Buenaventura Báez (1812-1884) ha sido ponderado como el arquetipo más perfecto del político dominicano. Esta afirmación se fundamenta en el hecho que formó parte del minúsculo grupo de políticos dominicanos que manifestó mayor astucia para permanecer al frente del poder del Estado, el primero en completar el período para el cual fue electo en el siglo XIX y el hecho de haber ocupado en cinco ocasiones la Presidencia de la República donde se mantuvo por más de diecisiete años.

Para Báez, quien tenía una formación educativa y un nivel cultural que lo colocaban por encima de sus contemporáneos, el sentido de su vida venía dado sólo por la búsqueda permanente del poder. La mejor caracterización de la esencia de Báez como político la proporciona sin duda Américo Lugo, quien lo pondera como una figura “poderosa y sobresaliente”, y “si Grant era cada pulgada un soldado, Báez era cada pulgada un político”.

Igualmente, lo encomia como “maestro, ejemplo y modelo de gobernante”, capaz de aprehender la psicología de su pueblo, y más que eso: como la personificación política del pueblo dominicano “que siempre ha preferido la esclavitud del caudillo al imperio de la ley”. (1)

Sin embargo, el historiador José Gabriel García disiente de Lugo en la valoración de la figura de Buenaventura Báez, a quien en su época lo llamaron el Gran Ciudadano, y en cambio destaca aristas medularmente negativas. Principia afirmando que el pueblo sabía que el gran talento político de Báez consistía “en su más refinada astucia y en una fatal propensión a la maldad”.

Por sus intervenciones en la Constituyente de Puerto Príncipe, Báez adquirió fama de “hombre arrojado y valeroso” con lo cual logró atraer la atención del cónsul francés, André Levasseur, quien lo encomendó la tarea de divulgar sutilmente en la parte española ideas anexionistas favorables a Francia. En tanto el presidente de Haití, Charles Hérard, lo designó corregidor (Alcalde) de Azua y lo comisionó para que se opusiera a la separación dominicana promovida por Duarte y los trinitarios desde 1838. Empero, el triunfo de las “ideas nacionales” comportó una doble derrota para Báez en su doble condición de “autoridad haitiana” y “revolucionario francés”. (2)

Báez y su oposición a la Independencia nacional

En lugar de ser un actor de primer orden a favor de la independencia nacional, como ha sostenido una laureada biografía reciente, en un contundente documento de la época revela de manera palmaria que Báez se opuso tenazmente a la proclamación de la independencia pues esto iba en contra de sus intereses políticos. Además, en nombre del rey de los franceses, primero protestó contra la creación de la nacionalidad dominicana, y luego, propició la entrada de las tropas haitianas por la frontera sur.

En el “Manifiesto contra Buenaventura Báez”, publicado el 3 de julio de 1853, el general Pedro Santana sostiene que al proclamar la independencia de Haití en 1844 el corregidor de Azua “se opuso con todas sus fuerzas a aquel acto de sublime patriotismo” y protestó frente al Altar de la Patria. Pero al percatarse de que carecía de los recursos necesarios para detener las acciones revolucionarias, envió un mensajero, el capitán Eugenio Silverio, ante el presidente de Haití, Charles Hérard (Riviére), para denunciar lo acontecido en la parte este e informarle de los movimientos de las tropas, como consta en una de sus proclamas.

Esto hizo apresurar el envío de fuerzas militares antes de que diera tiempo a los patriotas a preparar la defensa. Esto provocó que se le tildara de “traidor” y se intentara lincharlo. Posteriormente, Báez intentó persuadir al general Ramón Santana para que aconsejara la retirada y permitiera el ingreso a la Capital de los haitianos, hecho que lo condujo al calabozo por varios días. (3)

En un manifiesto publicado en Saint Thomas donde se hallaba desterrado, el 1 de agosto de 1853, Báez, quien fue el único que cuestionó la nueva república, respondió las diatribas del general Pedro Santana: “Antes que otro alguno tuve yo el pensamiento de sacudir el yugo haitiano, aun prefiriendo en último caso ser COLONO DE UNA POTENCIA CUALQUIERA”, luego de lo cual agrega:

“Es cierto que no tuve parte en la combinación que dio por resultado el pronunciamiento del 27 de febrero, y que dudé del éxito de aquella empresa, hasta el extremo de temer que hiciera abortar los planes en que teníamos otros mayor fe; pero luego de que vi la resolución de mis conciudadanos, me uní a ellos y les merecí la confianza de ser nombrado consejero del general Santana, con cuyo carácter asistí a la batalla de Azua”. (4)

¿En cuáles “planes” tenía Báez “mayor fe”? Pues en el Plan Levasseur, cuyo cometido consistía en derrocar el dominio haitiano, el 25 de abril de 1844, y establecer un protectorado en la antigua parte española mediante el cual el gobierno de Francia designaría un gobernador encargado del poder ejecutivo por un período de 10 años. En compensación por su protección y contribución en armas y municiones, la nueva República cedería a Francia la península de Samaná, proyecto contrario al de los trinitarios quienes abogaban por una plena autonomía de la nueva república.

Pero no solo el historiador García adversaba a Báez y sus planes antinacionales y destacaba su oposición a la constitución de la República Dominicana, sino que también lo hizo el intelectual liberal Mariano Cestero:

“Báez un día juraba ser francés y en prenda de tal juramento ofrecía a la Francia la rica porción de nuestro territorio que lleva el nombre de Samaná; luego, en 1844, contrariando el hecho del 27 de febrero de aquel año, a un mismo tiempo traicionaba a los dominicanos y a los haitianos, fingiéndose amigo de ambos; después, abriendo ancho campo al predominio de la política europea, promovió una irritante intervención en la contienda domínico-haitiana, para hacer más cruenta y dilatada su solución; más tarde, para añadir una nota más a sus traiciones, trató de españolizar la República, por medio de eso que en 1856 se llamó la matrícula”. (5)

El historiador Cassá considera que en los años posteriores a la Independencia de la república, no obstante su capacidad, Báez fue una figura de segundo plano probablemente a que quedó en el ánimo de muchos que había intentado oponerse al nacimiento de la República”. (6)

El primer gobierno de Báez

Tutelado por el general Pedro Santana, el 24 de septiembre de 1849 Báez ascendió al poder del Estado, administración que representó un pesado letargo para el pueblo dominicano en tanto adormeció todas sus “fuerzas vitales”, produjo el enmudecimiento de los resortes del progreso social y político del país y mató las justas aspiraciones de los hombres de ideas adelantadas”, al decir del historiador García.

Entre los gajes de esta primera gestión de Báez, García destaca “la peligrosa intervención” en los asuntos nacionales de los cónsules de Inglaterra, Sir Robert Schomburgk, y de Francia, Mr. Máximo Raybaud, representantes de las potencias mediadoras durante el período de la ocupación haitiana, quienes, amparados en el eufemismo de “mediación”, comprometieron a tal grado la independencia del gobierno dominicano que este no podía un solo paso sin contar con su aquiescencia.

Asimismo, García señala el aumento desmesurado del papel moneda en prejuicio de la riqueza pública, el sacrificio de víctimas inocentes, el estancamiento de los ingresos nacionales en casas de comercio del extranjero, el aumento de la fortuna privada de Báez, la división premeditada en dos bandos del partido conservador. Por “acusaciones alarmantes” las relaciones entre el general Santana y Báez se resquebrajaron en 1953 y en este mismo año se produce un contrapunteo entre ambos.

La revolución de 1857

En la isla de Saint Thomas, Báez logró congregar a todos los opositores, y con la ayuda del cónsul español José María Segovia, retornó de nuevo al poder e2 octubre de 1856 en medio de aclamaciones populares y con un programa de gobierno que fue acogido por los grupos liberales cibaeños. Prometió respetar la libertad y los derechos políticos, organizar los tribunales para que fueran independientes del poder ejecutivo, así como finiquitar las prisiones arbitrarias y los destierros sin formación de causa.

Sin embargo, “sus primeros pasos como gobernante, dice García, se encaminaron a crear odios irreconciliables entre los dominicanos que hicieron para siempre imposible la reconciliación y la tolerancia de los partidos”. (7) En otras palabras, se entregó a cobrar venganza contra los responsables de su desgracia política, para lo cual apeló a la absolutista Constitución de 1854.

Este segundo gobierno de Báez se caracterizó por los elevados niveles de corrupción y por una anárquica política económica. Su mayor despropósito lo representó “la monstruosa” emisión de papel moneda” que provocó la ruina de los productores de tabaco del Cibao y a la revolución de julio de 1857. Explicada de forma sucinta, la operación fraudulenta se ejecutó del siguiente modo.

El incremento de la producción presagiaba una gran actividad comercial mientras la circulación monetaria se consideraba insuficiente para el volumen de las operaciones esperadas, ante lo cual se esperaba que ingresaría una cantidad considerable de monedas en oro y plata. Con el pretexto de proteger al agricultor tabaquero de la especulación comercial, Báez solicitó al Senado Consultor la emisión de dos millones de papel moneda para reemplazar los billetes deteriorados y cuatro millones para evitar la escasez de la moneda nacional.

Posteriormente, Báez logró que el Senado Consultor le aprobara otra solicitud para ampliar a su discreción la emisión anterior e imprimió 18 millones de papel moneda en lugar de 6, luego de lo cual un grupo de hombres de su entorno se desplazó al Cibao a cambiar el papel moneda por el oro, la plata y los pesos fuertes recibidos por los productores de tabaco. En principio, la tasa de cambio era de $720 nacionales por onza de oro, pero luego Báez la elevó a $1,100 por onza.

Al sentirse estafados, los cibaeños iniciaron conversaciones sin obtener ningún resultado y luego emitieron un contundente documento contra Báez, denominado el Manifiesto del Cibao donde lo acusaron de haber sustraído de manera indirecta parte de la riqueza pública y de forma directa “el resto del haber del pueblo” con esta “maliciosa” operación que trastocaba “las más clares leyes de la economía política para alucinarlo”.

De igual modo, el Manifiesto le atribuía al Gran Ciudadano haberse aprovechado de “las necesidades perentorias del comercio para cubrir a la nación de una deuda pública de veinte millones más de papel moneda. Esta desacertada y engañosa operación, presentada como un recurso de salvación, alejó la buena moneda y determinó una mayor desvalorización de la moneda nacional. No obstante haber dado origen a la Revolución de julio de 185 que lo desplazó del poder, Báez continuó emitiendo papel moneda y para junio de 1858 ya había emitido más de 59 millones. (8)

Para el historiador García, un gobierno “patriótico e inteligente” hubiera procedido de forma contraria a como lo hizo Báez, quien vio una oportunidad para especular con la situación y hacer crecer su fortuna, y hubiera recogido el papel moneda en circulación, con “utilidad y ventajas” tanto para los tenedores como para el fisco o para restituir el valor de su primera emisión del papel moneda. (9)

Como se consideraba dueño del poder y predestinado a ser presidente, desde Curazao promovió en 1859 una revolución para conquistar de nuevo el poder con resultados desastrosos. En 1861, cuando se produjo la anexión a España, en lugar de protestar contra la supresión de la República creada el 27 de Febrero, y sumarse a los levantamientos revolucionarios contra la dominación española, Báez exigió a sus acólitos que condenaran públicamente los mismos.

De inmediato, Báez empezó a gestionar su título de Mariscal de Campo (mayor general) del ejército español que obtuvo el 22 de octubre de 1863, aunque muchos de sus principales seguidores continuaron participando activamente en la guerra Restauradora como su hermano Valentín Ramírez Báez, José Antonio Salcedo, Manuel María Gautier, José María Cabral, Pedro Guillermo

Referencias

(1) Américo Lugo, Obras escogidas, t. 2, Santo Domingo, Fundación Corripio, (Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XIV), 1993, p. 251.

(2) J. G. García, Antología, Santo Domingo, Archivo General de la Nación (AGN), vol. CXV y BANRESERVAS, 2010, p. 40. (Editada por Andrés Blanco Díaz).

(3) Emilio Rodríguez Demorizi (editor), Documentos para la historia, vol. I, Ciudad Trujillo, Archivo General de la Nación, Editora Montalvo, 1944, p. 273.

(4) Ibidem, p. 308.

(5) M. Cestero, “¡Dios salve la República!” en: Escritos. Artículos y ensayos, tomo II, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, vol. LXXVI, 2009, p. 11. (Editado por Andrés Blanco Díaz).

(6) R. Cassá, Buenaventura Báez. Cinco veces presidente, Santo Domingo, 2000, p. 25.

(7) J. G. García, Antología, p. 45.

(8) Antonio Lluberes, “La revolución de julio de 1857”, Eme Eme, vol. 2, No. 8, (septiembre-octubre de 1973), pp. 22-25.

(9) J. G. García, Antología, p. 45.