir de José Gabriel García. Dos de ellos, Baúl y Solito, por ejemplo, experimentados degolladores humanos, confesaron años después haber asesinado con sus manos 143 y 94 personas respectivamente. (2) 

La cuadrilla de criminales al servicio de la dictadura, utilizado por Báez para defender la anexión a los Estados Unidos, logró asesinar a importantes líderes militares. Tal fue el caso, por ejemplo, del sureño general Andrés Ogando, lugarteniente del general José María Cabral, el cual, traicionado por el centinela Eleuterio Reyes (La Chiva), a quien sobornaron con una onza de oro, condujo a medianoche a Solito y su pandilla de degolladores al dormitorio de Ogando y sus acompañantes, entre los cuales se encontraba Manuel Henríquez, padre del historiador Sócrates Nolasco y quien logró sobrevivir, hecho relatado en un parte de guerra del 9 de octubre de 1872. (3) 

Solito, dice Sócrates Nolasco, siempre cumplía “órdenes vituperables” y enseñó a sus compañeros la salvaje y cruel práctica de “degollar por el sobaco” y con solo mencionar su nombre infundía temor en las familias honorables del sur. Se movía con autonomía y estaba al servicio del gobernador de Azua, Valentín Ramírez, otro conocido criminal. Su grupo se reducía a seis o siete seguidores entresacados del famoso Batallón Ligero y únicamente le adulaban los de igual rango en tanto los subalternos les obedecían a ciegas, y no se recuerda que él le reprochara a ninguno de los suyos la ejecución de un crimen”. (4) 

Los altibajos de la revolución contra Báez  

La revolución contra el gobierno tiránico de los Seis Años, ponderado como uno de los más “trágicos” del siglo XIX, encontró muchísimos escollos. El 21 de junio de 1871, según informa Francisco Gregorio Billini, huestes del gobierno derrotaron el ejército de Cabral en Azua. A finales de septiembre de este mismo año, el presidente de Haití le retiró el apoyo al general Luperón, que no había podido resistir la embestida impetuosa de las huestes baecistas, lo cual lo obligó a retirarse nuevamente de la revolución.  

En una carta a su amigo José Gabriel García, del 28 de septiembre de 1871, Luperón le dice: “la Revolución, cada vez más agitada por las pasiones que la dominan, y menos fuerte por la falta de unidad en sus acciones, no pasa de ser más que un verdadero laberinto”. 

Sin embargo, a fines de 1871, con la integración del general Pedro A. Pimentel la insrrec tomó un nuevo impulso en el sur. El general Cabral, consciente de la superioridad militar del gobierno de Báez, ordenó el empleo de la técnica conocida como guerra de guerrillas que había utilizado con éxito en la guerra Restauradora y con la cual evitaba el choque frontal y hostigar de forma continua el ejército del gobierno mediante el uso de cuadrillas militares, “La orden es guerrillas, guerrillas de día y de noche”, le dice Juan Pablo Pina en una carta que le dirigió a su amigo José Gabriel García.  

Al frustrarse el proyecto de anexión a los Estados Unidos, tras ser rechazado por el Congreso, también se retiraron de las costas dominicanas los buques de guerra utilizados por Báez para combatir a los nacionalistas lo cual determinó la intensificación de la insurrección armada, aunque la misma perdía legitimidad. Desde mediados de 1872 se advertían signos que presagiaban el trance final de este tiránico gobierno. 

Ante la carecía de recursos para continuar enfrentando las rebeliones contra su gobierno, Báez procedió a la emisión de papel moneda en 1872 y a la adopción de otras medidas políticas como la creación de la vicepresidencia, la liberación de numerosos presos y la puesta en vigor de la ley sobre el ocio y la vagancia para compensar las deserciones.

A mediados de 1872, Báez logró recuperar gran parte de las poblaciones sureñas que antes se hallaban en poder de Cabral, quien mantenía “una porción de hombres sin concierto, sin conciencia de lo que tienen entre las manos y que resisten por el dinero de Haití y las ventajas del terreno que ocupan”, le dice Mariano Cestero a José Gabriel García en una carta fechada el 20 de junio de 1872. 

Luego de diversos fracasos de las tropas oficiales para controlar la región suroeste, y para tratar de exterminar la insurrección armada, en mayo de 1872 el propio dictador asumió la dirección del ejército, integrado por más de 3,000 hombres, y trasladó el asiento de la dotación militar desde Azua a San Juan. Además, convocó a los principales líderes militares de todo el país (Cáceres, García, Gómez, Salcedo, Caminero, González, etc.), lo cual le permitió desarticular las huestes revolucionarias de los generales Cabral y Pedro Antonio Pimentel.  

Esta embestida de las tropas de Báez, junto al asesinato del general Andrés Ogando por macheteros rojos, provocó un debilitamiento de la insurrección de los nacionalistas azules. 

Las desavenencias entre los caudillos 

Los caudillos (Luperón, Cabral y Pimentel) que luchaban contra Báez escasas veces lograron realizar acciones concertadas, pues cada uno aspiraba a convertirse en jefe de las operaciones militares. Desde un principio desarrollaron una política errática contra la tiranía baecista, además de mostrar “debilidad” frente a los políticos haitianos. 

José Gabriel García, quien era opuesto a ”revolucionar” con el respaldo de Haití, los acusó de ser los responsables del entronizamiento de Báez y de insistir en mantener una revolución que solo hacía acrecentar el mal y “enturbiar la claridad de las cosas”. Por recibir dinero del gobierno haitiano, Félix María Del Monte y Nicolás Ureña de Mendoza estigmatizaron como “cacos” a los insurreccionados azules. 

Y lo peor era que todo aquello, argüía, seguía “en el mismo estado”, pues ni la política comportaba variación, “ni nuestros hombres vuelven por su dignidad, ni hay quien se revista de energía ante los jefes haitianos, ni nuestros agentes quieren ver el peligro, ni conviene a los intereses de determinados individuos, que muera la revolución, esa oruga roedora de la honra nacional que no comprende que la devora al comerse las papeletas haitianas de que vive”. (5) 

Todavía el 4 de enero de 1873, casi en el ocaso del régimen de los Seis Años, García consideraba que la reconciliación de Luperón y Pimentel con sus paisanos era el “tropiezo más invencible de la revolución”. Para algunos letrados dominicanos las rivalidades, el egoísmo, la anarquía, las ambiciones y las desavenencias entre los caudillos eran las causas del mantenimiento de Báez en el poder y de otras “desgracias” que afectaban al país.
Como alternativa a la crisis de unificación que padecían los azules, e forma subrepticia García estableció contacto con funcionarios y caudillos militares descontentos del gobierno de Báez, pero estos condicionaron su apoyo a que Cabral, Luperón y Pimentel declinaran sus aspiraciones a la presidencia de la República e hicieran tabula rasa de todo el ominoso pasado. 

Referencias 

(1) S. Nolasco, Obras completas. Ensayos históricos, t. 2, Santo Domingo, Fundación Corripio, (Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XIX), 1994, p. 370.    

(2) Roberto Cassá, José María Cabral. General de tres guerras nacionales, Santo Domingo, Ediciones Tobogán, 2000, p. 43. Francisco Gregorio Billini en su novela Baní o Engracia y Antoñita, Santo Domingo, 1998, Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XXVII, pp. 246-277, hace referencia a los actos violentos y crímenes de Solito y Bául. Rafael Damirón en su libro De Soslayo, Ciudad Trujillo, 1948, pp. 101-103 explica por qué le llamaban Solito a este sórdido personaje. El Liberal de Puerto Plata, del 23 de noviembre de 1878, reseña la muerte de Solito a manos del general José Pichardo.  

(3) S. Nolasco, “Asesinato de Andrés Ogando”, en Obras completas, 2. Ensayos históricos, pp. 379-380.  

(4) Ibidem, p. 376-378.