El triunfo en Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva es un ejemplo tangible de cómo funciona la democracia y su sistema electoral en el capitalismo latinoamericano. Con un margen estrecho, (50.90% – 49.10), le acaba de arrebatar la “vuelta” a un Jair Bolsonaro que esperaba continuar subido en el palo. La victoria de Lula amplía el dominio de la izquierda en la conducción de gobiernos en la región.

Sin duda, la izquierda latinoamericana y caribeña viene comprendiendo a tiempo la importancia de insertarse en el tránsito democrático que recorre el capitalismo en la región. Eso implica un cambio radical de su táctica política y, en consecuencia, en la forma y el fondo del trabajo político. Los nuevos tiempos imponen una conducta que corresponda con una nueva realidad.

Participar en la etapa democrática que acompaña al capitalismo ha sido una novedad que impacta positivamente: reducción de la pobreza y desigualdades, más libertades, en la población de América Latina y el Caribe. La derecha política, que antes dominaba a su libre albedrío el escenario político y electoral, ahora tiene de frente a una izquierda que se ha despojado de la clandestinidad para disputarle el espacio democrático que manejaba a su antojo.

Los resultados están en la vista de todos: los principales países y las principales economías de América Latina y el Caribe son dirigidas por gobiernos de izquierda. Lo que equivale a decir: ganar elecciones nacionales con el voto de la mayoría de la población. ¿Quién lo diría? La derecha, cayendo vencida por la izquierda, en su mismo escenario.

Los ajustes en política hay que hacerlos siempre para no perder el rumbo. La realidad se mueve constantemente. Hay que ir acorde y en la dirección positiva. No quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que los principios políticos, éticos y morales están en el mercado al mejor postor. Quién cruce esa raya será tratado con desprecio y mayor virulencia que los antiguos inquilinos.

Al cambiar la táctica, la izquierda tiene que ajustar su práctica ante una realidad que requiere observar la misma con objetividad. La estructura de poder sigue intacta. Solo cambia al ganar elecciones la forma de gobernar, administrar los recursos públicos. En esto hay que tener, sin perder la cabeza, capacidad, inteligencia y habilidad en conducir los asuntos de Estado.

La izquierda que confunda el momento, pensado que llegó al gobierno fruto de una revolución, comete un grave error. En política los errores salen muy costosos; se pagan caros. Limitar el accionar a lo que corresponde a la etapa democrática burguesa; profundizando el proceso democrático con un alto espíritu de inclusión social y crecimiento sostenido de la economía.

Aunque la derecha y ultraderecha en la región han perdido importantes batallas electorales aún conservan su poderío y fortaleza. Los triunfos de la izquierda han sido por estrechos márgenes, incluso han tenido que celebrarse segundas vueltas. Los Estados Unidos de América, monitoreando su área de influencias, moviendo sus fichas con premeditación y alevosía para dar en su momento su jaque mate.

La pregunta esperada por todos: ¿Son de izquierda los gobiernos que dirigen las economías de los principales países de América Latina y el Caribe? ¡Ahí es que la pintura es dura! Sí, son de izquierdas. Por lo menos en sus orígenes, contenido de sus programas gubernamentales y consignas. Además, las fuerzas políticas y sociales que le han respaldado, en su mayoría, vienen de ese litoral.

A todos los gobiernos de izquierda no se deben medir con la misma vara: no estamos en el reino de los cielos, sino en la tierra. Las condiciones históricas, políticas, económicas y sociales, hasta geopolíticas, son profundamente diferentes en cada país. Por consiguientes, se actúa de acuerdo con sus características singulares y al dominio que se tiene de la etapa democrática que se transita.

Los gobiernos de izquierda que se aparten de sus promesas democráticas y progresistas serán barridos por la derecha en próximas elecciones. Es la dinámica de la democracia capitalista, de la cual hay que aprender, para no dormirse en sus laureles. La población estará al acecho de sus indelicadezas, prepotencia e incapacidad. Porque llegar y mantenerse en el gobierno no es paja de coco, depende de sus frutos y la voluntad libérrima del pueblo.