El amanecer del siglo veinte transformó la economía dominicana y la región este del país emergió como el centro del nacimiento de la nueva industria azucarera, donde San Pedro de Macorís se convirtió simbólicamente en la capital de la República y en referencia privilegiada del Caribe y de América Latina.
La modernización de la explotación cañera en las islas caribeñas del imperialismo inglés produjo consecuencias negativas de desempleo, mano de obra que fue reclutada por la naciente industria azucarera emergente en dominicana.
Llegaron obreros de diversas islas británicas con diferentes oficios los cuales constituyeron la base fundamental para el desarrollo de esta industria. Pero recibieron el rechazo de pobladores de San Pedro de Macorís que los vieron como intrusos y quita empleos, negros extraños que tenían otra religión, hablaban otro idioma y tenían otra cultura.
En este contexto, afloraron prejuicios raciales despectivos, siendo definidos como “cocolos”, debido a su origen y fueron marginados por su parecido con los haitianos a los que Gaspar Hernández los había bautizado en 1843, como “Mañeses cocolos”.
A pesar de las discriminaciones, prejuicios, humillaciones y explotación, con su trabajo, su sudor, su sangre y su amor, los cocolos contribuyeron al desarrollo de la industria azucarera, realizaron importantes contribuciones a la cultura popular, a la gastronomía, a la música, a la danza, al deporte, al arte, a la literatura y a la espiritualidad del pueblo dominicano.
A pesar de todo eso, Trujillo, por razones políticas, desesperado en el ocaso de su dictadura en 1958, prohibió la salida pública de los Guloyas, la cual duró más de cincuenta años, bajo la responsabilidad de los Gobiernos posteriores, de acuerdo con el investigador Carlos Andújar Persinal. Los Guloyas a pesar de su apariencia ingenua, se convirtieron en espacios de resistencia, en manifestaciones simbólicas contestatarias, subversivas, porque eran expresiones populares, respuestas contradictorias con la hegemonía de la cultura oficial de las elites.
Pero al mismo tiempo, eran espacios de catarsis, de renovaciones, de afianzamientos y de identidades. El Primo y Linda se convirtieron en símbolos de orgullo y una revalorización a nivel popular transformó el prejuicio y el contenido despectivo de su identificación, pasando a ser un orgullo de identidad petromacorisano el ser “cocolo”.
Norberto James, inmenso, el poeta de “La Provincia Sublevada”, el poeta de los Guloya, cuando se miró así mismo y recorrió el camino de la historia de los Cocolos, con rabia y con orgullo escribió:
“Vengo a escribir nuestros nombres
junto al de los sencillos.
Ofrendaros
esta Patria mía y vuestra
porque os la ganáis
junto a nosotros
en la brega diaria
por el pan y la paz.
Por la luz y el amor”.
Por iniciativa del Museo del Hombre Dominicano, bajo la dirección del antropólogo Carlos Andújar Persinal, el Gobierno Dominicano, a través del Ministerio de Cultura, presentó a consideración de la UNESCO a los Guloyas. Estos fueron reconocidos e incluidos con orgullo en el listado oficial de los Patrimonios Orales e Intangibles de la Humanidad.
Es decir, que el teatro popular danzante de los Guloyas trascendió al país, al Caribe y América, para convertirse en un patrimonio de la humanidad y en un orgullo artístico-cultural de la República Dominicana.
Entonces, ¿cómo es posible que los Guloyas no puedan ser valorizados en esta dimensión mundial por ciertas autoridades locales y nacionales, impedidos por prejuicios raciales todavía vigentes? Hay una ausencia de apoyo de políticas públicas que hagan posible comprender la trascendencia de los Guloyas como patrimonios nacional e internacional.