La Guerra Restauradora provocó diversos cambios en la sociedad dominicana, tales como una drástica disminución de las exportaciones de rubros tradicionales (tabaco en hoja, cacao, café, madera), un incremento continuo de las importaciones, el declive de la producción ganadera, la reducción de los ingresos estatales, y en general, un estancamiento de la economía. En este contexto, la emisión de papel moneda devino en el único recurso de que disponía el Estado.
Una de las secuelas más significativas en el ámbito social fue una mayor preponderancia política de la Región del Cibao donde emergieron nuevos grupos políticos que asumieron ideas liberales y la disolución definitiva del grupo militar que orbitaba en torno al general Pedro Santana, el archi rival de Báez, cuya obsesión por el poder carecía de límites y al parecer consideraba la presidencia como un patrimonio suyo. En este contexto post Restauración, Báez era el líder político de mayor relevancia en el plano nacional pues en ese momento la influencia de los demás caudillos militares se limitaba al marco regional.
Como político astuto, Báez siempre estaba atento para aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara para instalarse en la presidencia. Antes de que los patriotas dominicanos lograran la restauración de la república, comenzó a prepararse para acceder al solio presidencial, consciente de que poseía numerosos partidarios entre las filas restauradoras, como el entonces presidente de turno, general José María Cabral. En la época era vox populi la inclinación afectiva del general José María Cabral hacia Báez.
Para tal propósito, el 15 de junio de 1865, se “desciñó” en París de su pomposo título de Mariscal de Campo del ejército español una vez que las tropas españolas abandonaron la isla, y se trasladó a Curazao a organizar a los dominicanos expulsos allí residentes.
Su labor se vio favorecida por los conflictos que se suscitaron entre los numerosos caudillos que participaron en la Guerra Restauradora, pues estos “carecían de cohesión y de un proyecto acabado” y solo algunos lograron asimilar los preceptos liberales del gobierno de Santiago, los cuales divergían de las aspiraciones de personales de Báez. (1)
El 15 de octubre de 1865, en un intrincado movimiento, un grupo de generales restauradores del este del país, encabezado por el coronel Pedro Guillermo, un personaje con un pesado fardo de crímenes, derrocó al general Cabral, quien, en una muestra de escasa entereza y decoro, no hizo resistencia alguna, sino que de buen modo aceptó ceder el poder a su antiguo líder y en noviembre se trasladó a Curazao a buscarlo para instalarlo en el trono, lo que ocurrió el 8 de diciembre de 1865.
Es conocidísimo en los medios académicos el discurso pronunciado por el presbítero Fernando A. de Meriño en la juramentación de Báez, pues, como pieza maestra en su género, ha sido profusamente antologado. El entonces presidente del Senado se muestra estupefacto por el ascenso nuevamente a la presidencia de Báez:
“[…] Mientras vagábais por playas extranjeras, extraño a los grandes acontecimientos verificados en vuestra patria; cuando parecía que estábais más alejado del solio y que el poder supremo sería confiado a la diestra victoriosa de algunos de sus adalides de la independencia… tienen lugar en este país sucesos extraordinarios…! Vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la República y se os llama a ocupar la silla de la primera magistratura. Tan inesperado acontecimiento tiene aún atónitos a muchos que lo contemplan”. (2)
Se consideraba “aleccionado en la escuela del infortunio” como Báez, “en la que se estudian con provecho las raras vicisitudes de la vida, Meriño le advertía a Báez que no se alucinara por haber alcanzado el poder nuevamente y recurre a la célebre expresión de un destacado orador americano para quien “tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra del senado”. Luego de lo cual agregaba:
“Cuento con que odiáis la tiranía, y que los principios democráticos que constituyen el país os apartarán siempre de ella. Creo, en fin, que pensaréis con rectitud en proporcionar el bien a vuestros conciudadanos. Procediendo de este modo, marcharéis sin tropiezo por la senda del deber, y el brazo del pueblo que sabe rasgar la púrpura del solio para arrojar de él a los magistrados indignos, no se levantará contra vos”.
Lo más jocoso, y lo que más incomodó a Báez aconteció al finalizar el evento cuando un enardecido partidario suyo vociferó: “¡Viva el presidente vitalicio!”, que ripostó de inmediato el P. Meriño de forma contundente con la vivaz expresión: “¡Vitalicio no!, ¡Alternativo y responsable!”. (3)
En los inicios de este tercer mandato Báez logró concitar el respaldo de los principales caudillos restauradores. El general Cabral fue designado ministro de Guerra y Pedro Antonio Pimentel como ministro de Interior y Policía. Fueron fusilados numerosos restauradores que rehusaron subordinarse al poder.
El general Gregorio Luperón, en cambio, se sublevó en las provincias de Puerto Plata y Santiago, pero su movimiento fracasó debido a dos factores fundamentales. Primero, a la gran simpatía de Báez entre los campesinos del Cibao que se beneficiaron de la devaluación monetaria de 1857, como lo reconoce el propio Luperón: “los campesinos quedaron muy satisfechos de Báez y jamás ninguna circunstancia favorable de los demás gobiernos pudo arrancarles a Báez de su espíritu ni de su corazón, considerándole como el agente de su felicidad. En segundo lugar, surtió efecto el ardid utilizado por el caudillo rojo para neutralizar a los partidarios de Luperón:
“Báez, que no creía en la moralidad política de los dominicanos, desde que tuvo conocimiento del movimiento de Luperón, mandó a su Delegado en el Cibao, de entregar a cada general importante, en su nombre, la suma de doscientos pesos en oro, y ninguno quiso despreciar la ocasión de recibirlos, con lo cual, el Gobierno arraigó contra el patriotismo, contra la Constitución, contra la libertad, contra el derecho y las leyes de la Patria”. (4)
En consonancia con su cosmovisión despótica, en lugar de gobernar con la democrática Constitución de 1865, aprobada durante el primer gobierno de Cabral, que consignaba la libertad de prensa, abolía el destierro y la pena de muerte por asuntos políticos, prohibía las emisiones de papel moneda y estableció como único requisito para ser elector estar en pleno goce de los derechos civiles y políticos, el presidente Báez hizo que el Congreso restituyera nuevamente la antidemocrática Constitución de diciembre de 1854 que propiciaba el ejercicio autoritario del poder.
De acuerdo al historiador García, Báez retornó con redomado odio a todo lo nacional, “abrió el libro del pasado”, destruyó los logros de la Restauración, agredió las instituciones liberales conquistadas a base de heroísmo, profundizó aún más la crisis económica con nuevas emisiones de papel moneda sin garantía y “socavó de cuantos modos pudo todas las bases de la pública moralidad”. (5)
La relativa estabilidad política de que disfrutaba Báez en este tercer gobierno comenzó a resquebrajarse cuando el 26 de abril de 1866, el general Cabral publicó en Curazao un manifiesto repleto de agravios contra Báez en el cual advertía que el “volcán”, refiriéndose a la situación interna del país, estaba a punto de implosionar pues se habían producido dos revoluciones en tres meses.
Además, “una agitación continua y desordenada” en una sociedad que apenas sobrevivía y amenazaba con hundirse pues pendía sobre su cabeza “el doble azote del despotismo y la anarquía” impuesta por Báez, a quien ponderaba no solo “impotente para hacer el bien y la dicha del desventurado suelo que le vio nacer, sino que era a la vez locura y absurdo el haberlo soñado siquiera”.
Igualmente, le enrostra a Báez haber ocupado de manera ilegal la presidencia en “contra del querer de la mayoría”, ejercer el poder arbitrariamente, de haber vulnerado la Constitución desacreditando sus “principios republicanos”, de no respetar a los congresistas.
Asimismo, de tener las cárceles “llenas de patriotas eminentes y perseguir de muerte a los amigos del país y de la libertad”, de confiar los puestos a personas con “ideas antinacionales”, de convertir en “ilusorio” el derecho de libre elección por medio del terror, de permitir toda clase de desmanes de sus agentes, y por último, de comprometer el crédito de la nación mediante la emisión de papel moneda. (6)
A mediados de mayo de 1866 se quebró el equilibrio entre las numerosas facciones militares que respaldaron inicialmente a Báez. En una carta dirigida al general José del Carmen Reinoso, ministro de Interior y Policía, Báez dijo sentirse “fatigado de combatir facciones” y se quejaba de que los restauradores (Cabral, Pimentel, Manzueta, Federico García, Pedro G. Martínez y Rodríguez Objío), que aparecían en las filas revolucionarias opositoras, fueron quienes lo llamaron al país para ocupar la Presidencia y que poseía “infinidad de cartas” de casi todos los generales felicitándole por su retorno al país y ofertándole sus servicios.
Las rebeliones se generalizaron en todo el país y el primero de mayo de 1866 se constituyó en la ciudad de Santiago un Triunvirato integrado por los generales Gregorio Luperón, Federico de Js. García y Pedro Antonio Pimentel que desconoció la autoridad de Báez. El 22 de agosto de 1866 el Triunvirato designó al general Cabral al frente del Poder Ejecutivo.
Pero la carrera política de Báez no termina con esta administración, como veremos en los siguientes artículos.
Referencias
(1) R. Cassá, Buenaventura Báez. Cinco veces presidente, Santo Domingo, 2000, p. 48.
(2) Emilio Rodríguez Demorizi (editor), Discursos históricos y literarios. Contribución al estudio de la oratoria dominicana, Ciudad Trujillo, 1947, pp. 288-289.
(3) Ibidem, p. 287.
(4) G. Luperón, Notas autobiográficas y apuntes históricos, t. I, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1974, pp. 381-382.
(5) J. G. García, Antología, p. 391.
(6) Reproducido por G. Luperón en Notas autobiográficas y apuntes históricos, t. I, p. 391.