La Guerra de los Seis Años. Primera parte

Desde los inicios de la dictadura de los Seis Años los grupos nacionalistas desarrollaron una contundente oposición al presidente Báez, quien no paraba mientes en sus planes anexionistas. Primero, contra el oneroso empréstito Hartmont, y luego, contra la anexión a los Estados Unidos. A la cabeza de este movimiento nacionalista se encontraban el general Gregorio Luperón en la Región Norte y el general Cabral en el sur, mientras desde el exilio José Gabriel García desarrollaba una intensa campaña propagandística en los medios de comunicación. 

Durante este periodo hubo un enfrentamiento continuo entre las huestes defensoras de Báez y el movimiento nacionalista opuesto a la anexión a los Estados Unidos y a la vulneración de la soberanía nacional. En sus dos primeros años, 1868 y 1869, la dictadura de Báez tuvo escaso sosiego pues se generaron 32 y 40 revueltas respectivamente. En 1870 el régimen alcanzó una cierta estabilidad y apenas se suscitaron 9 rebeliones. En 1871, se originaron 12 insurrecciones; 6 en 1872 y en 1873, los alzamientos totalizaron 48. (1) 

Los cuantiosos gastos militares agobiaban la maltrecha economía de la tiranía baecista. De hecho, el 80 por ciento del presupuesto nacional era devorado por el ministerio de Guerra y Marina. El mantenimiento de una poderosa fuerza armada impedía incluso el pago regular de los salarios a la burocracia oficial. Los funcionarios aceptaban hasta raciones destinadas al ejército cuando no disponían de recursos pecuniarios. El fragmento siguiente ilustra la situación económica del país en los inicios de la dictadura baecista: 

“Resulta pues que a partir del 1º de febrero de 1868 que principió el gobierno de la Regeneración, el país se hallaba con una deuda interior colosal en relación a sus recursos, y esto, sin haber hecho cuenta de los sueldos devengados, conforme al presupuesto que estaba en vigor, que no se habían liquidado, ni los gastos hechos por la revolución Regeneradora. Si a una perspectiva tan alarmante se agrega el estado de ruina en que se hallaba el comercio y el desaliento general así de este como el de los agricultores, se comprenderá bajo qué auspicios se inició la administración de V. E”. (2) 

El peso material de esta guerra recayó sobre los hombros del campesinado, ya que el maltrecho ejército oficial se nutría de las bestias de carga, carnes, viandas y hombres de este conglomerado social. La situación alimentaria del suroeste se tornó tan grave que el ministro de Hacienda y Comercio planteó la necesidad de prohibir la exportación de ganado vacuno y traer este recurso desde El Seibo para los soldados y los otros pueblos sureños. 

El hambre y las deserciones azotan el ejército del gobierno  

Los ‘soldados’, o “sandolios” como los motejaban los nacionalistas, vivían en condiciones infrahumanas, pues el Gobierno carecía de recursos para mantener congregados de manera digna tres o cuatro mil hombres. Las condiciones del contingente militar no podían ser peores: ropas raídas, descalzos, destocados o con sombreros rotos, sin mantas, dormían en el suelo sobre hojas o en hamacas, y lo peor de todo: estaban subalimentados. 

 En septiembre de 1868, el delegado del gobierno en la provincia de Azua se lamentaba de que:  

“En Las Matas no hay que comer. Toda la columna la tengo encuero y prefiero que para mandarme cien o doscientas mudas no se me envíen ningunas pues para no remediar a todos esta necesidad más vale no hacerlo con ninguno. Repito que la tropa está materialmente desnuda”. (3) 

Además del hambre, las continuas deserciones representaron otro grave problema para el ejército baecista: 

“No hay que contar con nuestras tropas porque la deserción ha llegado a su más alto grado. La columna del Coroso, que debía tener hoy por lo menos ochocientos hombres cuenta apenas con trescientos; por fortuna la de Neiba está en mejor pie y esto creo es animada por la esperanza de que Haití mande gente. Los ciento cincuenta hombres que trajo Generoso a los ocho días se fueron todos. Como estos hacen todos los que viene, así que no debes hacerte ilusiones porque nuestra gente no merece confianza ni permite que con ella se haga ningún cálculo contra el enemigo”. (4) 

A las deserciones de Azua le siguieron las de Baní, Higüey, San Cristóbal, Maniel y Cotuí con la consecuencia negativa de que los desertores se llevaban también las armas y las municiones. Para la época existía el servicio militar obligatorio para los varones con edades comprendidas entre los 18 y 60 años. Por lo regular, los soldados se reclutaban mediante el sistema de conscripción que operaba de noche y de manera sorpresiva. 

Los agentes de la tiranía reclutaban campesinos de lugares remotos del Cibao para llevarlos al Sur, separándolos de su entorno familiar y de sus medios de producción, lo que producía un tremendo desarraigo y a la menor oportunidad estos desertaban cruzando a pie la cordillera Central. 

En las filas del ejército de Cabral, sin embargo, prácticamente no se producían deserciones ya que se hallaba formado por personas nativas de las comunidades sureñas. Además, después del derrocamiento de Salnave, cuando Cabral se sentía acorralado se replegaba en la república de Haití donde podía recabar recursos y rearticular sus fuerzas. 

Las discordias entre los generales Luperón y Cabral 

El movimiento nacionalista se vio afectado por una crisis de unificación debido a las desavenencias entre los generales Gregorio Luperón, José María Cabral, Timoteo Ogando y Pedro A. Pimentel, ante lo cual uno de los principales lideres del exilio, José Gabriel García, quien repudiaba con alma, corazón y vida a Báez por su empeño en liquidar la República Dominicana, optó por guardar distancia respecto a dichos caudillos, aunque declaró que “seguiría con gusto una revolución” contra el líder rojo, “cuyo manifiesto estuviera autorizado por la firma de los tres hombres”. (5) 

Todas estas dificultades para actuar de manera concertada llevaron a Luperón a dirigir fuertes diatribas contra Cabral: 

“Báez no tuvo en el Sur un auxiliar más poderoso que su antiguo amigo Cabral para sostenerse seis años en el poder, porque este, como el perro hortelano, no hacía nada ni dejaba hacer […]. La historia dirá un día con todos sus detalles hasta dónde fue Cabral funesto en aquella época desastrosa. Egoísta, hipócrita, ambicioso, inepto, traidor y perverso, no hay general que fuera más fatal durante los seis años del gobierno de Báez”. (6) 

Realmente resultó complejo lograr que Luperón y Cabral desarrollaran acciones combinadas, no obstante los diversos pactos que ambos firmaron. En uno de ellos, convenido a principios de enero de 1869, con la mediación de Pedro A. Pina, el doctor R. E. Betances y Miguel Ventura, acordaron cinco puntos básicos.  

En primer lugar, declararle la guerra al presidente Báez por todos los medios posibles, cada uno en las provincias donde más le hagan sentir su influencia y prestigio; en segundo lugar, firmar ambos toda clase de compromisos; en tercer lugar, nombrar un ciudadano para administrar los fondos; en cuarto lugar, utilizar todo su poder y esfuerzo para obligar al Gobierno a reconocer las deudas contraídas por ambos, y, por último, prestarse ayuda mutua.  

Posteriormente, y con la mediación de los liberales haitianos, ambos jefes militares firmaron un nuevo pacto. Luperón obtuvo el apoyo de los comerciantes judíos de Saint Thomas, quienes temían la anexión del país a los Estados Unidos, y del general haitiano Nissage Saget. El tozudo general Cabral, en cambio, concitó el apoyo de los líderes militares sureños, como los hermanos Ogando, y a la postre logró conformar un grueso contingente armado. 

El inicio de las hostilidades 

Desde su instauración el régimen despótico de Seis Años los acometió una escalada de terror en todo el país: reclutamientos forzosos, deportaciones, apresamientos, persecuciones, asesinatos sumarios, etc. El 13 de enero de 1869 se produjo una gran rebelión en el Seibo, la cual aplastaron las fuerzas del gobierno emplazadas en Hato Mayor e Higüey, quienes fusilaron sin juicio previo a los sublevados. Lo propio aconteció en la común de Sabaneta en la Región Noroeste, donde fue derrotado el general José Cabrera, a pesar de las severas limitaciones que confrontaba el improvisado ejército baecista para operar. 

Pese a estas derrotas, el movimiento antianexionista  avanzaba con ímpetu en todo el país. Luperón, por ejemplo, a bordo del vapor El Telégrafo cañoneó los principales puertos marítimos y puso en jaque a las fuerzas del gobierno, en tanto Cabral dominaba amplias zonas del Sur donde libraba con éxito encarnizados combates contra las tropas del gobierno. 

El avance impetuoso del ejército nacionalista, junto a la caída del presidente haitiano, Silvain Salnave, aliado del presidente Báez, la crisis económica, la intensa campaña de prensa que desde el exterior realizaba José Gabriel García en la prensa antillana, en Venezuela, así como en los diarios de Nueva York y Washington, impulsaron a Báez a reiterar la solicitud de ayuda al presidente de los Estados Unidos, Ulises Grant, quien a fines de febrero de 1869 puso a su disposición numerosos buques de guerra que intimidaron al gobierno haitiano y cumplieron la encomienda del Senado consultor de destruir El Telégrafo del general Luperón a quien declararon pirata. 

A mediados de abril de 1869 el general Cabral, acompañado de Timoteo Ogando, Leger y Marianito, derrotó en San Juan de la Maguana al ejército del gobierno, integrado por 900 soldados comandado por los oficiales Brigman y Bejo. El estimado de bajas causado se estimó en 200, entre heridos y prisioneros. Al siguiente mes Luperón le informaba a José Gabriel García que Cabral ya se había apoderados de San Juan, Las Matas de Farfán, Barahona, Neyba y otros pueblos. En junio de este mismo año Cabral tenía dominio de casi todos los pueblos del sur. Entretanto, los pueblos del Cibao permanecían bajo el control del gobierno. 

Sin embargo, todavía en el mes de agosto de 1869 las discordias minaban las bases del movimiento opositor nacionalista. En Azua la revolución se hallaba paralizada y no había encontrado resonancia en el Cibao ni el este país. Luperón fue con su vapor a Samaná, pero sufrió tremendo desengaño pues el pueblo lo dejó solo, los se íbamos tampoco le ayudaron y se vio compelido a reembarcarse hacia las islas Turcas por el asedio de las tropas oficiales. Luperón había intentado coordinar acciones con Cabral quien se obstinaba en actuar de manera individual y de hecho había logrado éxitos en el sur hasta el punto de que obligó al presidente Báez a desplazarse hacia Azua. 

Los buques de guerra de los Estados Unidos en acción
Báez concentró todas las tropas oficiales del Cibao, de la Región Noroeste y del este en el sur y declaró en estado de sitio a la provincia de Azua, principal reducto de las operaciones militares de la dictadura al frente de la cual se encontraba el sanguinario general Valentín Ramírez Báez, medio hermano del dictador.  

El 18 de junio de 1869, Báez emitió un decreto por medio del cual las autoridades quedaban autorizadas a fusilar a todas las personas que fueran apresadas con armas en las manos o en actitud contraria al Gobierno. Igualmente, se prohibió el regreso al país, sin salvoconducto, de todas aquellas personas que lo habían abandonado durante la Revolución Regeneradora y el fusilamiento de los que violentaran la disposición.  

A lo largo de 1869 se produjeron asesinatos y deportaciones a granel. En un ensayo publicado en Caracas en octubre de este año, el historiador José Gabriel García denunció el fusilamiento de 50 personas, el 50 por ciento de las cuales fueron ejecutados por los generales Valentín Ramírez Báez y José Caminero. Las víctimas restantes resultaron aniquiladas por órdenes del propio Buenaventura Báez o por sus sicarios. A esto se agrega una lista de expresidentes, ministros, oficiales del ejército, sacerdotes, comerciantes, profesores y otros que fueron deportados del país. (7) 

Mientras se llevaban a cabo las negociaciones para la anexión, Báez dispuso de 12 buques de guerra provistos de 87 cañones y declaró como “pirata” el vapor El Telégrafo que utilizaba el general Luperón contra Báez. Estos buques eran: Severn con (15) cañones, Congress (16), Nantasket (7), Swatara (7), Yantic (3), Dictador (2), Saugus (2), Terror (4), Albany (15), Nipsic (3), Seminole (5) y el Tennessee (8).  

El uso de estos buques comportó un cambio súbito en la dinámica de la guerra en perjuicio de los nacionalistas y dio lugar a la protesta de los expulsos residentes en Curazao y Puerto Rico, así como de Luperón y Cabral. (8) 

 Referencias 

(1)   MuKien Sang Ben, Buenaventura Báez. El caudillo del sur (1844-1878), Santo Domingo, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), 1991, pp. 89-91. 

 (2) Memoria de Hacienda y Comercio, 29 de marzo de 1869, ministerio de Interior y Policía (MI y P), Archivo General de la Nación (AGN). 

 (3) Carta de Valentín Ramírez al presidente Báez, su medio hermano, 13 de septiembre de 1868. MI y P, AGN. 

 (4) Carta de Valentín Ramírez al presidente Báez, 29 de mayo de 1869, MI y P, AGN. 

 (5) José Gabriel García, Obras completas. Epistolario, t. 6, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, vol. CCCXXXI, 2017, p. 110. 

 (6) Gregorio Luperón, Notas autobiográficas y apuntes históricos, 2a edición, Santo Domingo, 1992, pp.121-122. 

 (7) José Gabriel García, “Las víctimas de Báez”, en E. Rodríguez Demorizi (editor), Papeles de Buenaventura Báez, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, vol. XXI, 1969, pp. 131-135. 

 (8) E. Rodríguez Demorizi, Informe de la comisión de investigación de los Estados Unidos en Santo Domingo en 1871, Ciudad Trujillo, 1960, p. 20.